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Una mañana de 1924, mi cuerpo descansaba sobre mi cama envuelto de sábanas que me cubrían hasta la cabeza, en mi pequeña habitación construida de madera y decorada con una pequeña ventana imposible de cerrar por la que accedía el fuerte viento de aquella Barcelona vieja en la que vivía con mi familia en aquellos tiempos.

Interrumpiendo mis sueños, entró un caballero alto con un desmesurado sombrero de copa y el abrigo abotonado hasta el cuello. Se quitó todas las capas que cubrían su rostro y dejó ver la sonrisa que yo misma había heredado.

-¡Papá!- Grité. -Buenos días.

-Buenos días, Ranita.- Dijo mostrando su dentadura. -Preparada?

Salté de la cama lo más rápido que pude, era el cumpleaños de mi mamá y cual niña de cuatro años, quería ser la primera en desearle un feliz cumpleaños.

Cartas de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora