35. Los nervios de Gerard

520 49 51
                                    

Charles estaba sentado en una zona oscura del bar, con una pierna sobre la otra, la espalda reclinada en el asiento y la copa en la mano. De vez en cuando bebía un trago sin perder de vista el movimiento de las demás personas. La expectación podía con él y estuvo a punto de tomar la iniciativa, pero no quería pecar de impaciente. También estaba el hecho de que no sabía si lo que escuchó en aquella cafetería iba por él o por alguien llamado realmente Apolo. «Como sea el caso me voy a sentir muy estúpido», pensó y bebió otro trago.

Vio aproximarse a una mujer ataviada con unos pantalones oscuros y una blusa clara, distinta a cualquier otra cliente de las que merodeaban por el lugar. Clavó su mirada en ella y permaneció así mientras se aseguraba de que iba a su encuentro. La mujer se sentó en el sillón frente a él dejándose caer y luego lo miró con atención. De forma descarada se fijó en el cartel que adornaba el lado derecho de su chaqueta oscura.

—¿Eres asiduo por aquí? —preguntó ella para romper el hielo.

El hombre esbozó una sonrisa sin mostrar los dientes y terminó su bebida antes de responder.

—Sí. Soy amigo del hermano del dueño y lo he apoyado desde el principio.

No añadió nada más porque no lo consideró necesario.

La mujer sonrió y se inclinó hacia adelante para que nadie más pudiera enterarse de lo que tenía que decirle. Charles la imitó con la curiosidad creciendo en su interior.

—Tengo un amigo al que le gustaría hablar contigo.

Si hubiera querido, ella podría no haber emitido sonido y Charles habría sabido leer sus labios por cómo gesticuló. Imaginó que lo hacía para no tener la necesidad de elevar la voz.

—Y quieres que te pase mi información para que pueda contactar conmigo, ¿no es así? —indagó. Llevó la mano derecha al bolsillo interior de su chaqueta e hizo que buscaba en él—. ¿Cómo sé que ese amigo en realidad no es una amiga y eres tú?

Alzó una ceja y detuvo la búsqueda. Antes de dar un paso en falso debía asegurar el terreno, la cuestión era: ¿cómo podría ella probar que decía la verdad?

—No estoy interesada en ti, si es lo que piensas. De hecho —sonrió— podría decirse que tengo algo con el hermano del dueño.

Charles abrió un poco más los ojos.

—Ah, ¿sí? Menuda casualidad más interesante... —Aproximó todo lo posible su cuerpo a ella para que sus siguientes palabras no salieran de ahí—. ¿No te acuerdas de mí entonces? Me atendiste la primera noche que él y yo vinimos juntos.

Catherine no se sorprendió, era cierto que lo conocía, solo que hasta ese momento no recordó de qué. Se dio una palmada en la frente. «Qué tonta, podría haberle preguntado a Lucien si me hubiera acordado antes».

—Sería lógico que no lo hicieras, por aquí pasamos muchos y es difícil quedarse con todos los nombres —añadió él mientras volvía a buscar su tarjeta. Cuando la encontró extendió la mano con discreción hacia ella—. Me hubiera gustado que fuera él quien se acercara a mí, pero me conformo con esto.

Reclinó la espalda en su asiento en cuanto se la dio y, callado, la observó. Catherine le devolvió la mirada y le dedicó una sonrisa sincera, contenta por el logro. Se levantó del sillón y se colocó cerca para hablarle al oído.

—Mi amigo sale de trabajar a las seis de la mañana, si quieres encontrarte con él sin esperar a que se ponga en contacto contigo, podrías esperarlo. Seguro que le alegrará verte.

Y después de eso se marchó sin esperar una respuesta del hombre. Charles se quedó estático, recordando una y otra vez las últimas palabras. Cada vez más convencido, decidió aprovechar el consejo y esperar.


···


A pocos minutos de las seis de la mañana, Charles esperaba a una distancia prudencial a que saliera Trébol. Se deshizo de la pajarita en cuanto empezó a notar que lo agobiaba; la espera se le estaba haciendo eterna y, aunque sabía que no debía hacerse ilusiones, algo dentro de él le indicaba que estaba haciendo bien. Su cuerpo se sacudió al escuchar el ruido de una puerta pesada y se quedó mirando hacia allí hasta que alguien apareciera. No tardó en ver la figura de un hombre que se giró para cerrar con llave. El corazón le latió desbocado y estuvo a punto de quedarse en el sitio por el miedo irracional que lo invadió. No supo si acercarse sin el antifaz o con él, pero aprovechó que lo tenía puesto y que así lo reconocería para no quitárselo.

Antes de que Trébol saliera a la calle principal, Charles avanzó unos pasos y lo llamó con un silbido porque no sabía su nombre real. Para su suerte, el hombre se volvió y lo miró confundido, hasta que sus ojos se toparon con el pequeño cartel que lo identificaba. Avanzó unos pasos hacia el hombre hasta que ambos estuvieron más cerca.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con una sonrisa que no pudo contener.

Le alegraba verlo, aunque ya tuviera su tarjeta para poder contactarlo.

—¿Creías que iba a dejar las cosas así después de que tu amiga viniera a sonsacarme información? —Dio varios pasos más hasta acercarse lo máximo posible a Gerard, que se quedó quieto—. Tendrías que haberme pedido el contacto mucho antes.

«O habértelo dado yo», añadió Charles en su mente mientras lo miraba a los ojos. Gerard contuvo su mirada y tragó saliva al notar que se le acumulaba.

—No supe cómo hacerlo y no quería que pareciera algo que no era... —Desvió la mirada.

—¿No querías que pensara que eres gay? ¿Es eso? —curioseó, con la ceja derecha un poco elevada—. Porque si es así ya sé que no lo eres.

Gerard volvió a centrar su atención en los ojos del conocido y vio que alzaba la mano para retirarse la máscara de gato que lo cubría. El cuerpo le tembló por los nervios, pero no apartó su mirada en ningún momento y descubrió un rostro hermoso que lo dejó embobado. El hecho de que le gustaran las mujeres no le impedía reconocer cuando un hombre era atractivo. Y Apolo lo era.

—Ven conmigo —le dijo.

Gerard lo siguió hasta llegar a su coche, aparcado a cierta distancia del club. Charles lo abrió y dejó la máscara en el asiento trasero.

—¿Quieres que te lleve a algún sitio? Podríamos hablar por el camino.

—No es necesario —respondió Gerard, un poco avergonzado.

—Entonces deja que te invite a tomar algo —insistió.

Gerard aceptó porque quería aprovechar para agradecerle que le librara del acoso de Blancanieves.


Si te ha gustado, no olvides votar y comentar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Si te ha gustado, no olvides votar y comentar.

La Fruta Prohibida: El club nocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora