Capítulo 25

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Anita despertó sola en la cama, miró a su lado y pudo notar que esa zona no estaba deshecha, por lo que imaginó que Saimon no había dormido allí, lo más seguro era que se hubiera quedado dormido en el despacho entre el papeleo y las medidas de defensa, lo cual no le parecía, debía dormir si quería estar en plenas facultades para la batalla, por lo que, con la idea de regañarle y obligarle a dormir en la cama, se levantó y se arregló con algo de celeridad.

Salió de la habitación y fue al despacho, entró sin llamar y se encontró con la imagen esperada, al rey dormido de mala manera en la silla de su escritorio. Anita frunció el ceño e hizo una ligera mueca de desagrado, a veces ese hombre podía ser peor que un niño pequeño, y después se sorprendía de que le doliera el cuello, estuviera cansado y que ella le regañara, ni Serena le causaba tantos problemas en ese sentido, ella respetaba el horario de sueño, pero él no, y él debía ser un modelo a seguir para su hija.

-Ey, despierta - prácticamente gritó la joven en su oído, ocasionando que el mayor se despertara de un sobresalto.

-¿Qué?, ¿cuándo?, ¿por qué? - miró hacia atrás y pudo ver a su novia con los brazos cruzados - ah, eres tú - dijo suspirando al final, lo cual le molestó aún más.

-¿Se puede saber qué hacías?, ¿cuántas veces te he dicho que debes dormir bien si quieres estar en forma? - el rey rodó los ojos intentando que ella no lo viera, le gustaba que se preocupara por él, pero no sus regaños.

-No es para tanto, hacía mucho que no lo hacía - dijo y soltó un bostezo, ganándose una colleja por parte de la joven, la cual fue más fuerte de lo que debería, ya que ella aún no controlaba su fuerza del todo - ay, no hace falta que te pongas agresiva.

-Tú - la joven iba a decir algo pero se contuvo, en su lugar solo resopló cansada y molesta - vete a dormir a la cama, y no acepto un no por respuesta - dijo sin dar tiempo al otro de quejarse.

Salió del despacho dando un portazo, dando a entender que estaba molesta y que si era necesario, lo llevaría de la oreja al cuarto, Anita podía llegar a tener muy mal genio por la mañana. Saimon suspiró pesadamente, contrariamente a lo que pensaba la joven, él se había quedado en el despacho pensando, no trabajando. Su cabeza era un hervidero, y aunque el tema de la guerra y la seguridad de su hija era uno de los temas que estuvo pensando, principalmente era su antigua relación y la actual lo que le preocupaba.

Las palabras de su amigo tenían mucha razón, él lo sabía, por eso intentaba sobreponerse al pasado, pero no le estaba resultando tarea fácil, lo cual le frustraba. Quería retroceder en el tiempo y cambiar su pasado, no haberse casado nunca con esa mujer, pero si no lo hubiera hecho, Serena nunca hubiera existido, y él nunca hubiera conocido a Anita. A pesar de todo, tenía algo que agradecerle, aunque la simple idea le asqueaba.

La princesa se había levantado antes de tiempo y estaba desayunando con su nuevo tío, el cual también se había levantado pronto, más por costumbre que por otra cosa, así que cuando Anita llegó al comedor, ambos ya estaban terminando, pero no les importó esperar a que ella terminara antes de ir a la biblioteca a empezar las clases, total, la joven era quien daba las clases, y Jordan tenía claro que no se iba a separar de su hermana, nunca más iba a dejarla sola.

Cuando Anita terminó de desayunar, todos juntos se fueron a la biblioteca, encontrándose con Cailen en el camino, el cual estaba buscando a Saimon, ya que este no estaba en el despacho, y ella le dijo que lo había mandado al cuarto a dormir, lo cual le hizo gracia al híbrido, estaba claro quién mandaba en esa relación, solo esperaba que su amigo dejara el pasado atrás y fuera feliz con ella, ambos lo necesitaban, ya habían pasado por muchas cosas, merecían tener una vida plena y feliz.

