Un frío día de invierno, Nina se enamoró.
Él tenía ojos grises, una mirada falta de amor y manos grandes. Se sentaba en un tocón en el jardín de la escuela, cuando el sol se ocultaba, a cantar canciones desconocidas en ese lado del mundo.
Nina lo miró en uno de esos ocasos y no pudo nunca dejar de hacerlo. Él sentía su mirada pero evitaba decirle algo porque le agradaba.
Un amanecer, Nina vio al chico de ojos grises en su ventana, con la sonrisa más avergonzada que había visto. Suspiró encantada sin poder evitarlo, y correspondió a la sonrisa con un gesto en el rostro.
"Caleb, me llamo Caleb", dijo el chico de ojos grises, pero Nina no entendió el significado de sus palabras ni de su presencia en su ventana en un amanecer.
No podía dejarle entrar ni abrir la ventana, así que replicó con entusiasmo "Nina", y se señaló. Caleb también se enamoró.
No era muy audaz al hablar pero sabía cantar, y en susurros a la chica que le miraba, le cantó.
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Cuentos de siempre acabar.
ContoHay historias que acaban, que terminan, que sí tienen fin. No por eso son malos, ni tristes; los atardeceres son prueba de que los finales pueden ser hermosos.