El primer edificio que me fue asignado se ubicaba entre la calle Mendoza y Tronador. O sea, a quince cuadras de mi casa.Eso me aseguraba un conocimiento estratégico para la obtención de tabaco, alcohol y otras sustancias al regresar a mi hoguera.Hacía bastante tiempo que no cumplía un horario fijo, por lo que necesitaba evadirme de la realidad antes de caer en ella.En mi juventud, ya había deambulado un par de noches por ese fino barrio de Belgrano R., alcoholizándome en busca de alguna vendeja de colegio privado que se prestara a ciertas obscenidades. Nunca se me dio.Me levanté harto y afiebrado, prendí un cigarrillo negro y salí disparado ya que me había quedado dormido. El cenicero cayó al suelo, desparramó todas sus colillas sobre la colcha y luego algo me preocupó. Mi cuarto, para ese momento, parecían un basural estatal. Dejé todo como estaba, luego me zambullí ala jornada laboral. La primera persona que se me cruzó no pertenecía al edificio, sino que era un vecino aledaño y cuando estaba por entrar al cuarto de encargados, me dijo:– ¿Venís a remplazar al morochito, no?–Creo que sí.–El pibe morochito siempre baldeaba mi acera cuando le sobraba tiempo.–Ah, mire usted. ¿Señor, se acuerda cómo se llamaba ese caballero?– ¿El morochito?–Sí.–No, nunca lo supe.El morochito nunca llegó a propagar su destino, parecía que se había cansado de que nadie supiera cuál era su nombre. Un día, fumándome un pucho junto con el ex encargado de la cuadra, en la puerta de la oficina de la empresa, me atinó:–No los mires a los ojos, odian cuando un limpia pisos los mira a los ojos.–Si me insultan, les quiebro el tabique.–No vas a llegar a ello, solo bloquéalos.–Amén, dame otro faso. Terminaba de limpiar la puerta, regar las plantas y baldear el frente en cuarenta y cinco minutos. Luego me echaba en una esquina del cuarto de encargados a descansar, después defecaba en el baño del estacionamiento. Este era tan chico que parecía una caja de zapatos. La mierda rebalsaba por las paredes del inodoro, que estaba rajado en una de las puntas. Cada vez que iba a hacer mis necesidades, se me habría una herida, se me infectaba y me causaba estreñimiento. Un hueco hacía que las invasoras caminaran como dueñas del territorio. Yo me les quedaba viendo su andar con una tranquilidad budista. En la esquina del edificio, había una garita, con un muchacho de seguridad entrando y saliendo todo el tiempo.Después de terminar el frente, siempre me pedía permiso para pasar al baño. Se lo permitía y luego nos quedábamos charlando de cualquier pelotudez para dejar que el reloj laboral corriera lo más rápido posible. Los temas rondaban en putas, bebidas,fútbol, comida. Lo demás al hombre no le interesa.Uno de mis mejores camaradas, años antes, vivía a cinco cuadras de aquel servicio. Las mismas calles que una época recorría totalmente dado vuelta ahora se habían convertido en mi yugo diario. Las mismas calles que una vez eran escudo de mis locuras, ahora eran murallas de mi cárcel económica ¿Quién lo hubiera pensado? El mundo no es un pañuelo, es un inodoro lleno de mierda, rodeado de cucarachas peleando con los humanos por un lugar en esta selva de hormigón.En mi primer día laboral, sin darme cuenta una cucaracha empezó a caminar por mi espalda. Salí disparado del baño con los pantalones bajos y el trasero al aire, justo cuando una viejecita estaba arrancando su Ford Falcón. Al verme, se asustó tanto que arrancó su caballo de metal y dejó el estacionamiento abierto.Por suerte, la viejecita alquilaba la cochera del edificio y no vivía en él. Después de limpiarme las partes, vi a la intrusa en un rincón, dejé que partiera ilesa la maldita. Me había alegrado aquel opaco día nublado.Media hora más tarde, barría los cuatro pisos desde arriba hacia abajo. Después los baldeaba. Lo divertido era que a la gente parecía no importarle si lo hacía bien o mal, nadie se quejaba. Cada inquilino o dueño andaba de un lado para otro matando el tiempo con preguntas sin sentido. .Cuando me aburría, me iba al techo y me tomaba unos güisquis con coca, siempre tenía reservas en el placar de elementos de limpieza. Podía observar la riqueza que en tantos lugares faltaba.