El amor es aterrador.

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Lalisa tenía la mirada puesta en algún punto insignificante de su habitación, con la mente pérdida en algún recuerdo que solo ella poseía. Por un segundo sentí que estaba a millones de kilómetros de distancia y, sin embargo, la tenía a solo centímetros.
Dolía verla, sentía el impulso de sujetarla entre mis brazos, pero supuse que necesitaba tiempo para procesar aquello que la encerraba en sí misma.

La miré como quien aprecia al arte, con tranquilidad, con asombro, con esas inmensas ganas de no despegar los ojos de ella ni un segundo.
Nunca había pensado que el arte pudiese ser una persona, pero aquella tarde Lalisa Manoban era como esa pintura de Edvard Munch, La mujer mirando a través de la ventana. Con un aire melancólico y desolador, pero aún así arte.

—Eres de lo más bonito que tengo en mi vida, Taehyung —dijo al quitar su mirada de la ventana, y ponerla directamente en mis ojos —. Tengo mil motivos para ser feliz, y realmente lo soy —la atraje hasta que quedó en el espacio entre mis piernas, admirando sus ojos brillar —. Pero no siempre tenemos una historia bonita para contar de nuestro pasado. Soy feliz en este momento, pero hace muchos años no era de ese modo.

La contemplé durante segundos, captando cada detalle de su pequeño rostro, notando el leve temblor de su labio inferior. Ella iba a llorar, y nunca en toda mi vida deseé ser capaz de tomar el dolor de una persona para sufrirlo yo en su lugar. Sin embargo, nada de eso era físicamente posible.

—¿Alguien te hizo daño, zanahoria? —susurré con las manos en su cintura.

—Nadie de quien puedes defenderme ahora —su voz era tan débil que nadie al otro lado de la habitación podría oírla—. Y fue hace mucho tiempo— la sangre se me hiela durante un segundo, luego me hierve ante la posibilidad de que alguien haya podido lastimar a Lis, tan pequeñita y tan amable—. Sucedió en el orfanato, pero ya no tiene importancia, ¿lo entiendes?

Las lágrimas que comenzaban a salir de sus ojos eran dagas con dirección a mi corazón. Alcé las manos a sus mejillas, recogiendo los pedacitos de tristeza que salían de su interior. La hice levantar un poco el rostro. Quizás no hicieron falta mis palabras, porque ella continúo hablando:

—Eran las niñas, no les agradaba —sus palabras se cortaban, hasta que volvía a tomar aire para continuar —. Pero eran solo niñas, ¿lo entiendes?

No me importaba si eran niñas o no, lo que me importaba era ella. Lo importante era si ella lograba entenderlo, porque parecía que trataba de converse a sí misma. Yo asentí.

—Y las empleadas del orfanato, pero ellas seguramente recibían una mala paga, o quizás yo era muy revoltosa, ¿lo entiendes? —su voz ahora salía a susurros, y mis manos no dejaban de recoger pedacitos de tristezas que salían de ella.

Tomé aire, no tenía que pensar lo que diría. Todo lo tenía muy claro.

—Lisa, nada puede justificar el maltrato —hice una pausa para despejar el enojo que ahora sentía contra aquellas terribles personas —. Los niños pueden ser así de malos, pero eso no significa que esté bien . Y no importa si las empleadas recibían un salario bajo o si eras muy revoltosa, ellas no debieron tratarte de ese modo. Y ahora quiero que tú lo entiendas, ¿vale?

Permaneció callada, y yo me acerqué incluso más a ella. Un mechón rojizo le tapaba el rostro, así que con cuidado, mucho más del que solía tener con ella, se lo aparté. Sentí que entré mi manos tenía a la persona mas delicado del mundo, sentí que podía quebrarse entre mis manos.

Su pequeñita nariz estaba roja, y sus ojitos estaban bordeados del mismo color a causa del llanto. Una sensación de vacío comenzaba a inundarme, todo por entender que Lisa había sido lastimada, así que la estreché entre mis brazos. Inhalé.

¡Santa, soy Lalisa Manoban!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora