Dormir es vital, no solo para lograr que nuestro organismo se reponga, sino para reafirmar la memoria y consolidar lo aprendido. Pero en un mundo como este, en donde las criaturas nacidas y criadas en el mismo infierno recorren las calles por la noche buscando una presa fácil, dormir quizás sea la única escapatoria. Porque estas criaturas aterradoras y de mal temperamento, con sus largas extremidades, columna encorvada y caminar pesado, se alimentan de todo aquel inocente que tengan delante, siempre y cuando éste no esté sumamente dormido. Teniendo lo que se puede considerar una amplia capacidad sensorial, estas criaturas recorren la noche como los dueños de la oscuridad, como los reyes de nuestro mundo. Salen al atardecer de sus escondites bien ubicados, y vuelven a estos poco antes del alba, con los estómagos llenos. Saben sortear cualquier tipo de obstáculo, romper cualquier tipo de candado, y abrir sin siquiera hacer ruido cualquier tipo de puerta. Son extremadamente silenciosos, pero también extremadamente mortíferos. Ellos se devoran sin piedad alguna a cualquier desprevenido, sin importar edad o clase. Por eso aquí, un pequeño instructivo, o consejo, para evitar una muerte segura.
Todos creerían que encerrarse ante un peligro eminente es una solución efectiva. Lo sería de otros peligros, pero no de éste. No existe castillo ni blindaje que sirva, por más que uno lo intente. Parece ser que la única solución es realmente dormir. Pero dormir en serio. Los engendros como estos tienen la capacidad de sentir, oler, saborear el sueño. Pueden reconocer cuando una persona trata de engañarlos. El más mínimo sonido, el cambio en la respiración, el movimiento de los párpados, cualquiera de estas cosas puede delatarlo a uno, y llevarlo a la muerte. Es recomendable un sueño plácido, uno verdadero, de esos que nos sumen y nos llevan a otra realidad que no entendemos. Es recomendable evitar las horas de duda y murmuración en la cama. Es recomendable dejar de mirar el techo, cuestionándose cosas que no cambiarán por más que lo queramos. Porque, cuando menos lo parece, podemos voltearnos en nuestro lecho y encontrarnos con una de estas criaturas. Ver sus ojos, de color amarillento, que exudan odio y hambre feroz. Podemos ver sus garras, sus pezuñas sucias y malolientes que rasgan pijamas, camisones de noche y con la misma efectividad el cuero de sus víctimas. Su piel, gruesa como si necesitaran protección del frío, cubierta de una capa de viscosidad verdosa. Y lo peor, su boca, esa cavidad infernal repleta de millones de dientes afilados, preparados para destrozar y consumir a su paso, una boca que dejaría atrás hasta a la de un tiburón.
Porque si te encuentran despierto, estás definitivamente en peligro. Hay que cerrar los ojos, con mucha fuerza, tratar, por lo menos intentar, amanecer sin ser devorado. Hay que relajar los músculos, uno a uno, incluyendo los del rostro. Hay que calmar la respiración, que no de signos de conciencia alguna. Hay que pensar en cualquier otra cosa aparte de la bestia inmunda que te mira, te analiza, te evalúa, tratando de descifrar si puede o no hacerte su cena. Oliéndote, con su horripilante rostro justo sobre el tuyo, y sus garras, esperando ansiosamente desgarrarte y partirte en dos. Hay que, por sobre todas las cosas, tranquilizar la mente, pensar en todo aquello que nos de paz, que nos quite de esa situación de extremo peligro. Y así, poco a poco, dejar que la inconciencia le gane a la conciencia, dejar que lo más profundo de nuestra mente cierre nuestros sentidos y nos ponga a ver esa película, que siempre se renueva y siempre nos tiene de protagonistas. Ese cuento al que llamamos sueño. Y si tienes tanta suerte de dormirte, y mucha más suerte de despertarte, con el rayo de sol en la ventana y vivo, significa que aprendiste, después de todo, aprendiste como dormir.
Y si aun así, considerando lo dicho, no me crees, te reto a que te acuestes esta noche, cierres los ojos unos momentos en la oscuridad de tu cuarto y reflexiones qué puede estar viéndote "dormir" detrás de tus propios párpados.