– ¡Dios mío! –pensé, ¡soy un eunuco! ¡Un eunuco con privilegios de la corte!De los veintisiete departamentos que formaban parte del edificio solo algunos estaban ocupados. La mayoría estaban deshabitados, parecía un edificio fantasma. Miraba en las rejillas por si alguien anduviera detrás de las puertas esperando un ataque o el Apocalipsis. Pero parecía que adentro solo reinara un silencio sepulcral. Cuando me excitaba, contemplaba por la rendija de las puertas deseando ver una imagen erótica o un crimen, solo se reflejaban leves rayos de sol a la distancia.Desde el cuarto de encargados, podía oír quién entraba, quién salía, quién podía llegar a ser un asesino en potencia, etcétera.En la puerta del frente sucedía lo mismo, una persona caminaba por la puerta cada dos horas. Uno podía sentarse a beber cerveza durante toda la jornada y nadie se molestaría en reprocharle algo. Era demasiado bueno para ser verdad, luego lo comprobaría... Lo maléfico era que estaba lleno de cucarachas, arañas, hormigas. Acostarse adormir era un peligro si apagaba la luz.Con el paso de los días, se me hizo costumbre correr desnudo por el cuarto dando círculos alrededor. Las resacas de mis borracheras me llevaban a jugar con fuego, a esperar una requisa, esa requisa que jamás llegaría.Las horas se me hacían interminables–¡¡Encargado, venga urgente que se inunda el techo!!–Espere un minuto que estoy acomodando las cosas.–¡¡Encargado!! ¿Está usted ahí?–Espéreme un segundito nomás, señora.– ¡Apúrese, señor!–¡¡Ah!! La puta madre, ya va, señora, sepa aguantar.. Al salir, un vejestorio de sesenta años, con la tez huesuda más muerta de la historia mundial, me tomó del brazo frenéticamente. Balbuceaba frases incoherentes, contorsionando sus escuálidos huesos alrededor de mi existencia, luego me dijo:– ¡Está rebalsando el agua del tanque de agua! Cuando fui a colgar la ropa me mojé todos los pies.–Quédese tranquila, en mi casa también pasa, se soluciona en un minuto, no se ponga nerviosa.– ¿Está seguro, encargado?–A seguro se lo llevaron preso.– ¿Qué dijo?– ¡Voy para arriba a chequear la caída del muro!–Lo mejor sería llamar a la administración.–No es necesario.–Mire que es un desastre, cuando s e hagan las doce usted se va a marchar y quién soluciona luego la catástrofe.–Primero deje que le eche una ojeada y después vemos.–Bueno, pero por favor haga lo posible de arreglar este problema.–Se lo prometo como aquellos que prometieron limpiar el Riachuelo.– ¡Dios mío!Corrí por el pasillo junto a ella hasta el ascensor con mis pensamientos aún calientes. Abrí la puerta, entré y apreté el botón del cuarto piso. Dejé al vejestorio lo más alejado de mí, al tiempo que me hacía un gesto obsceno por la boca de la puerta.No se sentía cómoda, por lo visto, por mi presencia secreta en el cuarto de encargados, era como si supiera qué pasaba en la oscuridad de las paredes húmedas y olorosas de mi refugio ajeno. Adentro del ascensor, se me escapó un chorrito que logré hacer pasar desapercibido con un suave juego de manos.
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"Ciudadanos -alien-fuck-off"
Historical FictionLos cautivos de ideas tremendistas se divierten lanzados aullidos. Algunos caen, otros resisten, pero todos no sabemos que soportar la bazofia de esta existencia. ¡Maldita suerte!.