CAPÍTULO 1: La herencia

12.2K 679 104
                                    

Era otro día como cualquier otro, Harry Potter, el niño que vivió, estaba en su habitación, en el número 4 de Privet Drivet, una mañana cualquiera, la mañana de su cumpleaños número 15, que como siempre se le había olvidado. Leyendo un libro, apenas notó la lechuza que se paró en el alféizar de su ventana. Solo el ulular de esta lo sacó de sus pensamientos.

-Hola, pequeña, ¿es para mí? –le dijo Harry a la lechuza.

Tomó la carta y la lechuza se quedó a esperar la respuesta. La carta tenía el sello del banco Gringotts.

Estimado señor Potter.
Escribimos ya que requerimos  su presencia en el Banco Gringotts con la mayor urgencia posible. Si es posible, agradeceríamos que viniera hoy mismo para sin más demora tratar ciertos asuntos relacionados con su persona.
Atentamente,
Ragnek, duende de Gringotts.

¿Los duendes necesitaban su presencia? ¿Para qué? ¿De urgencia? No tenía respuestas para estas y otras preguntas que se iban formulando en su cabeza, así que decidió responder automáticamente la carta.

Estimado señor Ragnek.
Escribo para informar que visitaré hoy el Banco Gringotts para atender los asuntos que requieren mi presencia.
Lo saluda,
Harry James Potter.

Apenas terminó de escribir la carta, y revisar que estaba correctamente escrita, se la dio a la lechuza que la había traído, la cual emprendió su viaje.
Harry rápidamente busco en su armario, una de sus mejores ropas, se las puso, y echo en una pequeña mochila, una túnica, para cuándo llegará al Callejón Diagon. Bajó las escaleras y llegó a la sala de estar donde se encontraba la sala.

-Salgo, tengo cosas que hacer –automáticamente cerró la puerta.

Levantó su varita, y en segundos el Autobús Noctámbulo apareció en frente.
Aparentemente tener un padrino, asesino y prófugo de la justicia, lo había ayudado grandemente en “mejorar” las relaciones con sus tíos.

Como la vez anterior el viaje en el Autobús Noctámbulo, lo mareó completamente. Tras llegar al Caldero Chorreante, Harry pagó, se bajó y entró al Caldero Chorreante. Saludó a Tom el tabernero y de dirigió al patio trasero, tocó con su varita los ladrillos que Hagrid le había enseñado en su primer año, y entró al largo callejón adoquinado. Sin que nadie se diera cuenta, desapareció en un pequeño callejón y se puso la túnica que traía en la mochila, no era de las mejores, pero al menos no le daba un aspecto de mendigo y no destacaba entre las personas que realizaban sus compras.
Automáticamente de dirigió al edificio de marmól blanco, que sobresalía entre los demás. Era el banco Gringotts, su destino.

No se paró a leer la descripción sobre la puerta y entró al gran donde se encontraban los duendes atendiendo a todos los interesados, contando dinero o analizando joyas y piedras preciosas.
Esperó hasta que un duende quedó desocupado y se acercó a él.

-Buenos días, el duende Ragnek ha solicitado mi presencia en el banco –anunció al duende.

-¿Y usted, es, si puede saberse? –inquirió el duende, sin dejar de hacer su trabajo.

-Harry Potter, señor –contestó algo nervioso.

El duende levantó su cabeza y abrió los ojos, apenas salió del shock se apresuró a salir disculpas.

-Disculpe, señor Potter, perdón, no lo he reconocido. Ahora mismo llamó a Ragnek. Perdóneme. –término de decir y salió apresurado.

Harry no entendía porque tantas disculpas por parte del duende, pero apenas tuvo tiempo de pesar, ya el duende apareció con una puerta acompañado de otro duende.

Los últimos PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora