ARIANNE II

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 A lo largo de toda la Costa Sur del Cabo de la Ira había desmoronadas atalayas de piedra, alzadas en tiempos pasados para avisar de los asaltantes dornienses que cruzaban el Mar. Pueblos habían crecido alrededor de las torres. Algunos pocos se habían convertido en ciudades. El Peregrino había hecho puerto en una de ellas, Torrellorosa, donde el cuerpo del Joven Dragón había reposado tres días en su viaje de vuelta desde Dorne. Los estandartes que ondeaban en las vigorosas murallas de madera mostraban aún el león y el astado del ReyTommen sugiriendo que allí al menos seguía dominando el mandato del Trono de Hierro. Arianne avisó a su compañía cuando desembarcaban: "Guardad vuestras lenguas". "Sería mejor si Desembarco del Rey nunca supiera que pasamos por aquí.". Si la rebelión de Lord Connington era erradicada, les vendría mal que se supiera que Doran le había enviado a ella a tratar con él y con su pretendiente. Esa era otra de las lecciones que su padre se había esforzado en enseñarle. Elige con cuidado tu bando y solo si tienes opción de ganar.

Torrellorosa era lo suficientemente grande como como para que no tuvieran problemas en comprar caballos, aunque el coste era cinco veces mayor de lo que había sido hace un año. "Son viejos pero buenos" dijo el vendedor. "Y no vais a encontrar otros mejores a este lado de Bastión de Tormentas. Los hombres del Grifo capturan cada caballo y mula que se encuentran. Bueyes también. Algunos hacen una marca en un papel si les pides que te paguen. Pero otros te cortarían el estómago y te pagarían con un puñado de tus propias tripas. Si os acercáis a alguno de ellos, guardad la lengua; guardad la lengua y entregad vuestros caballos."

La ciudad era lo suficientemente grande como para albergar tres posadas y en todas sus salas comunes abundaban los rumores. Arianne mandó hombres a cada una de ellas para escuchar lo que se decía. En El Escudo Roto, a Daemon Arena le dijeron que el Gran Septo en Mitad de Hombre había sido quemado y saqueado por asaltantes que vinieron del mar y un centenar de jóvenes novicias de la Casa Madre en la Isla de la Doncella habían sido hechas esclavas. En El Telar, Joss Hood habría descubierto que medio centenar de hombres y chicos de Torrellorosa había marchado al norte a unirse a Jon Connington en Nido del Grifo, incluyendo el jover Ser Addam, el hijo del anciano Lord Whitehead y su heredero. Pero en el bien denominado El Dorniense Borracho, Plumas escuchó a algunos hombres musitar que el Grifo había matado al hermano de Ronnet el Rojo y violado a su hermana que aún era doncella. El mismo Ronnet se decía que estaba marchando al sur a vengar la muerte de su hermano y la deshonra de su hermana. Esa noche, Arianne mandó el primero de sus cuervos a Dorne, informando a su padre de lo que había visto y oído.

La siguiente mañana la compañía se dirigió a Niebla cuando los primeros rayos del sol naciente pasaban a través de los picudos techos y retorcidos callejones de Torrellorosa. Para media mañana, una ligera lluvia empezó a caer mientras se dirigían al norte a través de tierras de verdes campos y pequeñas aldeas. Hasta ese momento no habían visto signos de lucha, pero todos los demás viajeros parecían ir en dirección contraria. Y todas las mujeres en las villas les miraban con ojos inexpresivos y mantenían a sus hijos cerca. Más al norte, los campos daban paso a colinas rodantes y espesas arboledas de viejos bosques. El camino se convirtió en sendero y los pueblos se volvieron menos comunes. El crepúsculo les encontró en los márgenes de La Selva, un mundo verde y mojado donde arroyos y ríos marchaban a través de arboles oscuros y la tierra estaba hecha de barro y hojas podridas. Grandes sauces crecían a lo largo de los márgenes del río, más grandes que cualquier otro que Arianne hubiera visto, con sus grandes troncos tan nudosos y retorcidos como el rostro de un anciano y engalanados con barbas de musgo plateado. Los árboles se mantenían cercanos tapando casi por completo el sol. Abetos y cedros rojos, robles blancos, pinos soldados que se mantenían tan altos y rectos como torres, colosales sentineles, arces de grandes hojas, secuoyas, incluso por aquí y por allá, un arciano salvaje. Bajo sus enredadas ramas, helechos y flores crecían en abundancia: helechos espada, helechos dama, cordones de gaitero, estrellas de la tarde y besos envenenados, hierba de hígado, hierba de pulmón, antocerotes...Los hongos brotaban bajo las raíces de los árboles y de sus troncos también. Como manos pálidas y moteadas capturaban la lluvia. Otros árboles estaban forrados de musgo, verde o gris o rojizo y uno de brillante morado. Líquenes cubrían cada roca y piedra, y renacuajos se alimentaban bajo maderas podridas. El propio aire parecía verde. Arianne había oído una vez a su padre y al maestre Kelion discutir con un septón por qué los lados sur y norte del Mar de Dorne eran tan distintos. El septón pensaba que era porque Durran Pesardedioses, el primer Rey Tormenta, había secuestrado a la hija del Dios del Mar y la Diosa del Viento y ganado su eterna enemistad. El príncipe Doran y el maestre se inclinaban más hacía el viento y el agua y cómo las grandes tormentas que se formaban en el Mar del Verano llevaban semillas y humedad al norte hasta llegar al Cabo de la Ira. "Por alguna razón, las tormentas nunca parecían golpear a Dorne" ella recordaba a su padre decir. "Sé la razón" había respondido el septón "ningún dorniense jamás secuestró la hija de dos dioses."

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