CARMÍN

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La noche caía con una suave brisa que te calaba los huesos, las personas que aún vagaban por las calles corrían en busca de refugio ante el cruel viento que empezaba a desatarse, las hojas de los arboles caían en un ligero balanceo, el frío de otoño empezaba a mostrase con más frecuencia.

A las afueras de la ciudad, había un cabaré bastante concurrido por los trabajadores de los alrededores, era un lugar, sino bien, lindo y elegante, tampoco era aberrante y sucio.

Los trabajadores acostumbraban a pasar su tarde de viernes ahí, bebían y se divertían a lo grande, celebrando que la semana había terminado.

Ese día en particular, estaba lleno, el lugar estaba a su máxima capacidad y los pobres meseros no se daban abasto. Durante la semana se había anunciado por gran parte de la pequeña ciudad que esa noche habría una presentación, única y exclusiva para los clientes.

De un costado del pequeño escenario improvisado, salió una mujer, era alta y bien parecida, todos los presentes guardaron silencio al escuchar el eco que hacían los zapatos de tacón y se dedicaron a admirarla, ella caminó con elegancia y envuelta en un aire misterioso. Nadie la conocía y se preguntaban de dónde había salido aquella mujer.

Su larguísimo y oscuro cabello negro que llevaba suelto se movía al tiempo de sus pasos, era tan liso y brillante como la noche. Con un vestido ceñido al cuerpo color rojo, un rojo intenso cual sangre fresca, era liso y combinaba a la perfección con su piel blanca, el vestido era de satén con un escote bastante pronunciado, tenía una abertura que empezaba a la mitad del muslo derecho y dejaba ver sus largas y tonificadas piernas.

Sin duda ese vestido causaría revuelo en cuanto se supiera de él. Claro que era una ciudad que se enfrentaba a constantes cambios, pero la mayoría de los habitantes que aún seguían ahí, habían crecido con reglas bastante estrictas e ideas cerradas de las que aún no lograban desprenderse del todo.

Ese tipo de vestimenta atrevida era una de las cosas que no veían de buen agrado las mujeres, desde luego.

Unos grandes ojos color esmeralda se posaron en el público, recorrieron el lugar de un lado a otro hasta que descansaron en un lugar en específico, dirigió una mirada desafiante a lo que fuera que observaba y dibujo una sonrisa con sus bonitos labios pintados de carmín.

De las bocinas que se encontraban en las esquinas del cabaré empezó a escucharse una melodía, la mujer cerró los ojos, dejando ver sus largas y abundantes pestañas, y empezó a cantar.

Su voz era suave y demasiado dulce, encajaba perfectamente con la delicada melodía que se extendía por todo el recinto.

Todas las personas presentes la observaban atónitos y con admiración, desde luego que no estaban acostumbrados a la presencia de mujeres como ella así que se dedicaron a disfrutar. Cuando terminó de cantar y el último acorde salió de las bocinas, todos prorrumpieron en aplausos y exclamaciones.

Entre adulaciones y eufóricas felicitaciones, la mujer avanzó entre el público y tomó asiento en la barra más lejana y solitaria que encontró, el dueño de cabaré ordenó inmediatamente que fuera atendida de la mejor manera y que nadie se atreviera a molestarla.

Todos la observaron expectantes al ver el lugar al que se dirigía, era bien sabido que al único hombre que se encontraba ahí no le gustaba que nadie se le acercara, perdía los estribos y si lo encontrabas de mal humor, podía llegar hasta a golpearte.

La mujer, con una copa en mano, observó al hombre a lado de ella, estaba encorvado con los antebrazos recargados en la barra, tenía la cabeza inclinada hacia abajo, haciendo que su cabello despeinado fuera en esa dirección, tenía un cigarrillo apresado entre sus delgados labios y jugaba con una copa de licor que tenía en las manos.

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