Capítulo 31.

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[Por la razón o la fuerza.]

La manera irreverente que tenía Natalia de mirar había desaparecido en apenas unos segundos y había comenzado a temblar como una especie de cachorro asustado frente a su agresor, si no fuese por la mera conciencia de que debía proteger a su hijo de ese depredador cruel, ya hubiese echado a correr a la seguridad de su hogar.

El niño seguía furioso porque esa mujer desconocida había osado, de alguna manera, a hacer llorar a su mamá, y ella nunca lloraba. Y aun siendo tirado disimuladamente hasta que estuvo nuevamente tras sus piernas, pudo ver como un par de ríos se deslizaron con suavidad por las mejillas sonrosadas y terminaron por desaparecer en sus labios. Un deseo desesperado de abrazarla y de decirle que él siempre estaría a su lado sin importar lo que esa señora dijese, que por cierto no comprendía en absoluto porque no veía ningún cachorro.

Makis se estaba esforzando por no arrebatarle el niño de entre las manos para poder llevárselo porque tenía celos de esa relación llena de complicidad que a ella se le había negado. Porque no importaba lo que Natalia le dijese, ya había decidido que el niño era suyo, que era su cachorro y ya se había privado demasiado de la presencia de su propia sangre. Así que se lo había propuesto, esta noche ella tendría a su cachorro en su casa, con o sin Natalia.

—¡No puedes aparecerte reclamando ese ridículo derecho licántropo a desarmar mi vida! — Rugió la castaña con la voz temblorosa. — Es mi hijo, Makis. — Eso solo hizo que la rabia de la morena terminase niveles exuberante. — Y si te atreves a ponerle un dedo encima, te aseguro que estos siete años te parecerán nada cuando te seques en la casa, porque te aseguro que Arastoo...

—¡No te atrevas a mencionar el nombre de tu amante frente a mí! — Rugió en un estado que la seguía balanceando entre la bestia milenaria y la centrada empresaria que se había mantenido en la sima del negocio arquitectónico y hotelero. — No seas descarada. — Acusó finalmente con ese resquemor de celos quemando en su piel. — Tienes a nuestro hijo al frente, ese que concebimos mientras decías que amabas; no tienes derecho alguno a mencionar el nombre de tu amante.

La revelación casi accidental provocó unos ojos abiertos, bocas caídas y ojos inquisitivos. El silencio terminó por rodear a las tres personas que seguían paradas una frente a la otra. El primero en reaccionar fue el pequeño Artemis, que cuidadosamente tomó la mano de su madre y tiró pidiendo de esa forma tácita que lo alzaran. Las manos y los pies rodearon el cuerpo tembloroso de la menor de la familia Afanador y luego de ese momento casi solemne se atrevió a preguntar eso que rondaba en su cabecita.

—Mami. — Llamó pegando sus labios al oído de su madre. — ¿Por qué dice que es mi madre? —Preguntó. — Tu eres mi mami, tengo tus mismos ojitos, la abuela lo dice.

—Hijo, necesito que vayas dentro, por favor. — Pidió besando con ternura su mejilla. — Hablaremos pronto, luego de que yo soluciones todo este entuerto.

—Pero ella está enojada. — Jadeó preocupado. — No quiero que te haga nada.

—Por favor. — Suplicó con suavidad, sabiendo que esa sería la única manera en la que podría calmar esa tormenta a punto de estallarle en la cara. — Entra, ve a tu habitación a jugar y yo iré a hacerte de comer.

Artemis se bajó y aprovechó de darle una mirada furiosa a Makis. — Me caes mal, te odio. — Farfulló con el entrecejo fruncido. — Y si entras a mi casa o haces llorar a mi mami, saldré con un tenedor y te lo enterraré en la panza.

Makis sintió un orgullo repentino esa violenta protección hacia todo lo que quería, era fuerte, su hijo era fuerte. Solo vio como el niño avanzaba d a poco, asegurándose de mirar a cada tantos para asegurarse de que la morena no se había movido un centímetro para alcanzar a su madre, hasta que al final terminar por desaparecer dentro de ese lugar que parecía demasiado grande para dos personas.

Mi Luna. - (Ventino) [Makia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora