VIOLETA
Martin y Dani llegaron juntos. Parecían contentos, pero enseguida me di cuenta de que su comportamiento no era natural, que estaban fingiendo, que eran muy plásticos.
Los conocía demasiado. Supe que escondían algo.
—¿Vais a seguir haciendo el idiota o vais a explicarme qué está pasando?—pregunté cabreada de tanto teatrillo.
Cómo supuse, se miraron fijamente, pero no me respondieron.
—¿Están todos bien en casa?—inquirí asustada.
—Sí. No es eso.
—Entonces se trata de algo de mi accidente ¿no?
—Te crees muy lista ¿no? —se molestó Dani.
—Intenta criar a cinco niños que te mienten constantemente.
—Yo no sabría ni por dónde empezar.
—A ver, decirme ¿Quién ha hecho esto, Carmen o Jaime?
—Los dos —susurró.
De repente, aunque parecía una locura, recordé que la mirada de Jaime no me gustaba, que encontraba algo siniestro en ella y que me daba miedo. Lo supe. Era la misma mirada. Instintivamente, me encogí sobre mi misma.
—Escúchame. Nadie va a haceros daño. Estoy aquí ¿me oyes nena?
—No harán nada. La policía no tiene pruebas de ningún tipo. Habrá que dárselas. La semana que viene tenemos una entrevista en la radio. Me encontraré con él allí.
—Espero que te quites eso de la cabeza —me advirtió Dani.
—Es mi vida y la de los míos la que está en juego, así que no me digas lo que tengo que hacer. Tu rollo paternalista no me va a hacer cambiar de idea —aclaré
— ¿Paternalista?
Violeta Peña, te estás pasando. Lo único que quiero es protegerte.
—Pues ayúdame a desenmascarar a este tipo y habla con la policía.
—Lo haremos. Pero haremos esto juntos. Ni se te ocurra tomar ninguna decisión sola. Jaime me conoce a mí. Voy a estar allí contigo y si te toca un solo pelo le voy a torcer el pescuezo.
—Tendré que quedarme a solas con él. Si no, sabes que no actuará.
—Conseguiré vigilancia, micros, lo que sea.
—Si me vio correr, seguramente sea porque ha estudiado mis rutinas. Los niños, Jasmine, mis padres... Hemos estado en peligro todo este tiempo. No quiero que Jas se entere de nada. Martin, vuelve a casa, por favor. Llama a la emisora de radio para confirmar nuestra asistencia y envía un mensaje a Jaime para que acuda a la hora establecida.
—¿Por qué no te vas a casa esta noche y descansas? —sugerí a Dani, que respiró hondo.
—Porque no podría pegar ojo.
—Lo que quieras, pero estás muy enfadado y te siento a kilómetros de mí cuando me miras así.
Se levantó y se acercó mucho a mí.
—Pues te equivocas en algo. Estoy enfadado, sí, pero más cerca de ti que nunca. Me duele ver esos golpes, sentir cómo te duele cada vez que intentas moverte. Solo quisiera raptarte unos días y que todo esto pase.
— ¿Pasar? ¿Exactamente qué parte?
—La parte en la que un psicópata quiera matarte.
—Sí. Supongo que sin eso podemos vivir mejor. Pero a mi lado la vida no será tranquila.
—Explícate.
—Tengo cinco hijos. Los amo con locura, pero son una fuente de preocupaciones. Viajo constantemente. Escribo con horarios que me marco de un modo sagrado que nadie me gusta que interrumpa. Soy accionista del hospital que dirigía mi marido, me frustra quedarme en blanco y me aterroriza quedarme sin argumentos para el siguiente libro.
—Expones todo eso para asustarme ¿No?
—Te pido que lo pienses. Nuestro camino no tiene por qué estar unido. Podemos andar por caminos paralelos.
—Saludarnos al pasar.
—Eso es.
—Pero es que, yo no quiero saludarte. Quiero darte la mano. Quiero ser parte de tu mundo y de tus preocupaciones. Y no podré hacerlo si no me lo permites. No podré rectificar si no tengo ni siquiera la oportunidad de equivocarme. Sé que empezamos la casa por el tejado. Pero quiero un hueco en tu vida.
—Dani
—Cuando te miro, sé que tienes un hueco ahí dentro para mí.
—Sabes que siempre lo has tenido. Eres mucho mejor de lo que esperaba, incluso mejor que cuando fabricamos a Jasmine. Me gustas, me haces reír y sentir deseada.
—Viene un pero ¿verdad?
—El "pero" ya lo sabes. Estoy muerta de miedo. Llevo unos años disponiendo de mi vida, buscando mi espacio y mis silencios.
—Y, ¿no puedes compartir todo eso conmigo?
—Lo que no quiero es entrar en tu vida y ponerla patas arriba. No vengo sola.
—Hasta ahora no me he quejado de nada.
—Me aterra que lo que te pueda dar no sea lo suficiente y que decidas acabar con ello.
—Deja de huir de mí. No voy a rendirme.
A la mañana siguiente me dieron el alta. Con mucho mimo, me ayudó a vestirme y me llevó hasta su coche en una silla de ruedas, aunque yo insistí en andar.
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COSECHARÁS CORAZONES
ChickLit¿Y si la vida nos diera la oportunidad de recuperar a la persona que nos amó más sinceramente?