MERCY (ARYA)

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Se despertó con un jadeo, sin saber quién era o dónde estaba.

El olor de la sangre era fuerte en su nariz… ¿o era esa su pesadilla, que persistía? Había soñado con lobos de nuevo, corriendo sobre algún oscuro bosque de pinos con una gran manada tras ella, siguiendo el rastro de una presa.

Una media luz llenó el cuarto, gris y sombrío. Temblando, se sentó en la cama y pasó la mano por su cabeza. Algunos pelos se erizaban contra su mano. Tengo que afeitarme antes de que Izembaro me vea. Mercy, soy Mercy, y esta noche seré violada y asesinada. Su verdadero nombre era Mercedene, pero Mercy (NOTA DEL TRADUCTOR: como misericordia en inglés) era como le llamaba todo el mundo…

Excepto en sueños. Respiró hondo para acallar el latido de su corazón, tratando de recordar más acerca de lo que había soñado, pero la mayoría se había ido. Había habido sangre, creía, y una luna llena, y un árbol que la observaba mientras corría.

Había corrido las cortinas para que el sol de la mañana le despertara. Pero no había sol fuera de la ventana del pequeño cuarto de Mercy, solo un muro de cambiante niebla gris. El aire se había vuelto fresco…y era bueno, pues si no podría haberse pasado el día durmiendo. Sería como si Mercy se durmiera durante su propia violación.

El vello cubría sus piernas. La colcha se enrollaba sobre ella como una serpiente. Ella la retiró, lanzó la manta al suelo de tablas y caminó desnuda hacia la ventana. Braavos estaba perdida en la niebla. Ella podía ver el agua verde del canal debajo, la calle con adoquines de piedra bajo su edificio, dos arcos del musgoso puente… pero el otro extremo del puente desaparecía en el gris, y de los edificios a lo largo del canal solo quedaban unas vagas luces. Oyó una suave salpicadura y un barco serpiente emergió del arco central del puente. “¿Qué hora?” llamó Mercy al hombre que estaba en la alzada cola de la serpiente, empujándola con su remo.

El marinero miró hacia arriba, en busca de la voz: “Cuatro, por el rugir del Titán”. Sus palabras resonaron huecamente en los remolinos de las aguas verdes y los muros de edificios ocultos.

No llegaba tarde, no todavía, pero no debía holgazanear. Mercy era un alma alegre y una trabajadora dura, pero raramente puntual. Eso no serviría hoy. El enviado desde Poniente se esperaba en la Puerta esta tarde, e Izembaro no estaría de humor para excusas, incluso si se las servían con una dulce sonrisa.

Había llenado el barreño con el agua del canal la noche anterior antes de irse a dormir, prefiriendo el agua salobre a la babosa  y verde agua de lluvia de la cisterna. Mojando un trapo áspero, se lavó de la cabeza a los pies, poniéndose a la pata coja para frotarse sus pies callosos. Tras eso encontró su navaja. Una cabeza desnuda ayudaba a las pelucas a entrar mejor, decía Izembaro.

Se afeitó, se puso su ropa interior y se pasó un vestido de lana marrón sobre su cabeza. Una de sus medias necesitaba remiendos, lo vio cuando se la subió. Pediría ayuda al Pargo; cosía tan miserablemente que el encargado de vestuario normalmente se compadecía de ella. O podría agenciarse un bonito par del vestuario. Pero eso sería arriesgado. Izembaro odiaba que los actores llevaran sus ropas en las calles. Excepto por Wendeyne. “Dale a la polla de Izembaro una pequeña mamada y una chica podía llevar cualquier ropa que quisiera”. Mercy no era tan tonta para ello. Daena se lo había advertido: “Las chicas que van por ese camino acaban en El Barco, donde cada hombre que acude sabe que puede tener cualquier cosa bonita que aparezca en el escenario, si su bolsa está lo suficientemente llena”.

Sus botas eran grumos de cuero viejo marrón moteadas con manchas de sal y agrietadas por su largo uso; su cinturón, un tramo de cuerda de cáñamo tintado de azul. Se lo ató sobre su cintura y colgó un cuchillo en su cadera derecha y un monedero en la izquierda. Por último se puso una capa sobre sus hombros. Era una verdadera capa real de actor, lana púrpura forrada de seda roja, con una capucha para protegerse de la lluvia, y tres bolsillos secretos. Ella escondió algunas monedas en uno, una llave de hierro en otro y una cuchilla en la última. Una cuchilla de verdad, no cuchillo de frutero como el que tenía en la cadera, pero que no pertenecía a Mercy, como el resto de sus otros tesoros. El cuchillo de frutero sí pertenecía a Mercy. Ella estaba hecha para comer fruta, sonreír y reír, trabajar duro y hacer lo que se le decía.

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