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El señor Bang podía jurar que la risa de su hijo JeongIn era lo más bonito que había escuchado en toda su vida; un sonido tan inefable, que le traía calma y endulzaba su corazón con afán

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El señor Bang podía jurar que la risa de su hijo JeongIn era lo más bonito que había escuchado en toda su vida; un sonido tan inefable, que le traía calma y endulzaba su corazón con afán. JeongIn era su mayor tesoro, su motivo para continuar con ganas de vivir. Luego de haber perdido a su esposa en un accidente de tránsito, todo para él se complicó y su lindo hijo era lo único que le quedaba, su única familia.

Al señor Chris nunca le advirtieron que criar él solo a su hijo sería todo un reto, debía trabajar la mayoría del tiempo y aun así el dinero no le alcanzaba para poder contratar a una niñera y abastecer su hogar con productos necesarios, por lo que su pequeño JeongIn a veces debía quedarse más tiempo de lo debido en el jardín de niños a cargo de su maestra o de una de las mamás de sus amiguitos. Era aún más difícil si ni siquiera podía hablar con él; al Chan ser mudo, la comunicación con su hijito podía tornarse dificultosa algunas veces.

—¿Puedo tomar ese paquete de galletitas, señor Lobito? —preguntó aquel niño de castaños cabellos. Estaban en el supermercado, Chan llevaba el carrito con los productos que llevarían, mientras JeongIn le ayudaba a tomar ciertas cosas de los estantes.

El mayor asintió con la cabeza. No podría negarle algo a su tan buen hijo. El castañito sonrió y se acercó a las galletas en la despensa para posteriormente colocarlas en el carrito.

El más pequeño ayudó a su padre a pagar las compras, hablando con la cajera por su mayor, pues, su madre le había enseñado qué debía decir y hacer hace varios años atrás. Jeongie era todo un chiquillo inteligente.

—¡Tenga buen día, señorita! —exclamó una despedida a la señora mayor tras el mostrador, una sonrisita esbozada en sus delgados labios.

—¡Ten un buen día tú también, Jeongie! ¡Usted también, Señor Bang!

El rubio sonrió en respuesta y tomó las bolsas que su hijo no había podido llevar hasta su camioneta. Caminaron a la par hasta el vehículo, dejaron todo en los asientos traseros y el Bang menor procedió a sentarse y colocarse el cinturón de seguridad. Espero paciente a que su papá entrara a la camioneta cuando la puerta trasera fue cerrada y pronto estuvieron de camino a casa.

—¡Wii! ¡El auto de papá es el mejor!

—¡Wii! ¡El auto de papá es el mejor!

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𝐏𝐀𝐏Á ⌗1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora