1. La Diferencia

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PRIMERA PARTE: EL ACCIDENTE

Punto de vista de Ariel

Vamos al Centro de Sekail, nuestro país, nuestra ciudad, nuestro mundo. Según el movimiento del ascensor se escucha un ruido sibilante, que al principio me parecía molesto, ahora ya no lo escucho. Delante de mí va mi hermana menor, María, sé que tiene once años, que ya es toda una señorita, sin embargo, para mí todavía es una niña.

Estúpidos chequeos médicos. Se supone que es responsabilidad ciudadana subir al Centro, a hacerse un chequeo médico anual cuando se es infante, y bianual cuando se es mayor de edad; en el caso de las mujeres, la cosa es diferente, el chequeo es trimestral, desde los once años, cuando empieza el periodo. Ya le vino a mi hermana, motivo por el cual vamos al médico.

 Somos pobres, apenas mi mamá puede mantenernos, darnos lo básico para una supervivencia dizque digna. No es crítica, amo a mi madre, y cuando cumpla la mayoría de edad, podré trabajar y ayudar a sostener a nuestra pequeña familia. Mi mamá se enojará mucho conmigo cuando le diga lo que planeo hacer. Este viaje es todo un lujo, lo bueno es que el Centro es el que paga casi todos los viáticos, nosotras en nuestra pobreza no podríamos si quiera aspirar a ir. Todo será diferente cuando trabaje. Éste es mi último viaje gratuito, para mi próximo chequeo y el de María o el de mi madre, deberé pagar cuando menos el cincuenta por ciento del costo del viaje. Pero, insisto, todo será diferente cuando trabaje.

Mi mamá menciona algo sobre los estudios y adiestramientos que hay en el Centro, sé que lo hace con la esperanza de que algo me interese, yo sólo me encojo de hombros y a la tercera vez que insiste, le digo que veré qué encuentro. Volteo a ver a María, como pidiéndole que distraiga a mi mamá para que me deje en paz, que me deje respirar. Mi hermana me sonríe, está nerviosa, es la primera vez que va a un chequeo médico en la categoría de señorita. Recuerdo mi primera vez, yo estaba igual de nerviosa, pero no fue muy diferente de los que me hacían antes de que me bajara la regla, excepto por el ultrasonido, se lo he contado a María, pero ella sigue nerviosa.

Yo miro por la ventana cómo pasan los pisos a gran velocidad, me mareo y de nuevo soy consciente del sibilante ruido del movimiento del ascensor, pero unos minutos más tarde llegamos al Centro, suspiro hondo, respirando el aire limpio y puro que hay en el piso superior de todos.

Llegamos a la Unidad Médica. Hay muchas otras mujeres, casi la mayoría está entre los once y los veinte, somos las que venimos trimestralmente, algunas se ven nerviosas, asumo que serán arrestadas después de que pasen a su chequeo, otras son más obvias y se ponen las manos en el vientre bajo. El tiempo de espera en nuestra Unidad Médica es de veinticinco minutos, por delante de nosotras hay cuatro pacientes: cien minutos de espera, después sigue María, veinticinco minutos, luego yo y finalmente mi madre. Una espera de casi tres horas. La Unidad Médica cierra hasta las ocho de la noche, son las dos de la tarde. Tres médicos son los que atienden.

Las puertas se abren, entran un par de Oficiales del Estado, vienen con sus uniformes azules, planchados y brillantes, portan sus armas en el cinturón, se dirigen a uno de los cubículos y después de unos minutos y unos gritos histéricos y aterradores, salen arrastrando a una mujer de cada brazo, que sigue luchando por liberarse.

—María Velt. –sale el médico del cubículo dos, ése del que sacaron a la mujer.

María se levanta de un brinco para caminar como si no tuviera rodillas. Voltea a vernos, después de pasarse un nudo. Veo pánico en sus ojos.

—No pasa nada –digo moviendo sólo los labios, sin usar la voz–. A ti no te llevarán. Tú no estás embarazada.

La niña entra nerviosa.

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