34. Operación Apolo

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Gerard estaba con Catherine en una cafetería que quedaba cerca de La Fruta Prohibida, que a esas horas permanecía cerrado. Los dos pidieron un café con leche y un dulce que estaban degustando en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Ella no dejaba de pensar en el beso que la dejó con ganas de más y él en lo bien que se sentía en el trabajo desde que no volvió a verle el pelo a Blancanieves.

—No te he contado las novedades.

—¿Sobre lo que me contaste hace tiempo? —indagó la pelirroja.

—Sí. La clienta no ha vuelto a molestarme, aunque me disgusta que haya dejado de ir... ¿O crees que se las ha podido ingeniar para no ir los días que yo trabaje? Eso ya sería demasiado, ¿no? —Arrugó el entrecejo, concentrado en encontrar una respuesta lógica a sus dudas.

—Quizá haya dejado de ir para no seguir molestándote. Pero cuéntame ¿cómo fue? ¿La pusiste en su sitio?

Catherine apoyó la mejilla en su mano derecha mientras esperaba a que hablara. Estaba tan contenta por él que no podía evitar mostrarlo en forma de sonrisa permanente.

—Qué más quisiera haber sido yo el que la pusiera en su sitio, pero no prestó atención a mis deseos creyendo que me gustaban... sus toqueteos.

Con un respingo, la chica se irguió en su asiento.

—Entonces June la ha tenido que echar porque eso está prohibido y sabes que hay cámaras en todas partes.

—Pero me habría dicho algo a mí también, ¿no? —Gerard alzó una ceja.

—Tú no tienes la culpa de lo que te pasó y estoy segura de que él lo sabe.

—Me siento muy avergonzado... —reconoció en un murmullo, bajando la cabeza para enfocar su mirada en el plato vacío—. Debí ser capaz de manejar la situación por mí mismo, ¿qué habría pasado si el otro cliente no llega a aparecer?

Sin embargo, lo más curioso para él fue que no se sintió avergonzado delante del desconocido, ni en esos momentos ni en otros que compartieron durante el resto de las noches que coincidieron en el club.

—Tuviste mucha suerte, aunque si no llega a ser por él, June hubiera intervenido antes de que la cosa fuera a más. Aunque no sé si esa noche estaba por allí o no... —comentó, pensativa.

—Me siento en deuda con Apolo, pero no tengo forma de contactar con él sin meterme en problemas.

Terminó de beberse el café en pocos sorbos y después vio la expresión traviesa en el rostro de Catherine, lo que le produjo mucha curiosidad.

—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? —Gerard reprimió una pequeña risa.

—¿Quieres que te ayude a conseguir su contacto esta noche? Podríamos llamarlo, no sé, Operación Apolo, ¿qué te parece? Así solo tú y yo sabríamos de lo que trata. —Rio.

—¿Harías eso por mí? —Gerard abrió un poco más los ojos del asombro y ella asintió con la sonrisa aún en su rostro—. Te estaré eternamente agradecido como lo consigas, pero ¿cómo lo harás? Está prohibido para nosotros obtener ese tipo de información.

—Pero no lo haré como trabajadora... —Le guiñó el ojo y después se terminó la bebida.

Lo que ninguno de los dos sabía era que alguien los había estado escuchando durante todo ese tiempo.


···


La "Operación Apolo" estaba en marcha. Catherine, con un nuevo nombre diferente al que tenía como encargada, se paseó por el bar en busca del cliente que ayudó a su amigo. Gerard estaba atendiendo al resto tanto en la barra, apoyando a sus compañeros, como fuera de ella con los nuevos socios. Sin embargo, por más que lo buscó, no lo encontró y creyó, por un instante, que esa noche no daría con él. Entonces cayó en la cuenta de que tal vez estuviera en la zona exclusiva y se dirigió hacia allí con decisión sin recordar que no podría acceder salvo que la acompañaran, pues no era socia. Antes de estirar el brazo hacia el pomo, una mano la detuvo.

La Fruta Prohibida: El club nocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora