Año 2100.
Tras miles de catástrofes naturales y diversas desgracias globales, los gobiernos de todos los países del mundo acordaron unirse en una sóla nación, Crenia, la cual estaría gobernada por una de las familias más prestigiosas del planeta. Los habitantes de los países más pobres fueron eliminados por los ejércitos y sus tierras quedaron libres. El gobierno de Crenia obligó a vivir en estas tierras vacías a todos los pobres, discapacitados y sus familias y jóvenes que no pasaban una especie de exámen sobre diversos estudios que debían conocer por ley. Entre esta población marginada se formó una agrupación de rebeldes que intentó acabar con el gobierno de Crenia y cuyo líder fue torturado hasta la muerte para evitar más guerras.
El gobierno de Crenia estaba formado por los altos jefes del gran ejército real y por supuesto por la familia real, formada por la reina Venus Lid-Yara, su marido, y su hijo y futuro sucesor Saturn Lid-Yara de tan sólo 5 años. Saturn sería el rey de Crenia justo el día después de su décimo octavo cumpleaños.
El 1 de diciembre 2113 Saturn cumplió los 18 años y se festejó en toda Crenia durante todo el día hasta las 10 de la noche. Casi toda la población a esa hora empezó a desplazarse hacia el palacio real para ver la ceremonia de coronación que tendría lugar a las 10 del día siguiente.
Hacia las 8 de la mañana el cielo empezó a nublarse lentamente y su color cambió a un tono verdoso. Toda la población se paró a observarlo. Las calles se inundaron de un silencio insoportable. ¿Podría ser otra catástrofe natural como las que contaban en los libros de historia?
Sobre las 9 y media comenzó a llover pero aquello no era agua. Llovía ácido. La reina rápidamente mandó al ejército a las zonas marginales a acabar con aquellos que osaban interrumpir la ceremonia, ya que de todos era bien sabido que los rebeldes poseían extraños poderes adquiridos de generación en generación tras muchos años de estudios de la alquimia y todo tipo de brujerías. Se mandó a toda la población que huyesen a sus casas y no saliesen hasta que no fuesen avisados de que no corrían peligro.
El ejército al llegar a las zonas marginales comenzó a buscar a los rebeldes matando a todo aquel que impidiese llegar hasta ellos.
Mientras en palacio sólo se oía el ruido de los jefes del ejército andando de un lado a otro gritando órdenes y a la reina quejandose de los rebeldes. Saturn permanecía en su habitación situada en una de las 8 torres del palacio. Llevaba puesto aún el traje real pero no tardó mucho en comprender que era una tontería seguir llevandolo ya que la coronación podría tardar en realizarse varios días, asique comenzó a quitarselo. De repente notó una brisa de aire caliente y miró hacia la ventana. Se había abierto de par en par y aunque fuera hacía bastante frío, el aire que entró era caliente como si tuviese un hoguera cerca. Cerró la ventana y al girarse vió a una chica delante suya.
Ella tendría su misma edad. Su pelo era negro y lo llevaba suelto sin ningún tipo adorno. Sus ojos eran verdes claros y estaban pintados de negro. En la mejilla derecha llevaba una marca en forma de cruz quemada. Sus labios estaban agrietados e incluso sangraban un poco. Llevaba el pecho tapado por vendas que anteriormente fueron blancas pero estaban manchadas de cenizas al igual que sus brazos y su abdomen desnudo. Llevaba también unos pantalones anchos negros y bastante rotos por las caderas sujetos por un cinturón con varias armas de fuego de las antigüas y unas botas negras sucias y gastadas. Saturn se fijó una vez más en su pecho y vió que lucía un colgante de metal oxidado con la forma de un triángulo. No cabía duda de que era una rebelde.
-¿Quién eres?- preguntó Saturn casi susurrando por culpa del miedo.
La chica extendió los brazos con las palmas de las manos mirando hacia él. En ellas había marcas quemadas de un triángulo en cada mano.
-Dime una razón para no matarte ahora mismo- dijo ella mientras de las marcas de sus manos apareció fuego.