Lucien tomó una fresa y la metió en el bol para empaparla de chocolate sin ensuciarse los dedos que la sujetaban. Colocó la otra mano debajo y acercó ambas hacia Catherine.
—Abre la boca.
Lejos de contradecirlo o quejarse, abrió los labios y esperó a que él introdujera la fresa. Mordió sin dejar de mirarlo y se deleitó con el sabor de la fruta y el chocolate. Él retiró la mano para comerse el resto y repitió la acción otra vez. En esa ocasión se manchó los dedos de chocolate, por eso cuando le ofreció a Catherine la fresa, ella aprovechó para coger entera la fresa y atrapar sus dedos en el proceso. A los pocos segundos los liberó para disfrutar de nuevo de la degustación. Al terminar, los dos se contemplaron con un deseo que iba más allá de toda razón y se levantaron a la par. Rodearon la mesa y se fundieron en un beso que delataba las ganas que se tenían.
—Lucien... —susurró sobre su boca.
—Catherine... Cath... —Tragó saliva—. Te dije que no me contendría más y no lo haré. No puedo si ambos deseamos lo mismo...
Si ella ya se notaba caliente con lo que había sucedido antes y con el beso, en ese instante sintió su cuerpo arder con las palabras y el tono de voz de Lucien. Ansiaba tanto refugiarse en su cuerpo que tomó la iniciativa y le quitó la chaqueta. Desabrochó uno a uno los botones de su camisa bajo la atenta mirada del escritor, que se relamió al adivinar sus intenciones. Cuando se quitó la prenda, y sin dejar que ella siguiera avanzando, la sentó sobre la mesa e hizo lo mismo con su blusa hasta que quedó solo con el sujetador. Quería proporcionarle todo el placer que no había dado durante todos esos años. Empujó lo que había sobre la mesa para hacerlo todo a un lado y tumbó el cuerpo de Catherine sobre el espacio restante. Acarició la piel desnuda desde su cuello hasta su vientre y le desabrochó los pantalones para quitárselos después. Clavó su mirada sobre la prenda de encaje que ocultaba su intimidad y volvió a relamerse con una sola idea en mente. La dejó completamente desnuda y se agachó sin perder más tiempo.
—Si quieres que me detenga, dímelo ahora porque no sé si podré hacerlo una vez que te pruebe.
Catherine jadeó al verle tan cerca de su sexo expuesto, tanto que el aire que salía de su boca la excitaba más.
—¿Crees que ahora podría decirte que te detuvieras? —cuestionó con una sonrisita. Estaba deseando que la hiciera llegar al éxtasis todas las veces que quisiera—. Tócame. Hazlo para que compruebes cómo me tienes y no dejes de hacerlo hasta que sientas que ya hemos tenido suficiente.
Y sin añadir ni una palabra más, Lucien acercó su rostro a la zona y empezó a lamer poco a poco, de arriba abajo y luego en círculos, provocando en la pelirroja algunos suspiros y jadeos. Las fresas con chocolate estaban bien, pero definitivamente él prefería el sabor de su sexo húmedo. De vez en cuando alzaba la mirada para no perderse los gestos de Catherine y en una de esas introdujo un dedo en su interior que la hizo arquearse sobre la mesa.
—¡Oh, Dios! —exclamó, agarrándole por el pelo para indicarle que no se detuviera.
Lucien detuvo su caricia húmeda para sonreír un instante y luego continuó, sin detener el movimiento de sus dedos en el proceso. En cuanto el botón de placer se hizo notar, le dedicó todos sus esfuerzos succionando y lamiendo sin dejar de contemplarla desde su posición.
Catherine, que hasta ese entonces hizo lo posible por no dejarse llevar con sus reacciones, no pudo evitar que sus gemidos salieran de lo más profundo de su garganta. No sabía lo que Lucien estaba haciendo con ella, pero de lo que sí estaba segura era de que la estaba llevando al paraíso y no quería regresar de allí si eso significaba dejar de sentir aquello. En su interior los dedos experimentados del escritor aumentaron de intensidad solo un poco, pero lo suficiente para que ella llegara al éxtasis.
···
El lunes, como cualquier otro día, Darrell no se encontraba en su oficina a la hora de comer. Dejó que su esposa se encargara del trabajo de la editorial mientras él esperaba a su cita. Al contrario de lo que pudiera parecer, no esperaba a ninguna de sus sumisas ni a ninguna mujer que estuviera conociendo para tal fin, sino que esperaba a Alexa, con la que había quedado para almorzar. La vio entrar en el restaurante con paso decidido y seguro, justo a tiempo, y le agradó que fuera puntual. Se levantó del asiento para recibirla y saludarla con un beso en cada una de sus mejillas.
—Ahora estoy seguro de que nos llevaremos bastante bien —comentó, refiriéndose al detalle de la puntualidad.
Alexa sonrió mientras se sentaba.
—¿Qué te impedía no estarlo?
—El hecho de no conocerte demasiado —respondió—. Soy un hombre al que le gusta la puntualidad. Si alguien llega tarde, salvo que tenga una buena justificación, no merece la pena perder el tiempo con ella.
Tan tajante le pareció su respuesta que se sorprendió. Sin embargo, no le pasó al verle porque alguien como él era conocido allá donde fuera. Su editorial era una de las mejores del país y no faltaban las entrevistas televisivas o radiofónicas hechas al editor jefe, que además era el dueño.
—No te ha sorprendido verme, de hecho has venido directa hacia mi mesa. ¿Cómo supiste que era yo y no cualquier otro hombre?
—En primer lugar porque eres el único que está sentado solo. —Hizo una pausa misteriosa mientras sonreía de medio lado y luego siguió hablando—: Y no eres precisamente alguien común y corriente como sí lo soy yo, por ejemplo. Sigo tu trayectoria profesional desde antes de entrar en la universidad.
Desde que supo que quería dedicarse al diseño editorial, buscó empresas en las que pudiera encajar en el futuro y una de ellas fue la de Darrell Thomson. No solo investigó sobre los géneros que abarcaba, el trabajo realizado y sus autores, también en la personalidad de quien tenía sentado enfrente. Durante años no se perdió una entrevista ni una aparición pública, convirtiéndose a sus ojos en alguien para quien querría trabajar.
Si se lo montaba bien podría conseguir su sueño incluso antes de lo esperado.
—¿Quieres trabajar en el mundo editorial? —indagó él.
Y aunque entre sus planes no estaba conversar sobre trabajo, reconoció para sí mismo que no le importaría contratarla si contaba con los requisitos mínimos que buscaba en sus trabajadores.
¡Y hasta aquí el maratón! Espero que lo hayas disfrutado mucho. Recuerda que nos encontraremos el viernes que viene con un nuevo capítulo. ¡Rumbo al final de esta primera parte!
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La Fruta Prohibida: El club nocturno
RomanceUn club nocturno abre sus puertas y se convierte en el mayor centro de ocio y perversión de la ciudad, o al menos eso es lo que cuentan las malas lenguas. Sin embargo, La Fruta Prohibida es mucho más que eso. ...