Catherine esperó a Gerard sentada en uno de los bancos del parque que había cerca de su vivienda. En cuanto lo vio de lejos, sonrió y se levantó para recibirlo con dos besos y un pequeño abrazo.
—Bueno, cuéntame, que me tienes en ascuas desde el otro día.
—¿Ni siquiera vas a dejar que ponga mis ideas en orden? —cuestionó él—. Además, lo dices como si hubiera quedado con alguna chica que me gustase.
Se encogió de hombros.
—Ya lo sé, pero aquella aventura estuvo interesante. Además, aunque no lo creas entrar en el club sin obligaciones ni responsabilidades es una experiencia nueva. Me divertí mucho buscando a Apolo.
Gerard sonrió de manera inconsciente al recordar que lo esperó esa mañana.
—Cuando salí de trabajar me estaba esperando, no sé cómo sabría que esa era mi hora de salida...
Catherine no pudo evitar soltar una pequeña risita y entonces él comprendió.
—Fuiste tú ¿verdad? —añadió.
—Sí, pero por una buena causa. —Esa vez fue ella quien se encogió de hombros.
—Te lo agradezco —admitió Gerard—, de otra forma hubiera tardado más en contactar con él y concertar algo así como una cita. He visto en su tarjeta que es empresario y seguro que es un hombre ocupado.
—Y a pesar de todo te esperó... Eso me da que pensar —comentó ella como si nada.
—¿Sí? ¿Tan raro te parece que lo hiciera?
Gerard pensó de nuevo en lo que pasó ese día, pero no recordó ninguna actitud extraña en Charles.
—No, no, me refiero a que no lo tomó como una tontería... —Aunque en realidad Catherine no sabía qué pensar al respecto—. Dime, ¿es tan guapo como parece con el antifaz?
—Lo es —corroboró, recordando el momento en el que se lo quitó ante él.
Fue tan emocionante ese momento que de nuevo sintió esos nervios en el estómago.
Catherine sonrió al ver la expresión ausente de su amigo, pero no dijo nada sobre ello.
—A ver si un día me lo presentas —dijo sonriente.
—¿Te interesa?
La pelirroja soltó una carcajada.
—Que va, pero no sé si lo hará la persona a la que estoy conociendo. Los dos son amigos.
—¿Estás conociendo a alguien? —indagó, sorprendido—. ¿Por qué no me has dicho nada? Es decir, somos amigos, ¿no?
—No había surgido hasta ahora, Gerard.
—Cuando quieras puedes contarme cualquier cosa, incluso desahogarte, lo sabes, ¿verdad?
No quería ser el único que lo hiciera porque la amistad era cosa de dos personas, no de una. Ella lo había ayudado en la búsqueda de Apolo y si ella lo necesitaba, haría cualquier cosa por compensarla en ese sentido.
—Lo sé y te lo agradezco. ¿Quieres que vayamos a tomar algo y te cuento?
—¿A qué esperamos entonces?
Ambos sonrieron antes de levantarse del banco y marcharse hacia alguna cafetería cercana.
···
Observó la pantalla de su ordenador varias veces mientras los números se grababan en su mente. No podía estar más contento, la empresa iba viento en popa gracias a su gestión, cosa que no pasaba desde que su abuelo la dirigía. Por ese motivo, y otros tantos, no consideraba una pérdida real que su padre renunciara cuando su abuelo le otorgó un puesto relevante dentro de la empresa. Seguía sin entender ese comportamiento infantil, aunque tuviera claro el motivo por el que lo hizo. Su padre lo detestaba por su condición sexual y no soportó la idea de que su abuelo le diera el puesto que se ganó gracias al fruto de su trabajo. Porque Charles no ascendió por ser el nieto del dueño, sino por méritos propios. Conocía las novedades tecnológicas del mercado, trabajó durante una temporada dentro de uno de los equipos de programación, fue jefe de este cuando el anterior dejó de serlo y siempre se esforzó por hacer las cosas bien. Y de lo que más orgulloso se sentía era de haberle demostrado a su padre que valía, aunque no obtuviera de él mejor respuesta que su silencio. Ya le dijo en su momento demasiadas cosas malas como para aguantar más. Lo mejor que pudo hacer fue marcharse y renunciar a la empresa familiar, así le dejaría alcanzar el éxito sin sentir su mirada de reproche sobre él.
Alguien llamó a la puerta y le despertó del pequeño trance.
—Adelante.
Tras ella apareció su asistente, un chico tan eficiente como guapo, unos cuantos años menor que él. Avanzó hacia él con unos papeles que depositó sobre el escritorio.
—Necesito que me firme estos papeles.
Charles cogió la pequeña carpeta y la abrió.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no me trates con esos formalismos?
Levantó la mirada hacia el chico con una ceja alzada.
—No quiero que piensen que soy un enchufado, Charles —respondió.
—Y no lo eres, John. El hecho de que seamos primos no quiere decir nada. Has trabajado muy duro para llegar a ser mi asistente y algún día quizá ocupes el mismo puesto que yo.
Después revisó los papeles uno a uno antes de darles el visto bueno y firmarlos. Cuando terminó, le devolvió la carpeta.
—Lo sé, pero no quiero que piensen lo que no es.
—No te preocupes por eso, quedarás peor si me tratas de usted en público. —Le dedicó un guiño.
Por suerte para John no se había dado aún esa circunstancia.
—Volveré si tengo algo más para ti —anunció antes de retirarse.
En cuanto quedó solo de nuevo, negó varias veces con la cabeza antes de centrarse en la pantalla. Cerró la pestaña del navegador que ya no necesitaba y revisó su correo. Sin embargo, no le dio tiempo a nada más porque el tono de las notificaciones de su teléfono captó su atención.
Hola, soy Gerard... Como no sé si estarás ocupado o no, he preferido escribirte. Creo que aún no te he agradecido suficiente lo que hiciste por mí y me gustaría invitarte a tomar algo el día que puedas. Espero tu respuesta.
Sonrió en cuanto leyó el nombre y se pasó la mano por la barbilla, pensativo. «Vaya excusa más tonta para volver a verme, aunque yo también la habría usado para tener otro encuentro con él», pensó sin dejar que la sonrisa desapareciera de su rostro.
Por supuesto. Dime día, hora y lugar que no faltaré.
Lo envió sin pensar mucho en lo que daba a entender con su mensaje. Tampoco podía obviar la realidad y tendría que sincerarse con Gerard antes de que todo fuera a más.
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La Fruta Prohibida: El club nocturno
RomansaUn club nocturno abre sus puertas y se convierte en el mayor centro de ocio y perversión de la ciudad, o al menos eso es lo que cuentan las malas lenguas. Sin embargo, La Fruta Prohibida es mucho más que eso. ...