Capítulo Siete

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  La mañana del lunes fue casi más incómoda que la primera. Jacob se limitó a hacer su trabajo en silencio, asintiendo a las peticiones que le hacia.

  El señor Cullen percibía el ambiente tenso y frío que existía entre ellos, a veces le miraba de reojo para leer sus gestos. Se preguntaba qué le había sucedido para cambiar su actitud con él.

  El resto del día Jacob permaneció encerrado en su habitación dándole vueltas a lo ocurrido, tal vez no había tenido tanta importancia para el señor Cullen y podría retomar la relación amigable que tenían.

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  Al día siguiente se levantó con esa idea rondando por su cabeza. Decidió que empezaría a aclarar las cosas cuando llegara a la cocina y bajaran al estudio como cada mañana. Pero no llegó.

  Se preocupó porque estuviera enfadado y hubiera optado por comenzar sin él. Se dirigió al vestíbulo en dirección al estudio, pero en el rellano de la escalera vio unas figuras envueltas en las tinieblas del piso superior. Reconoció al señor Cullen hablando con un hombre que le daba la espalda a las escaleras. Tenía el pelo negro que caía hasta la mitad de su espalda y vestía una gabardina roja. El olor que desprendía incluso a esa distancia le quemó la garganta.

  Iba a pasar de largo cuando escuchó la voz congelada de ese hombre. Se pegó a la pared buscando esconderse de ambos.

  —Veo que has aceptado esa locura ¿estás seguro de esto?

  —No le veo el problema —dijo su jefe con indiferencia.

  —¿Qué va a pasar cuándo ocurra? Vas a estar en problemas.

  —No debes preocuparte, puedo manejarlo.

  —¿Y qué pasará si se entera de tus intenciones?

  —No lo hará, al menos no por ahora.

  —Siempre has sido muy diferente a nosotros, solo espero que esto no te meta en un lío. ¿De verdad puedes aguantarlo? ¿No sientes el impulso de matarle?

  Jacob abrió los ojos tanto como le fue posible. ¿Hablaban de él? ¿Trataba de matar a sus empleados? Quizá por eso todas acababan huyendo. Recordó las manchas extrañas que vio en el delantal de su jefe el primer día, sabía que no correspondían a la cera derretida.

  ¿Y si los cuerpos femeninos que descansaban tras las vitrinas eran sus anteriores empleadas? Pensó alarmado.

  Notó que la conversión se había detenido, oyó la gabardina rozar con algo y el hedor se hizo más fuerte. Una náusea le subió por la garganta y se llevó una mano a la boca y la otra al estómago.

  —Puede que vaya siendo hora de conocerle —susurró el desconocido, la mano del señor Cullen le retuvo del brazo con severidad.

  Jacob corrió hacia el jardín y no se detuvo hasta que sus manos se aferraron a los barrotes de metal al otro lado. Se dobló sobre si mismo con las manos en las rodillas tomando grandes bocanadas de aire. Si lo pensaba no era la primera vez que olía la sangre en esa casa.

  Una mano en su espalda le hizo apartarse de un salto, el señor Cullen le contemplaba con preocupación y una leve ansiedad.

  —No me toque.

  —¿Está bien?

  —No le daré el gusto de hacerlo.

  —¿Cómo dice?

  —Ya sé porque ninguna aguantaba más de una semana, por eso le sorprendió que yo fuera un hombre. Es un maldito carnicero. Ha creado la historia del pobre hombre al que todos marginan y abandonan. Usted acabó con ellas, seguro que las tiene enterradas en el jardín.

LA LEYENDA DEL VAMPIRO DE CERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora