En el silencio de la noche, una casa al final de la calle llamaba la atención a todo aquel que pasase por el acerado. Estaba situada en la zona más oscura, casi parecía estar advirtiendo sobre el peligro que se enfrentaba aquel que se aventurase a entrar. Pero nadie se acercaba nunca.
Una mujer observaba el recorrido que trazaban las gotas de lluvia por la ventana desde el interior de la casa. Los vecinos la conocían como 'La mujer de fuego': todos notaban su presencia pero no dejaba más que un rastro de cenizas a su paso. Sin embargo, su nombre era Andrómeda Leblanc.La mujer poseía una melena pelirroja que la caracterizaba, pero esa noche, no solo su pelo estaba teñido de rojo. Restregó las manos por los pantalones de forma casi inconsciente tratando de limpiar sus manos, cuando su mirada se posó en una fotografía. Era vieja y estaba colocada encima del escritorio, rota por la parte superior como las marcas que dejan una chincheta tras usarla. Mostraba la foto de una mujer y una niña. Ambas pelirrojas, muy parecidas, la mayor sonreía a la cámara. La pequeña mostraba una seriedad casi electrizante y una mirada vacía.
Andrómeda pasó un dedo sobre la fotografía dejando un rastro de sangre.
Habían pasado trece años pero aún recordaba el día en que se la hicieron. Había sido en su octavo cumpleaños, y segundos antes, su madre le había cruzado la cara por haberle, según su criterio, faltado el respeto. Era casi gracioso el giro de acontecimientos que había sucedido entre madre e hija.
Contempló el resto de la habitación, todo seguía tal y como lo había dejado la última vez que estuvo allí. Pasó la mano por el escritorio combinando el polvo previo con la sangre que decoraba sus manos. Se sentó en la cama y ésta soltó un leve quejido que resonó en toda la habitación. Bajo la vista hacia sus manos, seguían manchadas. No se había dado cuenta que había cogido la fotografía y ahora descansaba en sus palmas. Volvió a echarle una ojeada. No sabía si debía relacionar esa imagen con mejores tiempos. Sacudió la cabeza y una imagen más joven del hombre que se hallaba en la cocina se hizo presente en su mente.No hay un enemigo más mortal que tu cabeza. Cuando la mente está en tu contra, lo has perdido todo.
Decidió salir de la habitación dónde había vivido tantas pesadillas de pequeña y se dirigió a la cocina donde le estaba esperando su compañero de crímenes, Nicolás Blishwick, un joven rubio de ojos claros que solía tomarse la justicia por su propia mano. Nunca le había gustado la mentalidad del joven, pero había acabado sucumbiendo ante el atractivo de esa idea. Antes de conocerle, estaba perdida y enfadada todo el tiempo, y aunque jamas lo reconocería, ni en voz alta ni a sí misma, él la mantenía centrada.
Recordó cuando le había conocido. A penas habían pasado cinco años, pero habían estado tanto tiempo juntos que parecía toda una vida. Ella se acababa de escapar de casa, él acababa de salir del orfanato donde vivía. Parecían destinados a estar juntos, y un incendio hizo el resto. Dos desconocidos víctimas de maltratos por parte de adultos quienes se suponían que debían protegerles se convirtieron, en un solo instante, en los villanos de la historia. Los recuerdos de aquella noche de agosto pasaron por su cabeza de forma apelotonada.
Una camioneta rociada en aceite. Una muchacha provoca la llama. Un joven incrementa el fuego. Ninguno sabe como apagarlo, y uno se ve envuelto en el feroz aliento de la muerte. Tres entraron y dos salieron. Un suceso que les uniría eternamente al otro y que les cambiaría su perspectiva de las cosas.
Ella creía firmemente en la no existencia de la bondad o la maldad. Simplemente creía en que las personas intentaban sobrevivir a su propia vida en un mundo donde no todos recibían las mismas posibilidades.Aquella noche, tan parecida a la de aquel momento, fueron los responsables de la muerte de un adolescente. Pero no fue su muerte la que los catalogó como 'asesinos', fue el Estado. Pusieron precio a sus cabezas nada más habían empezado a vivir.
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Cenizas de Sangre
Short StoryUn cuento corto de mi creación. Para aquellos que son capaces de ver a través de la superficie.