THEON

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GEORGE R.R. MARTIN VIENTOS DE INVIERNO THEON

La voz del rey sonaba ahogada por la rabia. —Sois peor pirata que Salladhor Saan. Theon Greyjoy abrió los ojos. Los hombros le ardían y no podía mover las manos. Durante lo que dura la mitadde un latido, temió estar de regreso en su antigua celda de Fuerte Terror, y que la mezcla de recuerdos en su cabeza no fuera más que un sueño febril. Se había dormido, comprendió. Eso, o se había desmayado por el dolor. Cuando trató de moverse, se balanceó de lado a lado, con la espalda arañando la piedra. Colgaba de un muro dentro de una torre, con las muñecas encadenadas a un par de oxidados aros de hierro. El aire apestaba a turba quemada. El suelo era tierra aplastada. Escalones de madera subían en espiral por dentro de las paredes hasta llegar al techo. No vio ventanas. La torre era húmeda, oscura y sin confort alguno. Una silla de alto respaldo y una mesa arañada que descansaba sobre tres caballetes constituían su único mobiliario. No había ningún retrete a la vista, aunque Theon vio un orinal en un sombrío hueco. La única luz provenía de las velas sobre la mesa. Sus pies colgaban a seis pies por encima del suelo. —Las deudas de mi hermano —murmuraba el rey—. Las de Joffrey también, aunque esa abominación bastarda no fuera de mi familia. Theon se retorció en sus cadenas. Él conocía esa voz. Stannis. Theon Greyjoy rió. Una punzada de dolor subió por sus brazos, desde los hombros hasta las muñecas. Todo lo que había hecho, todo lo que había sufrido, Foso Cailin, Fuerte Túmulo e Invernalia, Abel y sus lavanderas, Carroña y sus Umbers, el viaje a través de la nieve, todo eso solo había servido para cambiar un torturador por otro. —Alteza —dijo suavemente una segunda voz—. Perdonad, pero vuestra tinta se ha congelado. —El braavosi, supo Theon. ¿Cuál era su nombre? Tycho… Tycho algo.. — ¿Quizá un poco de calor…? - Conozco una manera más rápida. —Stannis desenvainó su daga. Por un instante, Theon pensó que iba a apuñalar al banquero. “No obtendréis una gota de sangre de ese, mi señor”, podría haberle dicho. El rey apoyó la hoja de su cuchillo contra la yema de su pulgar izquierdo, y cortó—. Así. Firmaré con mi propia sangre. Eso debería hacer felices a vuestros amos. —Si eso complace a Vuestra Alteza, complacerá al Banco de Hierro. —Stannis mojó una pluma en la sangre que brotaba de su pulgar y garabateó su nombre en la pieza de pergamino. —Partiréis hoy. Lord Bolton puede atacarnos pronto. No os quiero atrapado en medio de la lucha. —También yo lo preferiría—. El braavosi deslizó el rollo de pergamino dentro de un tubo de madera. —Espero tener el honor de servir a Vuestra Alteza de nuevo cuando estéis sentado en el Trono de Hierro. —Esperáis tener vuestro oro de vuelta, queréis decir. Ahorraos vuestras galanterías. Es efectivo lo que necesito de Braavos, no vacías cortesías. Decidle al guardia de fuera que necesito a Justin Massey. —Con placer. El Banco de Hierro siempre se alegra de ser útil—. El banquero hizo una reverencia. Cuando salía por la puerta, entró otra persona; un caballero. Los caballeros del rey habían estado yendo y viniendo toda la noche, recordó débilmente Theon. Este parecía ser el pariente del rey. Delgado, de pelo oscuro y ojos duros, con la cara marcada por la viruela y viejas cicatrices, vestía una desvaída túnica bordada con tres polillas. —Mi señor, —anunció— el maestre está fuera. Y Lord Arnolf envía noticia de que estará encantado de desayunar con vos. —¿El hijo también? —Y los nietos. Además, Lord Wull solicita audiencia. Quiere… —Sé lo que quiere. —El rey señaló a Theon—. A él. Wull lo quiere muerto. Flint, Norrey… todos ellos lo quieren muerto. Por los niños que mató. Venganza para su precioso Ned. —¿Los complaceréis, Alteza? —Ahora mismo, el cambiacapas me es más útil vivo. Tiene conocimientos que podemos necesitar. Traed dentro al maestro. —El rey tomó un pergamino de la mesa y entrecerró los ojos sobre él. Una carta, sabía Theon. Su roto sello era de cera negra, dura y brillante. Sé lo que dice, pensó, entre risitas. Stannis miró arriba. —El cambiacapas se remueve. —Theon. Mi nombre es Theon. —Tenía que recordar su nombre. —Sé tu nombre. Sé lo que hiciste. —La salvé. —El muro exterior de Invernalia tenía ochenta pies de alto, pero en la zona donde había saltado, la nieve se había apilado hasta una profundidad de más de cuarenta. Una almohada blanca y fría. La chica se había llevado la peor parte. Jeyne, su nombre es Jeyne, pero ella nunca se lo diría. Theon había aterrizado sobre ella y había roto alguna de sus costillas—. Salvé a la chica, —dijo—. Escapamos. Stannis resopló. —Caísteis. Umber la salvó. Si Mors Carroña y sus hombres no hubieran estado en el exterior del castillo, Bolton os habría recuperado a ambos en unos instantes. Carroña. Theon recordó. Un hombre viejo, grande y poderoso, de rostro rubicundo y barba blanca y desgreñada. Se sentaba en una silla alta, envuelto en la piel de un oso de las nieves gigante, cuya cabeza le servía de capucha. Bajo ella llevaba un parche en el ojo, de cuero teñido de blanco, que le recordó a Theon a su tío Euron. Le hubiera gustado arrancarlo de la cara de Umber, para asegurarse que debajo tan solo había una cuenca vacía, no un ojo negro brillando con malicia. En su lugar, había susurrado a través de sus dientes rojos y dicho: —Soy… —…un cambiacapas y el asesino de su familia — había terminado Carroña. — Sujetarás esa lengua mentirosa o la perderás.

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