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Así no es mi estilo.

Quería gritarle pero se contuvo está vez, no quería que la situación terminará igual al pleito en la cafetería hace unos días. No quería más problemas con Bakugō, solo quería seguir adelante con su vida separada a la de él. Aunque claro, eso no sería tan sencillo si se estaba involucrando raramente con él en privado por medio de esas notas.

"Debería mandarle una última... De todas maneras, creo que se está saliendo de control esto."

Analizaba mientras mordía ansiosamente la uña de su pulgar. Quería parar todo antes de que empezará a sentir lástima por su bully. Pero si esa era su decisión final, desgraciadamente no sería posible realizarla.

—¿Que pasa?— pregunto por fin Midoriya después de un largo silencio entre ellos

Casi a la entrada de la cafetería había ya una multitud, y cada vez más se iban uniendo al tumulto de gente que al parecer se estaban divirtiéndose con algo, o quizá alguien.

—¿Ah?— fue lo único que logró formular cuando por fin salió de su trance al oír el tono curioso de Izuku que se levantó para subirse a la banca y poder ver mejor

—¡Deku-kun! ¡Kabuyā-san! ¡Problemas!— una castaña llegó corriendo veloz a ellos con expresión preocupada, y detrás de ella Tsuyu

—¿Que pasa Uraraka-san?— se acercó a ella algo preocupado por la noticia que ella le traía algo agitada

—Es-es... Él... Comida... Le están...— no encontraba las palabras para expresarse ante tal escena prácticamente inimaginable

—¡Bakugō es el centro de basura!— por fin Tsuyu habló fuerte

Eso fue todo. Esas simples palabras fueron capaces de movilizar a ambos adolescentes que, sin intercambiar palabra alguna o aunque sea una mirada, salieron corriendo veloces al pasillo de la cafetería.

No lo podían creer, así que ese era el motivo de las carcajadas burlescas, de la bulla y de los insultos. El imponente Bakugō Katsuki, el campeón del festival deportivo, el egocéntrico chico con el quirk tan genial del que tanto alardeaba ahora no era más que residuos de comida y basura que se estrellaban contra él sin parar. De hecho, parecía que algunos alumnos llegaban solo para lanzarle la comida e ir corriendo a buscar más.

No lo creían. ¿Quién era esa persona vulnerable que se dejaba pisotear? ¿Dónde estaba el Bakugō que tanto conocían que no dejaba que rosaran si quiera con su hombro? ¿Dónde estaban sus amigos? ¿Debían disfrutar de aquella vista? ¿Deberían burlarse de él, desquitarse y vengarse por todo lo que les había hecho en el pasado al par de adolescentes que veían impresionados la escena? Incluso podrían no ser participes del tiro al blanco a Katsuki, pero darse la vuelta y no hacer nada también sería ser cómplices.

Uraraka no sabía que hacer y tampoco era como si quisiera mancharse de comida al interponerse entre su supuesto novio y los alumnos ardidos que disfrutaban de humillar a su compañero.

Pero si Uraraka no lo haría, Kabuyā si.

Sin siquiera pensarlo un segundo más, empujó con brusquedad y con hasta cierto tono de violencia a los bastardos que acosaban a su antiguo amigo y sin dudarlo, se paró en medio y enseguida, sin importarle si su traje se llenará de agujeros o si sería culpable de algún herido solo pudo pensar en activar su quirk, abrir sus poros y lanzar pequeños espinos del tamaño de un alfiler, atinando a todos los que formaban el círculo en primera fila, y cambiando el ambiente de risas crueles a pequeños lloriqueos y quejas de dolor y ardor intensos que no hacían más que estresar el cargado ambiente y llenarlo más de algunos gritos de sorpresa y otros de miedo.

Notas a un querido idiota [Bakugō Katsuki] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora