"¡Qué bueno que te hice reír!"
Apago el celular antes de que se reproduzca de nuevo, según yo, la peor parte del video.
El reloj de pared me muestra que recién son las diez de la noche. Quiero morirme, los días se me pasan lentos y cuando quiero ir al teatro para distraerme, me encuentro con la persona que me estuvo evitando, fuera de escena, durante las últimas dos semanas.
Podría no ser grave, claro que no. Habíamos pasado más semanas sin vernos, pero no con un último recuerdo en donde él se iba de mi departamento dando un portazo, e insultandome también.
Todavía tengo ese sentimiento a flor de piel. Cuando la puerta se cerró de la manera más abrupta que existe, había quedado paralizada. Lo esperé, como una tonta esperé a que diera la vuelta y entrara diciéndome que era un chiste. Esperé su mensaje de disculpa, porque nunca, desde que conocimos, me había tratado de esa forma.
Pensé. ¿Él también habrá esperado un mensaje mío de disculpas?
Reconozco que me metí en sus cosas personales, no tenía porqué preguntarle aquello. Fue un impulso estúpido que me cobró lo poco que tenía, lo poco que de verdad valía la pena en mi vida.
Lo había perdido, pero también había ganado algo.
Tres días después de lo sucedido me llegó un mensaje. Lo abrí deseando con encontrarme con un perdón de él, pero me llevé la sorpresa de leer un "Lore, cómo estás?" de Tadeo.
Le respondí como si todo en mi vida estaría de diez, cuando en realidad está a menos diez. Fue en vano, Valentín le había contado lo sucedido y por eso su mensaje. Me contó que se había quedado preocupado por mi.
Sé que Tadeo escuchó cuando yo le conté mi historia a Valentín en su cuarto. Tadeo me vio llorando y, con conocerme poco y nada, me regaló un abrazo increíble. Me dio consuelo durante los peores veinte minutos de mi vida, más bien uno de los peores. Me hizo sentir apreciada sin conocerme.
Con todo eso me di cuenta que él es un amigo enorme. No me iba a privar en hablarle.
Mi cuerpo está casi vacío, y no hablo por la poca comida que estoy ingiriendo últimamente, sino que por la falta de afecto inmenso que tengo.
Ésta última semana que pasó, la transite con la ayuda de Tadeo. Sus videollamadas me subían el ánimo y hasta me hacían reír. Sus mensajes diarios para saber cómo estaba, me reconfortaban. Pero tampoco me bastaba.
Necesitaba ver a alguien en persona, para hablar y, por sobretodo, abrazar. Quería sentir el calor de alguien envolverme, pero la persona que me daba los mejores abrazos de mi vida, se había ido de la misma hace ya tres años. La segunda persona que siempre estaba para mi, se fue de mi vida también, ésta vez por decisión propia al enterarse la verdad. Y la tercera que en estos últimos meses tenía mi cariño y completa confianza, también se había ido, por mi culpa.
Todo por mi culpa.
Con lo cual me faltaba alguien, o más bien, algunos.
La soledad traía a la angustia. Comencé a extrañar de a montones aquellas tardes en las que salía junto con Valentín del teatro. Nos turnabamos, un día íbamos a la casa de uno y la próxima vez que nos tocara ir al teatro, luego de eso iríamos a la casa del otro.
Él había logrado destaparme y me había ayudado a salir de esa protección que había creado yo misma hace unos años. Me ayudó a sacar al frente a la Lorena que siempre quise ser. Aquella que siempre quise mostrar al resto pero nunca me atreví a hacerlo.
No le guardo rencor, es más, me preocupa que él si lo tenga hacia mi.
"Buen día, nena." me saluda Tadeo.