Terminaron de comer y tras pagar la cuenta salieron del restaurante. La luz del día los deslumbró, pero no tardaron demasiado en acostumbrarse a ella. Lucien se detuvo antes de continuar andando y tomó del brazo a Catherine al ver que no hacía lo mismo.
—Pensándolo bien... —empezó a decir—. ¿Te apetece venir a mi casa? Podría enseñarte mi espacio de trabajo, si quieres.
La pelirroja abrió un poco más los ojos, sorprendida ante su propuesta. Intentó no mostrarse tan emocionada como se sentía, aunque no logró esconder una amplia sonrisa llena de entusiasmo.
—Estaría encantada... No todos los días un escritor me ofrece mostrarme su lugar de trabajo. —Volvió a sonreír.
Lucien bajó tanto la mirada como su propia mano hasta la de ella y entrelazó los dedos con los suyos. Después alzó la barbilla para encontrarse con la mirada de Catherine sobre él. Sin mediar palabra comenzó a caminar y ella lo siguió, en silencio también. Su apartamento quedaba cerca del restaurante y, aunque fue a recogerla, dejó su coche en el garaje del edificio sin saber lo que sucedería tras el almuerzo. Mientras llegaban, de vez en cuando se miraban y sonreían sin ser plenamente conscientes de lo que esos gestos provocaban en la otra persona. Por muy contenido que se mostrara Lucien, su interior estaba en llamas y por momentos pensaba que ella sería capaz de notarlo. Poco tiempo después entraron en el portal y se acercaron al ascensor, que abrió la puerta antes de lo que esperaban. Lucien soltó su mano y dejó que entrara antes de hacerlo él. Quedaron encerrados entre esas cuatro paredes, situados cada uno en la zona opuesta. Catherine lo observaba, concentrada, mientras intentaba calmar su propia respiración agitada. Lanzó un suspiro al aire y, aunque Lucien se percató de ello, no se pronunció al respecto. Unos segundos después las puertas volvieron a abrirse y ambos salieron, aunque la tensión seguía estando presente entre los dos.
—Es aquella puerta —indicó, señalando la que había al fondo del pasillo.
Aún les quedaba un largo trecho que recorrer, aunque no los llevó tanto tiempo recorrerlo como pensaron. Lucien sacó sus llaves e introdujo una de ellas en la cerradura antes de moverla en sentido de las agujas del reloj varias veces.
—Pasa.
Catherine lo miró con una sonrisa tímida.
—Gracias.
Entró en la vivienda y avanzó hacia el salón con un cosquilleo continuo en su vientre. Ya no era capaz de saber si lo que sentía eran nervios o excitación. Detuvo sus pasos en mitad del salón y él permaneció detrás de Catherine a poca distancia de su cuerpo. Aproximó sus labios a la oreja para susurrarle:
—Hay que entrar en ese pasillo y en la segunda puerta a la derecha es donde está mi estudio.
Tuvo que contenerse para no estremecerse ante su cercanía antes de ponerse en marcha hacia el lugar que le indicó. En todo momento el escritor caminó tras ella, aunque al llegar ante la puerta se adelantó para abrirla.
—Es una habitación bastante sencilla, pero es lo único que necesito para escribir sin distracciones. —Al decirlo recordó una de las conversaciones que mantuvo con su hermano sobre ello y no pudo creer que quien se las causaba últimamente estuviera allí con él.
—Es justo como imaginaba que sería —admitió Catherine mientras se situaba ante el gran escritorio.
—Ah, ¿sí? —se interesó, acercándose a ella—. Supongo que será lo normal entre los escritores, aunque no sé si habrás conocido a muchos.
Catherine se dispuso a hablar, pero al notar las manos de Lucien sobre sus brazos y avanzando hacia arriba, no fue capaz. Contuvo la respiración y cerró los ojos para disfrutar de ese contacto que deseaba que se prolongase y fuera más allá.
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La Fruta Prohibida: El club nocturno
RomanceUn club nocturno abre sus puertas y se convierte en el mayor centro de ocio y perversión de la ciudad, o al menos eso es lo que cuentan las malas lenguas. Sin embargo, La Fruta Prohibida es mucho más que eso. ...