Al final Cailen decidió dejarlo dormir y encargarse de todo él, conocía perfectamente la rutina, siempre la hacía con él, y el rey merecía un día libre después de años de mandato, se las podía apañar, pero antes, le escribió una carta y la dejó en la mesilla de noche para que la leyera nada más despertar. Una vez hecho, se fue al despacho a mirar unos papeles, ya desayunaría durante el camino a las fronteras, pues tenía planeado revisar que todo estuviera bien personalmente una vez terminara en el despacho.

Mientras Cailen hacía eso, y Anita daba clases a Serena ante la atenta mirada de su hermano, Saimon tenía otro de sus extraños sueños, donde el pasado, el presente y algo que podría ser el futuro, se mezclaban y lo confundían aún más. Varias siluetas se mostraban, al principio, una pareja y una cuna, y dentro de la cuna una bebé; luego, una niña a cual sus padres la gritaban; más tarde, una joven siendo echada de casa, la misma que encontró a una pequeña niña herida en las siguientes siluetas. No había que ser un genio para saber que estaba viendo escenas de la vida de Anita.

También pudo ver el picnic que tuvieron los tres, la llegada de su hermano, incluso la bronca de hacía un rato en el despacho. Pero luego se volvió todo un caos, las sombras se convirtieron en un ejército, un hombre que los lideraba, un castillo en llamas, muy probablemente en el que estaban, una risa malvada, una joven corriendo hacia ese hombre, sangre, fuego, destrucción, y unos extraños ojos rojos, unos que nunca había visto, una mezcla de sangre y fuego chispeante, como si tuvieran una luz propia, una que prometía dolor y muerte.

Se despertó sobresaltado, asustado, a pesar de que todo se veía como sombras y figuras, el sueño se había sentido muy real, y temía que al final se volviera realidad, no era la primera vez que tenía un sueño como ese, y casi siempre se cumplían tal cual lo soñaba. Esos ojos, la promesa en ellos, temía por su familia, debía protegerlos, era su deber como su rey, padre y pareja simultáneamente, protegería a los suyos, y para eso debía hablar con una bruja conocida suya, vieja amiga de su madre, ella podría darle significado a su sueño, y tal vez la forma de detenerlo.

Miró a su lado, a la mesita de noche, allí descansaba la carta de Cailen. La leyó con curiosidad, ahí ponía que él se haría cargo de todo por ese día, lo cual significaba que tenía tiempo libre, y dado que debían pensar que estaba durmiendo, podría escabullirse del castillo e ir a ver a Natali sin que nadie notara su ausencia, no quería preocupar a nadie, ya cuando volviera, decidiría si contarles o no, además de pasar el resto del día con su novia y su hija.

No perdió más tiempo, se levantó, se duchó, se vistió y se arregló para estar presentable, una vez hecho, usando sus conocimientos sobre el castillo, consiguió salir sin que nadie lo notara, ya desayunaría, conocía a Natali lo suficientemente bien como para saber que en cuanto lo viera lo trataría como un niño pequeño y le ofrecería unas galletas, no era necesario arriesgarse a coger algo de comida de la cocina, pues a pesar de saber que sus sirvientas eran muy discretas, también sabía que Serena se llevaba muy bien con todas y podría escaparseles que lo habían visto levantando, y seguramente se preguntaría dónde estaría si Cailen se estaba ocupando de todo ese día.

Así, sin ningún preámbulo, se fue corriendo a la casa de Natali a por respuestas y consejos, era probable que ella ya lo estuviera esperando, pues ella era capaz de tener visiones sobre el futuro, unas mucho más claras que las que tenía él, ya que ella era medio vidente, mientras que él solo era un bendecido, por decirlo de algún modo, pues él no se consideraba un bendecido para nada, pero tampoco iba a negar que sus sueños le habían ayudado en más de una ocasión, aunque muchas veces fueran confusos y un auténtico dolor de cabeza.

La maldición del armaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora