El aire de la noche estaba realmente frío, o tal vez la única que era fría era ella misma. Cada día que pasaba tenía más claro que tenía un trozo de hielo por corazón pero entonces, ¿por qué le dolía tanto a pesar de los esfuerzos que hacía por protegerlo?
Carolina andaba rápidamente por las calles agarrándose el cuerpo tal vez para conservar el calor o tal vez para protegerse del mundo o de sí misma. Algo dentro de ella se rompía cada vez que le giraba la cara a Guillermo, cada vez que apartaba su mano cuando él intentaba agarrarla, cada vez que se separaba demasiado pronto de un abrazo demasiado cálido, cada vez que ocultaba una sonrisa cuando le decía algo bonito. Ella misma se estaba rompiendo y no sabía como repararse. Jamás pensó que ignorar a sus propios sentimientos fuera tan doloroso.
Aceleró el paso cuando entró a la plaza, a pesar de tener la piel de gallina por el frío que sentía los ojos le ardían, más incluso que la cara. Sentía las lágrimas a flor de piel y la garganta cerrada que no dejaba pasar la saliva cuando consiguió salir de la zona en la que se encontraba todo el mundo a las puertas de las discotecas y ya estaba por fin sola, en mitad de la plaza donde acabó quedando con él por primera vez. El recuerdo la golpeó como un mazo. "-No sonrías así. -¿Así cómo? -Como si fuera una cita".
Le temblaron las manos cuando se apartó el pelo de la cara y en cuanto las fue a refugiar a los bolsillos calientes de su abrigo se dio cuenta de que no lo llevaba. Suspiró frustrada por su huida atropellada de la discoteca y se insultó mentalmente. No se entendía a sí misma. No se quería dejar sentir, no se podía dejar sentir. ¿Qué pasaría si aquello fuera a más? Si ya estaba así sólo al no haberse atrevido a besarlo no quería ni imaginarse lo que pasaría una vez que estuviera enamorada. Porque aún no lo estaba, ¿no? No quería pensarlo. Creía que sí pero no se atrevía a reconocerlo y cada vez que se le psaba la idea por la cabeza la agitaba intentando echarla de su mente.
Se apoyó en la pared de la catedral y se dejó caer arrastrándose hasta el suelo, doblando las rodillas y apoyando las manos en ellas jugando con sus dedos para concentrarse en otra cosa qeu no fuera el dolor latente de su pecho. Cerró los ojos mientras dejaba rodar las dos primeras lágrimas calientes por sus mejillas, al finalizar su recorrido calleron hasta sus manos pero no las secó. Tenía la expresión de Guillermo grabada en la mente y no se le borraba. El dolor que se reflejaba en sus ojos. Un dolor que ella había provocado. Un dolor que ella compartía. Veía una y otra vez como se había apartado su rostro cuando ella se apartó y como él la había mirado con el ceño fruncido preguntándole silenciosamente por qué. Sentía de nuevo como las piernas le flaqueaban y se retrocedían solas a la vez que ella vocalizaba un "lo siento" que de poco servía. Aún seguía escuachando el sonido de un cristal roto que había pasado por su mente, como si del corazón que ella había destrozado se tratara.
Cada vez que la escena se repetía en su cabeza las lágrimas se agolpaban con más fuerzas hasta que se tuvo que tapar la boca para que no se escuchara el primer sollozo, entonces supo que no había vuelta atrás. No lloraba como lo hacían en las películas en las que las actrices sólo buscaban salir guapas ante las cámaras, no. Ella hipaba, moqueaba y se convulsionaba entre sollozos que se escapaban de su garganta. Porque su dolor no era fingido, sino real. Dolorosamente real.
Al cabo de unos minutos escuchó unos pasos acelerados acercándose a ella por encima de la música. Esperaba que fuera Paula y que viniera a gritarle y a insultarle, a decirle todo lo que ella quería decirse a sí misma. Sin embargo, fue Guillermo el que se sentó a su lado soltando un suspiro cansado y estirando las piernas a la vez que apoyaba la cabeza en la pared. Olía a fiesta, a alochol, sudor y pista de baile. Como el día maravilloso en el que se conocieron, en el que ambos olían a lo mismo. Esperó en silencio unos segundos.
Carolina trató de calmarse sintiéndose verdaderamente egoísta, se secó las lágrimas de su cara con rapidez e intentó guardarse las otras para más tarde. Sabía que tenía el rímel corrido y el maquillaje desdibujado, que sus ojos estaban rojos e hinchados y que su sonrisa en esos momentos, además de falsa, era completamente innecesaria. Y sin embargo, se atrevió a girar la cabeza para que él pudiera verla bien.
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La felicidad no tiene nombre.
RomancePasar el verano en un pueblo donde la media de edad pasa de los 40 años no es, ni por asomo, un buen plan para una chica de 17 años. Con lo que Carolina no contaba era que todas las vacaciones tienen sus sorpresas.