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     Quería borrar la tristeza de esos ojos ambarinos, quitar el doloroso brillo de las lágrimas acumuladas en esas joyas que ese joven tenía por ojos. Pero, ¿cómo eliminas el sufrimiento de un corazón? ¿cómo borras las profundas cicatrices que surcan en un alma tan jovial y tristemente destrozada? Xiao XingChen parecía tener métodos de conseguirlo.

     Fue una tarde de otoño en la que se toparon por primera vez, tropezando entre sí.

     Xue Yang corría lejos de la universidad, mientras que Xiao XingChen iba entrando, ambos con prisa. Uno estaba molesto y casi al borde del llanto, mientras que el otro estaba ansioso y preocupado, pues jamás antes había llegado tan tarde antes.

     Sin embargo, toda línea de pensamiento se cortó al ver a ese chico caer y quejarse en un sollozo quebrado, su cuerpo congelándose en su sitio tras las emociones que le habían transmitido con el poco tiempo que pudo interceptar el sonido.

     —¿Sucede algo malo? ¿te puedo ayudar?

     La preocupación era evidente en XingChen, y Xue Yang agradeció que al menos no se había tropezado con algún conocido, pensando: ¿Qué tan patético puedo ser?

     —No, solo ve a morir a alguna esquina ¿qué diablos te importa?

     La amenaza en su voz fue clara, si no se largaba, lo golpearía. Pero contra todo pronostico, una suave y delicada risa se oyó en los solitarios pasillos, Xue Yang se vio atraído hacia el sonido, girando ligeramente la cabeza para ver al autor de tal obra de arte, y entonces su sorpresa fue aún mayor. Un joven de ojos azules como el mismo zafiro le había rodeado por completo en un abrazo, aferrándose.

     Xue se estremeció violentamente ante la sensación tan agradable que lo llenó con solo esa cercanía, y se liberó. ¿Por qué?, se preguntaba. ¿Por qué bastó el firme abrazo de aquél muchacho entrometido para hacer que sus ojos liberaran todas esas lágrimas que hasta hace poco se negaba a soltar?

     Había sido sin duda un suceso extraño, pero conocerse trajo grandes maravillas a la vida de Xue Yang. Tras ese incidente, había pasado mucho tiempo y no volvieron a cruzarse, al principio. En cambio, Xiao XingChen tenía una buena memoria fotográfica y, curiosamente, luego de ver en tan deplorable estado al menor, su mente siempre lo estaba distrayendo, impidiéndole pintar con su tan envidiada concentración y precisión. O eso le dijeron sus maestros.

     Pero sin que nadie supiera, XingChen también pintaba en su departamento. Y allí, tenía varias pinturas del menor, todas hechas en base a sus recuerdos sobre este; pinturas en tonos que dejaban sentir una profunda y amarga tristeza y soledad. XingChen lo había hecho de forma inconsciente, y una vez terminadas, él mismo se sorprendía de lo que conseguía.

     Hermoso, declaró su mente. Y era la absoluta verdad. Pero era una dolorosa belleza, del tipo que quisieras hacer desaparecer para reemplazarla por una belleza mejor, más estable.

     —Mhn, XingChen…

     Actualmente, Xue Yang se encontraba recostado en la cama individual del mayor, tanteando el espacio para ver si el dueño seguía ahí junto a él. Cuando no lo sintió, frunció el ceño, inconforme, dispuesto a levantarse y buscar. En ese momento, la voz cantarina del castaño se oyó, en un susurro casi difícil de interceptar por los oídos de un somnoliento Xue Yang.

     —Estoy aquí, no te muevas —fue una orden, pero sonó tan suave como si le suplicara obedecer.

     Esto hizo que Xue Yang se pusiera más inquieto y se removiera en la cama, abriendo finalmente los ojos y observando de forma fiera al desgraciado (encantador) pintor al que ya se había acostumbrado tanto.

El arte de tu existencia  「XueXiao」 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora