Criaturas voladoras

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El sol se oculta en los momentos más inoportunos, en un pueblo en cenizas y en ruinas al capitán se le ocurre pasar la noche en el palacio abandonado en las lejanías de ese pueblo.

El ambiente era frío, no había nieve pero si mucha humedad, en el palacio esperaban encontrar una chimenea que les diera calor para protegerse del viento helado. Al entrar allí había un olor a azufre y de putrefacción o simplemente era el olor que salía de las armaduras que no se quitaban desde hace días.

Notaron que faltaban los candelabros al ver el inmenso techo, no habían antorchas en las paredes seguramente los antiguos dueños se los llevaron al abandonar el sombrío castillo.
Las paredes, ventanas y puertas estaban diseñadas para que la luz y la claridad no penetraran al castillo. Si no fuera por la puerta rota, el agujero en algunas ventanas y el par de antorchas que sostenían los soldados solo se vería la oscuridad.

Explorando un poco más el lúgubre castillo veían que tenía una decoración un poco extraña, por dichas razones empezaron a murmurar que los antiguos dueños no eran religiosos o monarcas. Eso explicaría la gran distancia del castillo y la masacrada aldea.

Habían al menos unas cincuenta o sesenta pinturas, uno de los soldados se quedó fascinado con una de ellas, el protagonista era un demonio con alas de murciélago muy llamativas, en sus colmillos goteaba sangre y debajo de él yacian cadáveres humanos. Era algo desagradable pero lo que le llamó la atención fue que las alas hicieron un movimiento, el soldado pensó que estaba loco pero aún así se quedó un buen rato. Duró tantos minutos cuestionando que no vió venir una de las hachas que adornaban la pared. El golpe fue en seco, no le dió tiempo ni de pestañear.

Todo iba normal hasta que un valiente soldado dió con una puerta, dicha puerta lo llevó a una cámara de torturas. Rápidamente observaba todos los instrumentos que había en ella, ensangrentados, magullados y unos tenían pedazos de carne. Le avisó al capitán que no debían dormir ahí, algo malo sucedía con ese sitio que no le gustaba.

- Busca otro lugar con un techo cálido y que no quede lejos de aquí. - Dijo el capitán.

El capitán tenía razón, era el único lugar a kilómetros. Aunque tenía la opción de dormir afuera, morir congelado y luego ser comido por los lobos que rondaban por esas zonas.

Después de un par de discusiones, decidieron dormir al lado de las escaleras elegantes que estaban cerca de la entrada, era el único sitio donde la putrefacción era menor porque el viento entraba por la puerta y se alejaba un poco.

El capitán pidió un conteo y unos informes.
Faltaba un soldado, a uno de ellos lo sorprendió una armadura vacía y lo apuñaló en el estómago, uno se acercó demasiado a un instrumento en la cámara de torturas y le cortó la oreja y su compañero quedó en shock como si hubiese visto al mismísimo demonio.
Los demás estaban sanos pero un poco aturdidos por el olor y el miedo que causaba cada anécdota que contaba otro soldado.

Hicieron una fogata, se acostaron alrededor. Intentar descansar en ese castillo era un desafío, la madera rechinaba el viento hacia un ruido extraño cada vez que entraba por los agujeros de las ventanas.
Cerrar los ojos era casi imposible, por lo menos era cálido y tenían compañía.
El capitán y sus seis soldados eran buenos espadachines y no había nada que temer.

Miraron el techo oscuro por mucho tiempo, sin embargo nunca notaron a las criaturas voladoras con alas enormes hasta que empezaron a descender sobre ellos.

La primera baja fue el soldado con la herida en el estómago se volvió lento y no alcanzó su espada para asesinar a la criatura que tenía en el cuello, el soldado que le dió un ataque de shock estaba nuevamente en ese estado cuando uno de los vampiros le golpeó la cara destrozando su cráneo.

Eran una docena o tal vez un millón de ellos, era difícil calcular, el capitán agitaba su espada una, dos, tres hasta cuatro veces para poder matar a una de esas criaturas. Se sentía aliviado al matar a una pero no lo suficiente porque otra llegaba al instante.

El soldado con la oreja cortada mostró su determinación y disciplina con la espada, agarró la espada de su compañero y empezó a asesinar a diestra y siniestra, descubrió que morían fácilmente si le atravesaba el corazón o le cortaba las cabezas, de ninguna otra forma morían.
Se giraba y cortaba una, regresaba y cortaba otra cabeza, era un bailarín con una espada que con cada movimiento asesinaba a un vampiro.
Había matado a unos nueve o diez cuando lo arrinconaron unos cuatro vampiros en todos los ángulos, dió un paso hacia atrás haciendo una voltereta agitando ambas espadas terminando con la vida de dos vampiros y a otro lo hirió cortándole la cara desde la frente hasta la barbilla. El cuarto vampiro lo empujó con tanta fuerza que salió volando y una de sus espadas lo terminó lastimando en la pierna.

Se levantó como pudo, vió a su capitán matar a dos vampiros cuando gritaba que debían reagruparse.
Era buena idea reagruparse pero solo quedaban tres soldados y el capitán.
Se reagruparon formando un círculo, la técnica funcionaba a pesar de estar muy heridos.

Mientras permanencian en esa posición lograron detallar el cuerpo de los vampiros dedujeron que no eran tan diferentes a los humanos, aunque tenían esa sed de sangre, unos colmillos capaz de penetrar la piel con facilidad, una fuerza increíble y unas alas gigantes.

No supieron cuánto tiempo estuvieron luchando, la técnica de reagrupación era perfecta hasta que uno de los soldados se volvió un poco lento por el agotamiento y un vampiro le atravesó el pecho con su mano.

No podían más, el soldado sin oreja se desangraba por la pierna, el otro soldado no tenía una visión clara por el sudor que corría por su cara y el capitán seguía de pie a pesar de los golpes que recibía. Sin esperanza empezaron a ceder. Los vampiros se retiraron sin aviso alguno, ellos atónitos no entendían que pasó. Debían salir de ahí en cuanto antes. La luz del sol empezó a entrar por los agujeros y ellos cansados, ensangrentados y cojeando salieron de ese horripilante sitio.

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