Agujeros

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A pesar de que Jennifer no llevaba mucho tiempo viviendo sola, le iba bien en su nueva vida. Consiguió un pequeño departamento ubicado en el centro de la ciudad a bajo precio. Y ganaba dinero vendiendo floreros y macetas que ella misma fabricaba, por lo menos hasta que consiguiera un trabajo mejor.

Pero una noche ese sueño llegó a ella.

Un extraño ser de aspecto vagamente humano, desnudo, de pie en medio de un lugar oscuro. La piel del ente era grisácea y carente de cabello. Su cabeza, redonda y anormalmente grande, poseía agujeros circulares casi perfectos en lugar de ojos y boca, en cuyo interior solo se veía negrura.

El ser se mantenía inmóvil, no parecía siquiera respirar. De pronto levantaba su brazo derecho dejando su mano a la altura de su cara, y permanecía así por otro largo rato. Entonces comenzaba a introducir sus dedos en el orificio de su ojo, forzando y estirando la apertura, desgarrándola, hasta enterrar la mano por completo en su cabeza. Chorros de sangre negra y espesa brotaban del agujero y se deslizaban por su cuerpo hasta el suelo. No parecía sentir dolor alguno, no parecía sentir algo en absoluto. El ser a continuación retorcía los dedos y escarbaba en su interior, revolviendo y destrozando sus órganos. Cuando sacaba la mano lo hacía con un puñado de la molida masa de carne y la arrojaba al piso.

Por eternos minutos se dedicaba a repetir el proceso, usando ambas manos, por todo su cuerpo. Si no había una abertura atravesaba la piel a la fuerza, rompiendo sus huesos si es necesario, siempre sacando restos de sus órganos destruidos para desecharlos, hasta que quedaba tan desfigurado y vacío que simplemente caía al suelo.

Era ahí cuando la joven despertaba. Sentada en su cama, sudando, llorando de miedo.

La pesadilla venía a ella siempre que se dormía, sin excepción. Y en cada sueño el ser parecía estar más cerca. Probó pastillas, fue con psicólogos, curas y médiums, pero nada sirvió. Jennifer se alejó de todos, se encerró en su departamento. Estaba exhausta, débil, y su mente no funcionaba bien por la falta de descanso. Le tenía terror a dormirse.

Poco antes de que se cumpliera un mes desde el primer sueño, empezó a considerar la idea de quitarse la vida. Esa noche no soñó. Y la noche siguiente tampoco. En el último sueño que tuvo, el ser estaba tan cerca que solo podía ver su mitad superior y casi sentir su olor y calor. Pero eso ya no importaba, tenía una vida normal otra vez. Volvía a ser feliz.

...

Dos semanas después la joven se preparaba para un largo viaje que haría al día siguiente. Visitaría a su familia, a quienes hace mucho no veía. En la cama abiertas las maletas a medio llenar y ropa tirada por el suelo. El ruido lejano del tráfico entraba por la ventana. Lavaba sus manos cuando la luz del baño se cortó, quedando precariamente iluminada por la luz que llegaba del dormitorio. La reacción de la chica fue erguirse asustada, pero al hacerlo lo que encontró frente a ella en el espejo no fue su reflejo, sino al horrible ser de su sueño. Inerte. "Observándola" con esas cuencas vacías y obscuras.

Jennifer se paralizó al instante. No podía ni siquiera abrir la boca para gritar y pronto se dio cuenta de que el miedo no era el culpable. Desde su cabeza hasta sus pies, solo era capaz de mover los ojos. Así pudo ver con completa claridad, con lágrimas cayendo por su rostro y orina deslizándose por sus piernas, cómo la criatura del espejo alzaba su brazo derecho dejando su mano a la altura su inhumana cara. El brazo de la joven lo siguió, moviéndose de la misma forma. En perfecta sincronía.

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