36. Las cosas claras

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Al final Gerard se subió al coche porque Charles quiso llevarle a una cafetería a la que solía acudir antes de ir a trabajar. Ese día necesitaría recargar las pilas con un buen café y no quería arriesgarse a ir a otro sitio en el que no lo sirvieran como le gustaba. El sitio estaba cerca de su vivienda, pero Charles omitió ese detalle porque no era necesario mencionarlo. Tampoco pretendía invitarlo a su casa a la primera de cambio, menos cuando sabía que no podría hacer nada con él por mucho que se le antojara.

Varios minutos después, los dos estaban sentados en una mesa de dos dentro de la cafetería. Charles conocía a todos los empleados, y estos a él, por lo que ya sabían lo que pediría.

—No sé si preguntarte tu nombre real o no... —comentó cuando el camarero se marchó.

—¿Por qué? —preguntó Gerard, extrañado.

—Bueno, soy asiduo al club y recuerdo que me dijiste que no querías que conocieran tu identidad, ¿no es así?

En realidad supo que en su momento lo decía por las mujeres, pero ¿acaso los hombres no podían ser un peligro también en cualquier aspecto?

—Sí, pero de alguna manera me siento en deuda contigo así que podría revelártelo si es lo que quieres.

El mismo camarero que les tomó nota, regresó con los dos cafés en una bandeja junto a un plato con varias galletas y magdalenas. Estas últimas eran cortesía de la casa por el gran aprecio que tenían a Charles y, por supuesto, por las buenas propinas que solía dejar.

—¿Y esto?

—Soy cliente asiduo, eso es todo. —Charles se encogió de hombros, restando importancia a ese hecho—. Tú disfruta y relájate que debe haber sido una noche bastante movida.

—No tanto como cuando estaba por ahí Blancanieves... —Gerard puso los ojos en blanco al recordar todo lo que había pasado—. A veces he pensado que puede ser un castigo por algo malo que hice en el pasado, pero es que por más que busco, no lo encuentro. En mi vida he tratado mal a una mujer, no entiendo por qué he tenido que sufrir este acoso...

Se abstuvo de contarle lo sucedido con su jefa porque él no tenía por qué saberlo.

—Tú solo piensa que ya todo ha terminado y que si vuelve a molestarte, no tienes más que ponerte en contacto conmigo. Para mí no es molestia ayudarte a ti o a cualquiera que lo necesite. —Charles tomó un sorbo del café, pero no continuó bebiendo porque el líquido le quemó la garganta—. Ten cuidado con el café porque está ardiendo.

Gerard se llevó la taza a los labios y en cuanto el líquido le rozó los labios, la bajó para dejarla sobre la mesa sin beber.

—Gracias por la advertencia.

Gerard sonrió y Charles sintió algo que no supo, ni quiso saber, cómo describir.

—Por cierto, me llamo Gerard —añadió.

«Gerard» repitió Charles en su mente. Lo volvió a hacer hasta dos veces con la intención de recordarlo al final del día, aunque supo que aquello no le hacía falta por el interés que sentía por él.

—Yo soy Charles. En mi tarjeta tienes el teléfono al que suelo prestar más atención, pero si lo prefieres puedo darte también mi número personal.

«Espero no parecer demasiado ansioso ni desesperado», pensó.

Gerard pareció pensarlo por la expresión ausente de su rostro, pero no dejó a Charles con la intriga durante mucho rato. Sacó la tarjeta del bolsillo de su pantalón y lo extendió para que lo cogiera.

—Apunta el personal también por si acaso.

No supo por qué decidió aquello, pero en ningún momento se arrepintió de esa decisión. Charles le parecía un hombre simpático y tenía pocos amigos, por no decir ninguno, y quería que él fuera uno. Vio que el dueño de la tarjeta sacaba un bolígrafo y anotaba unos números en una zona libre antes de devolvérsela.

La Fruta Prohibida: El club nocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora