Capítulo 45

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El aire se sentía pesado, el ruido de las preparaciones era acallado por el silencio de la perdida, de la despedida, del secreto a voces que recorría las calles de Kattegat, todos lo sabían, pero ninguno lo mencionaba, el causante de todo.

Ligia caminó, ya vestida y preparada, saliendo del gran salón, caminando junto a Ubbe, Torvi acompañaba a Gunnhild, junto a Kai y Melia. Todos los presentes abrían paso a su llegada, permitiéndoles llegar hasta el borde del agua, ahora congelada, en la cual reposaba un enorme barco, decorado con las mejores flores y escudos. La sangre de los sacrificios pintaba de rosa el blanco y helado manto que atrapaba aquella embarcación.

Gunnhild, junto a Torvi, Melia y la pequeña Asa se adelantaron, caminando por la pasarela, adentrándose en el drakar para dar el último adiós a la gran escudera que en él yacía. Ubbe se encaminó al barco, junto a Ligia, portando sus obsequios. Al acercarse a la cama en la cual reposaba, pudo observar las ofrendas de Gunnhild, un collar de oro, la de Torvi, un prendedor para el cabello y de Melia, una pequeña esfera cristalina, con una hermosa flor violácea en su interior preservada. Con cuidado, Ubbe depositó aquella piedra usada por Ragnar para navegar por primera vez al oeste. Ligia tomó la bolsita que colgaba de su cinturón, sacando de ella un brazalete, depositándolo con cuidado sobre la cama.

Decenas de guerreras agarraban las sogas, listas para tirar de la embarcación, los caballos estaban atados, en las orillas arqueras prendían sus flechas. Ligia vió como sus armeras se colocaban cercanas a las orillas, junto a ellas, listas para fundir el hielo. Unos pasos precedieron al ligero murmullo de los presentes, Björn se acercaba, recién llegado, a la despedida.

-Björn... – Ubbe no pudo terminar de hablar.

-No digas nada, lo sé, mi madre ha muerto. – Con cuidado, se acercó a las orillas heladas, sentándose en el hielo, despidiéndose, allí, mientras las escuderas prendían el barco.

La mano de ligia se movía suavemente, empezando a fundir el hielo, uniéndose a ella sus armeras. La voz de Torvi, como un delicado toque, fue la primera en romper el silencio, entonando una desgarradora despedida, una melodía de dolor y pena que rompía su voz a cada segundo. Las primeras flechas volaron por el aire, impactando en el frío hielo, rompiéndose, no sin ayuda. Las escuderas tiraban, junto a los caballos, moviendo poco a poco la embarcación en llamas.

La noche casi había caído y el gran salón se inundaba de gritos de rabia y enfado, Ligia estaba sentada junto a Ubbe, en un lateral, viendo como un muy desmejorado Hvitserk, que apenas se tenía en pie, recibía los gritos de Björn, encadenado, culpable de la muerte de la gran escudera. Los ligeros movimientos de la pequeña en sus brazos le dieron la excusa para salir, alejarse de los gritos, la rabia, de respirar aire fresco. Con una pequeña mirada se disculpó con Ubbe, que simplemente asintió tranquilo, pudiendo escaparse de todo aquello.

-¿Ocurre algo? – Ondina se acercó a ella preocupada.

-No, solo necesitaba salir... Demasiados gritos, demasiado espectáculo... Todos sabemos que es culpable, no era necesario tanto para una simple condena... – Ondina iba a hablar, pero Ligia se adelantó. – Y sí, lo sé, Björn, era su madre, entiendo que quisiera soltar toda su rabia y dolor... Solo digo que...

-Tenemos culturas y costumbres distintas... Ambas lo sabemos. Nuestros juicios no son así... Pero los suyos sí...

-Lo sé.

Los gritos de la marabunta que salía del gran salón interrumpieron su conversación. Kendra se acercó a ellas, preocupada, al igual que Ondina, seguida por la nueva nodriza de los mellizos.

-Estoy bien, tranquila, solo necesitaba salir. – Ligia empezó a caminar de nuevo de vuelta al gran salón. – Había demasiados gritos...

-Bueno, ahora cenareis y podrás descansar. – Kendra las acompañó de vuelta. – Nosotras regresaremos a la aldea. –Indicó, tras llegar al gran salón.

The soul of the seaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora