#23. Indecente príncipe azul.

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Pov. Santino.

Katherine me saca de quisio, ella y su hijo que nació con el mismo carácter que su madre.

Por un lado me lamentaba la pequeña pelea con Jhon, se supone que por medio de sus hijos iba a ir ganando terreno con Kath, pero por otro lado no le debo ninguna disculpa, solo fue una pequeña broma.

De un momento a otro todos guardamos silencio y fue cuando escuchamos...

Pasos fuertes pero algo lejanos, después un vidrio quebrarse.

Katherine saltó del susto y abrazo a Fiorella que se mantenía dormida en sus brazos. Jhon y James estaban entretenidos jugando algo en el celular de Kathy, por lo que asumo no escucharon.

Se escuchó que quebraron otro vidrio y que daban golpes.

—Santino —me llamó asustada Kathy en un susurro.

—No pasa nada, cariño. Estoy a tu lado —abrace a la ahora frágil Kathy.

De pronto unas voces distorsionadas hicieron acto de presencia.

—¿No está? —pregunto una voz grave y robotizada.

—No se ve nadie.

—Entonces va... 

Las voces de fueron alejando seguidas de pisadas fuertes y ya no pudimos escuchar lo que iba a decir, después ruedas derrapando y un extraño silencio apareció.

—Salgamos —pedí levantándome.

—¡No! —exclamó asustada—. ¿Y si vuelven?

—Cierto, entonces hay que quedarnos aquí otro rato.

Ella guardo silencio y los niños empezaron a reírse haciendo que ella sonriera por primera vez en este rato.

—Lo siento, Kathy —susurre en su oído.

¡Ya está! Cedí ante ella.

—¿Qué?

—Siento lo que dije, al principio era solo una broma pero reconozco que si me pase, ¿me perdonas, cariño?

—Esta bien, pero no lo vuelvas a hacer —se tapo la boca cuando un bostezo la atrapó—. Jhon y James, ya dejen el celular y duérmanse.

—Esta bien, mamita, pero mañana nos lo prestas de nuevo.

—Si, pónganse la manta.

—Acuestate, Kathy —le pedí al verla bostezar de nuevo.

—No hay lugar.

—Ven.

Ella se me acercó a mi confundida.

—Te cargo, duérmete en mis brazos.

—¿Qué? ¡No, como crees, Santino!

—Vamos, Kathy. No te haré nada, somos amigos, ¿no?
Amigos, si como no.

—Ajá —murmuro.

—Ven con tu bebé.

Se lo pensó un momento hasta que sus glúteos se sentaron de lado en mis muslos, con mi mano apoye su cara contra mi pecho y ubiqué mi mano en su cintura, con el otro brazo sostuve a la pequeña Fiorella, su cabecita quedó apoyada en mi brazo mientras que sus cuerpo en el regazo de Kathy.

Las dos chicas se abrazan a mi pecho y yo las abrazo a ellas, poco a poco se arrullan hasta que se quedan dormidas al igual que los niños.

Las horas pasan y aunque estoy acalambrado, me gusta la sensación de ser abrazado y más por el amor de mi vida y su pequeña hija. Cabeceo de vez en cuando pero prefiero mantenerme alerta por cualquier cosa.

No me gustó ver a mi Kathy vulnerable y asustada, prefiero verla sonrojada y enojada; si manteniendome despierto puedo evitar alguna tragedia, lo haré mil veces seguidas.

Mi amor platonico se mueve, o mejor dicho su lindo trasero se mueve y por mucho que aguanto, mi bestia quiere despertarse.

<<Piensa en los angeles, en los santos, en Dios. Piensa en los angeles, en los santos, en Dios. Piensa en...>> Mi mente repite eso y poco a poco me olvido de eso.

Grandes tentaciones, pero está vez Dios a ganado.

Por cierto, ¿qué quería decir el robot cuando dijo que no se veía nadie? Que dilemas. Quizá era un ratero que venía casangueando a mi Kathy.

Malditos. Su casa toda plomiada mañana.

Antes de seguir pensando algo más, Kath se vuelve a remover y mi bestia se despierta.

Piensa en Dios. Piensa en qué tienes a su princesita en tus brazos.

Con eso mi bestia se doma y suspiro aliviado. Agradecido con el de arriba.

—¿Qué hora es? —murmura una voz sensual, sexi, seductora, celestial, etc. cerca de mi oído.

¡Domate bestia!

—No lo sé, cariño —respondo bajando la mirada y chocando con esos preciosos ojos azules.

—Me duele el cuello —se queja haciendo pucheros.

Que lindos labios, que no haría con ellos.

—Deberíamos salir para que descanses.

—Tengo miedo, ¿y sí vuelven?

—Te ofrezco mi casa para que te quedes unos días en lo que pones vidrios nuevos y más seguridad en tu casa. Allí estarás más segura.

Si te parece prudente.
Está propuesta indecente.

—No se —juega con sus deditos, tan sexis, qué no haría con ellos—. Sería muy invasivo.

Invademe lo que quieras mi reina.

—Sería aceptar la ayuda de los demás. Podré cuidar de los tres y si te parece mejor, puede quedarse James también.

—¿Y tienes habitaciones disponibles?

Al menos empieza a ceder.

—Claro, es una casa grande y de dos pisos. Mis padres me la regalaron cuando cumplí veinticinco años. Hay dos habitaciones principales y dos habitaciones pequeñas, así que las habitaciones no son un problema.

Acepta.
ACEPTA.
¡ACEPTA!

—Pero yo pondré para los gastos y haré de comer, nos rolaremos la limpieza...

—¿Es un sí? —la interrumpo feliz.

—Pues ya que... —finje indiferencia—. Ahora a levantarnos, tengo que empacar suficiente ropa, zapatos, comida, artículos de aseo personal y mantas; muchas mantas para no morir de frío.

Dramática bonita.

Ella se levanta de mis muslos, llevándose a su hija y dejándome con el cuello torcido, las piernas acalambradas, la espalda entumecida y lo último pero menos importante: una bestia sin domar; una erección dolorosa.

Agradezco que se volteara y no desaprovecho para levantarme del suelo frío y acomodar mi bestia para disimularla.

Estiro mis brazos, mis piernas, muevo mis hombros de arriba a abajo y el cuello de un lado a otro.

Gimo del dolor que me provoca, al menos se que fue por una buena causa. Soy todo un ejemplo a seguir.

Escucho el sonido de las llaves, levanto la vista cuando estás son acercadas a mí.

—Tú... ya sabes —señala la puerta, ¿apenada?

—¿Qué sé? —me hago el occiso.

—Tú... mmm, ¿podrías salir primero? Me da un poco de miedo.

—Claro que sí, cariño. Quedate aqui cuando salga, primero revisaré la casa y después vendré si la veo segura.

Por mi amor soy capaz de transformarme en su príncipe azul.

Agarro las llaves. Primero abro el candado y después el cerrojo de la puerta, me giro y le guiño un ojo antes de abrir la puerta.



En la tierra como en el cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora