Gustabo se había despertado por una pesadilla de golpe. Se precipito sobre su costado de golpe, dolorido. Su frente era inundada de sudor, sus manos estaban temblorosas. Tardo en procesar que ya había pasado pues las voces de su cabeza no le dieron tregua. Cuando se callaron, al chaval le inundo una sensacion de alivio. Decidido a seguir adelante, opto por levantarse.
En el espejo veía a un chico hermoso, de los que radian juventud. Unos bellos ojos azules que resaltaban en su tez clara. Esa figura perfecta exigía una persona a la altura, últimamente no le daban las fuerzas.
Se vistió con una sudadera roja y un vaquero negro, saliendo así mismo de su piso por amago de despejarse.
Era martes, sobre las 7 de la mañana: No había nadie en la calle. Lo agradeció, prefería ese panorama: calles tranquilas y en silencio... ese silencio que tanto anhelaba.
Bostezaba de vez en cuándo, por el sueño y más porque la idea de ir a clases tenía ese efecto en él.
Una vez tomo asiento en el tren, dejo de luchar con sus párpados y cedió; pocos minutos después había caído rendido.
-¿Dónde estoy?
Se pregunto confuso al despertar, sacudió su cabeza tratando de comprender que habia sucedido. Se percató de que se había pasado, y mucho, de su parada.
Miro la hora, ya era muy tarde como para ir a clases. Sin más remedio hoy tendria que faltar, tampoco le importaría a nadie; no se darían ni cuenta.
Cuando el tren paró, se bajó sin saber dónde habia llegado . Se alejo de la estación para encontrarse con un pueblo rural.
Habría dormido mucho, ya que él vivía en plena ciudad... aquello era el campo.
Pastos verdes, casas blancas y bajas, caminos de piedra y el canto de los pájaros desubicaron aún más al joven; acostumbrado al ajetreo de la ciudad.
Comenzó a recorrer aquellos campos verdes ahora repletos de margaritas: le pareció fascinante.
Vio a lo lejos las montañas nevadas y más próximos, los bosques. Habían vacas pastando plácidamente y él se veía contagiado de ese sentimiento de paz. No saber donde se encontraba le generaba inseguridad, pero se sentía tan reconfortado que ignoro esos pensamientos.
Incluso pasó por enfrente de una panadería y entonces le vino un olor a pan recién hecho que lo atonto: entro recordando que no había desayunado.
Una vez desayunado siguió caminando.Se paso así horas, viendo el pueblo y sus alrededores hasta que el sol ya se empezaba a ir. Entonces encontró un parque, donde se acomodo sobre la hierba boca arriba agotado.
Observaba cómo poco a poco el cielo se teñia de colores anaranjados.
-¿Que haces ahí?
Se sobresalto, aquella voz le había sacado de su mente. No se esperaba estar acompañado, tuvo que comportarse por lo que se incorporó para corresponder. Respondió pacientemente, la verdad es que no quería reprimendas y ese hombre parecía del tipo que le llenaría los oídos de charlas de adultos. Aunque no debía superarle mucho en edad deducio por su aspecto.
Su físico era imponente, además de alto era robusto. Su cabello negro como el azabache. Debía ser militar, eso explicaría su porte, habia escuchado que hombres asi eran enviados a sitios remotos para sus entrenamientos. Su mirada le inspiraba miedo, y curiosidad. Sus ojos marrones intentaban transmitir un semblante de sosiego, pero debía de estarse cuestionando que hacía allí.
-¿Tengo algo en la cara o qué? Yo soy Jack ¿debo ayudarte?
Gustabo no pudo evitar sonreír y Jack le devolvió el gesto para suavizar el momento. De ahí inicio una conversación que desembocó en miles más.
Y así fue como desde aquel día, el rubio iba todos los martes al parque. Donde se encontraba con Jack que le esperaba siempre. Se hicieron confidentes, ambos escapaban de sus vidas para encontrarse.
Compartiendo tiempo juntos era como soltaban sus ataduras. Dedicaban ese día para ser felices, tan solo eso se podían permitir y donde nadie observaba claro.
Él asistía a sus clases por la mañana con nervios de volverle a ver y Jack se pasaba su mañana entretenido con sus obligaciones pero su mente en la imagen del rubio: ambos esperando con ansias la tarde del martes.
Ni la lluvia lo impedía.El mayor aprendió a tocar la guitarra para aquellos días. Después de pocos martes, todo el pueblo conocía del dúo y lo que les condenó hasta la última nota.
Aquel martes llovía mucho.
Cuándo llegó al parque se lo encontró vacío. Miro hacía todas direcciones en busca de Jack, pero no lo encontró.
Corrió hasta su casa necesitado, encontrandola vacía y con las sábanas blancas dobladas encima de la cama.
En el pueblo no sabían nada, nadie lo había visto desde el último martes.
Deambuló bajo la lluvia en busca de Jack, con esperanza que según pasaba el tiempo iba disminuyendo.
Volvió al parque y se sentó en el banco donde solía esperarle Jack. Con los ojos cerrados como el primer día y la cabeza mirando al cielo, cubierto de nubarrones, escucho la voz de Jack llamándole.
Persiguió la voz, no había nadie.
Como un suspiro empezó a murmurar la canción que le había escrito ha Jack para que la tocase en guitarra.
Pronto, el murmuró se convirtió en una llamada de socorro, llena de sentimiento que hicieron llorar sus ojos azules. Su voz se trono y no pudo seguir cantando.
No entendía que le pasaba. Él no lloraba. Él no sufría por nadie. ¿Ahora lo haría por él? ¿Volvia a escuchar voces? ¿Las pesadillas de perderle, estaban haciéndose realidad?
Por Jack el tiempo había vuelto a importarle, sabía que cada martes su vida tomaba sentido. Le mantenía vivo, presente. Ahora esas horas lo distaban de él y le hacían perder la cordura.
Arrastrando los pies volvió al pueblo, todo allí traía a Jack de vuelta en su mente. Debía asegurarse de algo antes de perder toda la fe que le quedaba.
Busco la cuadra del semental de Jack, lo más preciado para él, y no estaba. Su dueño nunca se iría sin él. Tropezó huyendo de allí, trato salir del establo a prisas pero tropezó con la chica que cuidaba del caballo.
Diana, una chica maja y que siempre le habia transmitido bondad. Ahora le miraba triste intuyendo la tristeza que tenía. Él se derrumbó en sus hombros, ella había intuido el amor que entre ellos dos existía. Tuvo que acercarle a la estación en su moto por la flaqueza de sus fuerzas, se delimito a llegar a su piso sin decir palabra.
Aquel día la lluvia se esfumó.
Todo el mundo se dio cuenta de que ellos no volverían a encontrarse.
Su amor necesitaba de volver todos martes. Decian que la lluvia se esfumaba cuando el joven volvía al pueblo.
Esperando la vuelta de Jack. Él cuál nuncá volvió.