3. ¿Por fin te encontré?

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La noche transcurría, me movía por toda la cama, un poco nervioso, no podía conciliar el sueño, me levanté de la cama y tomé un vaso de agua, regresé de nuevo y al entrar al cuarto, sentí un mareo, me senté en la cama, agaché mi cara y me quedé dormido sin darme cuenta…

La alarma me aturdió un poco al despertar, estaba tirado en el suelo abrazando mi almohada, me di cuenta de que aquella almohada era lo único que había pasado la noche conmigo.

Abrí la ventana del cuarto y me puse a ver el horizonte, creo que vi su cuerpo entre las nubes, creo que veía sus labios ahí; brillaban como una estalactita atravesada por los rayos del sol; creí ver que los abría y me decía, —Bebé, quiero ser tuya —con una voz dulce y tierna—. Sentí que estiró su mano y delicadamente acarició mi rostro, sentí cada yema de sus dedos haciéndome unas caricias que estaba seguro, nunca olvidaría.

Y de nuevo, se alejó, dejándome allí, con ganas de más, con ganas de sus caricias, de sus besos, ganas de sentirla,  ganas de que entrara en mi corazón y viera el calendario de mi vida, que ojeara cada página de él, y que viera que aún quedaban páginas en blanco en las que yo, intentaba escribir su nombre…

Se fue tan rápido que no alcancé a despedirme, era como una estrella fugaz, aprecias su belleza, pero más las ganas que te deja de volverla a ver, así, así era ella.

No recordaba que día era, menos la hora, sólo me vestí y salí a la calle, tenía ganas de caminar, de caminar buscándola, buscarla por todos los parques, en cada árbol, en cada arbusto, en cada piedra…

Creo que tenía ganas de ir a algún café, y emborracharme, emborracharme de ella y por ella, ganas de fumar cualquier cosa que me hiciera alucinar, alucinarla a ella, sus besos, sus caricias, la lluvia verde de sus ojos; quería beberme esa lluvia, beberla hasta sentir que era parte de mi, sentir que éramos uno.

Cómo me encantaba ir a aquel café “Los asesinos”, pasar mis tardes ahí; esta vez no me atendió la mesera de siempre, sino una chica llamada Melissa, su piel era blanca, ojos verdes, cabello negro, labios rosados, y por supuesto, carnosos, justo como la mujer que había soñado.

—¿Qué va a tomar? —Preguntó—

Quedé asombrado, no podía creerlo, no sabía qué responder.

—¿Estás ahí? —Preguntó—

—Hola —Respondí—

—¿Qué tomará esta noche? —Preguntó con un tono, algo coqueto—

—Sólo un café negro por favor —Le respondí—

Ella se fue, y a los 3 minutos regresó, me miró con esos ojos verdes, esos ojos en los que veía a mis amigos los árboles, la vi y traté de grabarme su rostro en mi mente. —Provecho— me dijo, y se fue.

Creo que fue la taza de café que más tarde en acabarme, no quería irme, quería verla, verla caminar en el bar, libre, ver su sonrisa, ver como movía sus piernas, amé su forma de caminar, su forma de moverse, a veces creía que me miraba de reojo…

Eran como las once de la noche y se acercó a mí.      

 —Ya vamos a cerrar- me dijo cariñosamente.

—Feliz noche, bonita— le dije y me fui caminando.

No sabía dónde quedaba mi casa, verla, me desconcertó demasiado; un gato apareció de la nada, llevaba consigo una placa, —El cielo no existe —decía en ella—, no le puse atención y seguí caminando, a lo lejos logré ver mi casa, no tardé mucho en llegar, pero el gato seguía conmigo; era una noche fría y decidí entrarlo a mi cuarto.

Le puse un poco de periódico, y se echó, era un gato gordo, sus pelos eran grises, me gustó mucho; volví a ver su placa y su frase, entró en mi mente, me puso a pensar tantas cosas que terminé muy cansado.

Me acosté en la cama, pero, no sabía a quién pensar, si a la chica de mis sueños o a la del bar, no sabía a quién soñar; la magia que sentía cuando estaba con ellas, era incomparable. Me fumé un cigarrillo, decidí cerrar mis ojos, y dormir, o por lo menos, tratar de hacerlo.

Una noche especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora