— Cuando la policía llegó a mi casa esperé de todo menos las palabras que salieron de su boca después de identificarme.
Aquella noche fue trágica, triste, abrumante y sentía cómo la tensión podía cortarse con tan solo tocarla. No les creí, de mis labios tan solo salió una risa floja y nerviosa, casi atemorizada, mi mente no era capaz de procesar lo que los agentes habían dicho, y por un momento casi llegué a pensar que todo era una broma pesada de las tuyas, de esas que te encantaba hacer para molestarme aunque ambos sabíamos que las amaba, porque eras tú quien las hacía. Pero entonces la realidad me hizo tambalearme, un escalofrío me recorrió de pies a cabeza y tardé segundos en recomponerme, sintiendo el peso de lo ocurrido en el fondo de mi pecho.
Les cerré la puerta en la cara, me obligué a creerme que nada era real, y desesperado busqué mi móvil para llamarte. Uno, dos, tres tonos, buzón de voz. Así pasé los minutos siguientes a la noticia, con la oreja pegada a aquel aparato que en aquellos momentos lo sentía inútil. La desesperación comenzó a calar hondo en mi cuerpo y busqué el número de tus padres en un último intento de convencerme de que seguías aquí, pero tampoco hubo respuesta. Los pies me pesaban, las manos me pesaban, el alma me pesaba, y en un acto de cobardía me encerré.
Esa noche me repetí a mí mismo que era mentira, que nada había ocurrido, que estabas bien. Lo cierto es que nunca lo estuviste. Recordé tu rostro blanquecino, tu sonrisa brillante, tus ojos chocolate, tus labios rosados, tu cabello rubio, el color pálido de tu piel, y quise meterme profundamente en tu pecho para poder darte la calidez que tanto decías que añorabas. Recordé aquellas noches donde llorabas, cuando me decías que estabas bien, que solo estabas sensible, y yo me lo creí, siempre te creí. Debí imaginar que algo así pasaría, pero mi mente nunca fue capaz de imaginar lo que la tuya te haría hacer.
Pasaron semanas hasta que me atreví a salir de mi habitación, semanas donde te llamaba incansablemente hasta dormir, semanas donde esperaba con ansias que me hablaras, que me dijeras que todo estaba bien, que volvieras a decirme lo mucho que te gusta la astronomía, que volvieras a explicarme tu visión del mundo, que volvieras a mirarme con tus ojos llenos de un brillo casi inexistente cada vez que te besaba. Pasaron semanas hasta que la realidad se coló por mis huesos y enfrió mi alma.
La gente no ayudó, nunca lo hicieron. Me decían que lo sentían, que eras una bellísima persona, que ya lo superaría, pero nunca lo hice. El pasar de los días se hacía eterno, mi vida se había vuelto opaca, mi mente se había rendido a la depresión que amenazaba con atacarme y mi cuerpo no respondía a aquello que antes amaba. El Sol dejó de brillar, el cielo se volvió oscuro solo para mí. Veía cómo el resto avanzaba, continuaban sus vidas, algunos logrando cosas que jamás imaginé que lograrían, y yo estaba ahí, quieto, congelado en el tiempo, congelado en un momento, en un instante, en un recuerdo, en ti.
Muchas veces me pregunté qué hice mal. Me dije que podría haberte ayudado, que podría haber hecho algo, que podría haberte detenido, pero todo se resumía en una palabra, todo se resumía en un podría. No fui a tu entierro. Estaba aterrado. El paso de los minutos me hacía más consciente de tu muerte, y no me atreví a confirmar la verdad. Dentro de mí, muy dentro, sabía que debía actuar de otra forma, sabía que debía despedirme de ti, sabía que lo correcto era ir a verte por última vez, pero no quería. No podía.
Mi mente me jugó malas pasadas. Te veía en cada calle, en cada ventana, en cada rincón. Te veía en mi casa, tumbado en la cama, comiendo en la cocina, descansando en el salón. Te veía desnudarte en el baño mientras esperabas por mí. Sentía tus manos acariciarme, tu voz llamarme, escuchaba tu risa desde mi habitación. Pero sin duda lo más doloroso de todo ello era girar el rostro buscando el tuyo, caminar para encontrarte, levantar la mirada para escucharte, y ver vacío.
Lo más duro llegó cuando fui consciente de que ya no estabas, cuando mi mente me gritaba que habías muerto. Un nudo se formó en mi garganta en aquellos tiempos, un nudo que sujetaba y oprimía con fuerza desde la boca mi estómago hasta lo más profundo y hondo de mi pecho. La cabeza me daba vueltas siempre que te recordaba, y los ojos se me nublaban cada vez que estos creían reconocerte entre el tumulto de gente que caminaba por las calles. Mi perdición fue perderte.
Lo que comenzó como un pequeño susto se terminó volviendo una enfermedad. Pensarte me llenaba de vida pero a su vez me la robaba. Pasé noches enteras hablándote, rogando porque me escucharas, porque me sintieras, porque supieras que estaba ahí. La única respuesta que recibía era el viento gélido que se colaba por mi ventana, pero tenía el alma tan fría que a veces pensaba que no era el aire lo que congelaba mis huesos, sino yo. Mi mente comenzó a llenarse de preguntas. Me preguntaba si la culpa fue mía, si yo te había empujado a eso, me repetía a mí mismo que debí cuidarte más, que debí escucharte, que debí sostenerte fuerte cuando tú no podías aguantar el peso de ti mismo, y eso me hizo comenzar a cargar el mío.
Las lágrimas empezaban a rodar por mi rostro cada vez que estaba a solas, a solas conmigo. Mi mente se llenaba de fuertes vientos que revolvían y destruían todo a su paso, dejándome sin un hogar, dejándome vacío, aún más de lo que ya lo estaba. Sabía que estaba vivo, pero no sabía cómo. Lo más preocupante era que tampoco sabía por qué.
El encierro volvió a mí. El encierro en mí mismo. Nunca saliste de mi mente, tu recuerdo me perseguía en sueños y allí podía descansar a tu lado, tocarte de nuevo, cantarte suave al oído y besar cada palmo de tu piel. Pensé que era el paraíso, que poder tenerte de nuevo mientras dormía era el mayor regalo que la vida me había dado, pero entonces despertaba, y el peso en mis hombros se hacía el doble de grande al no verte rondar por mi casa, preparando el desayuno o esperando a mi lado a que despertara. A veces, cuando eso ocurría, llevaba mi mano hacia el lado vacío de mi cama, rogando por sentir calor, queriendo hacerme creer que seguías allí, pero mi mundo se rompía un poco más al notar la frialdad de las sábanas rozar mis manos muertas.
Nunca dejé de buscarte. Mis ojos se iban a cada cabellera rubia que observaba mientras mi mente me gritaba que no eras tú y mi corazón me decía que al menos lo intentara. Después de un tiempo él también comenzó a apagarse, a quedarse igual de frío que el resto de mí, y mi mente se activó más que nunca. Pensamientos eran atropellados unos por otros hasta que el cansancio me vencía y el ruido apaciguaba, quedando todo en un sepulcral silencio, demasiado aterrador, demasiado oscuro, demasiado vacío. Me acostumbré a la soledad, y en aquellos momentos en los que un solo pensamiento se quedaba en mi mente siempre era la misma pregunta. Por qué. Parecías feliz, parecías tener todo lo que uno quisiera, parecías ser la persona más brillante, la más amable, la más cariñosa. Parecías estar lleno de vida. Qué irónica fue la muerte al llevarte con ella, y qué irónico fuiste al llamarla.
Meses después fue cuando obtuve la respuesta. Mis pies se arrastraban por el suelo a cada paso que daba, mi mirada dejó de buscarte para observar el suelo mientras caminaba, mis manos ya no buscaban tu calor en las mañanas, y lo único que veía de ti en mis sueños era cómo te marchabas. Te alejabas de mí a pasos agigantados, mi cuerpo y mi mente dejaron de responder y lo único que quedó de mí fue vacío y silencio. Un silencio vacío. Un vacío silencioso. Fue entonces cuando, al asomarme a la ventana en buscar de un poco de aire, mis ojos fijaron su mirada hacia abajo, como de costumbre, pero esta vez no había suelo por el que caminar. Las náuseas me atacaron y después de mucho tiempo mi corazón pareció volver a bombear y mi mente volvió a hacer ruido. Tenía miedo. Tenía miedo de mí mismo, de lo que era capaz de hacer. Tenía miedo de lo que mi mente me pedía, y fue entonces cuando te comprendí. Fue entonces cuando mi mente pudo imaginar lo que la tuya te había hecho hacer.
Fue en una de esas noches en las que mi cuerpo parecía activarse cuando un pensamiento concreto me atacó. Quería vivir. Quería vivir por ti. Voy a vivir por ti.
El teléfono comenzó a sonar en la habitación justo cuando el hombre terminó de escribir, y soltando un leve suspiro respondió. — Buenas noches, ¿Quién es? —La voz suave de una mujer se escuchó al otro lado de la línea. —Buenas noches, Hyunwoo, lamento llamarte a estas horas de la noche, quería informarte de que ya tienes cita con el psicólogo.
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Where's My Love | «Showki» (OS)
FanfictionSabía que estabas sufriendo, pero mi mente nunca fue capaz de imaginar lo que la tuya podía llegar a hacer. "Si estás asustado, estoy en camino". "Si corriste lejos vuelve a casa, solo vuelve a casa". 🌺 One-Shot basado en la canción "Where's My Lov...