La noche del Sacrilegio I

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Una comitiva de ancianas con el rostro cubierto de barro seco invadía los corredores del palacio de Thôset.La intensa melopea de sus lamentos llegaba hasta los jardines de los sicómoros.Vestidas con andrajos, las plañideras se golpeaban el pecho y la cabeza como muestra de aflicción. Los sirvientes, desconsolados, vertían polvos de olor en los quemadores, que impregnaban el aire con el aroma de la mirra.

Todo,en ese funesto día, llevaba marcada la huella de la desgracia y de la tristeza más profunda.

Thôset había pasado a la otra orilla del río de la Eternidad, y las mujeres, con sus llantos, rendían homenaje al difunto.

Nefrú, sentado junto al estanque de los cisnes, no lograba contener su dolor. La muerte brutal de su maestro le había herido en lo más profundo de su corazón, Insensible al tumulto de los llantos, veía como su vida se le aparecía ante los ojos, como si desenrollara un papiro.

Nefrú, que había sido contratado por Thôset siendo muy joven, como simple sirviente, enseguida se había ganado la simpatía del rico comerciante. Éste, consciente de la excepcional inteligencia del muchacho, lo había iniciado en el arte de los jeroglíficos y lo había nombrado escriba unos años más tarde.

¿En qué se habría convertido, de no ser por Thôset? ¿En un fellah (1), como su padre, que había acabado con su salud cultivando en el precioso limo del Nilo?

Aunque todavía era joven, Nefrú había dedicado gran parte de su existencia al arte de los jeroglíficos. Con frecuencia le divertía decir que sus más fieles compañeros era el papiro, el cálamo y su gato, Bast.

Gracias a su erudición, se había ganado el respeto ser los altos dignatarios;y gracias a su belleza, gozaba del favor de las mujeres más hermosas de Tebas. Su fama había llegado incluso hasta más allá de las puertas de la capital.La gente venía de lejos para pedirle consejo.

Sin embargo, hoy nada de eso tenía el más mínimo atractivo.

Su alma había oscurecido más que las aguas lodosas del río durante las crecidas.

Nadie podría reemplazar nunca a Thôset. Este hombre excepcional había hecho fortuna con sus negocios en el Nilo. Su riqueza le había valido la benevolencia del faraón, Tutmosis I (2).No obstante, a pesar de su poder, no había perdido ni un ápice de la bondad ni de la sencillez que lo convertían en un hombre justo.

Nefrú limpió el kohl (3) que se había extendido por sus mejillas cobrizas, y se puso en pie para acercarse a Basatis, hijo de Thôset. Basatis le había pedido que se encargara de los detalles del funeral de su padre. Esta tarea honorífica era una pesada carga,y Nefrú lo sabía.

Arregló los pliegues de su saya y cruzó con paso decidido el pórtico de las columnas del palacio.

Basatis lo esperaba en la sala de recepción, cuyas paredes estaban adornadas con suntuosos frescos florales.

-Entra, amigo mío, y comparte mi tristeza- le dijo, señalando un amplio sillón de madera de cedro.

-Por Osiris todopoderoso, que examina el alma de los antepasados, mi pena es demasiado grande para expresarte mi insondable tristeza.

-Lo sé. Mi padre te amaba como a un hijo, y tú has sabido agradecérselo todos los días de su vida. Ahora que se ha ido hacia el Occidente de los Muertos, debemos preparar cuidadosamente su última morada.

-La tumba se terminó hace casi un año. Tan sólo espera recibir el sarcófago y los objetos funerarios- respondió Nefrú, emocionado.

-Todo está previsto. Mi padre será rodeado con los bienes que apreciaba, porque tiene que disfrutar en el Más Allá de la misma existencia que tenía aquí. Mandaremos fabricar oushebtis(4) que,cuando llegue el momento, trabajarán por él en las tierras divinas. Sus más bellos caballos serán momificados para que pueda cabalgar por los campos del Ialou(5). Sepultaremos sus cofres de piedras preciosas, sus joyas, sus lingotes de oro, para que tenga una vida confortable entre los dioses.

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⏰ Última actualización: May 28, 2015 ⏰

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