El deseo nos consume. No hay censura en nuestras caricias, nos pertenecemos y lo sabemos. Sus manos recorren mi cuerpo, llega al cuello de mi blusa, se acerca y aspira el aroma impregnada en ella, sus ojos color ocre se vuelven negros como un felino al acecho. Lo deseo tanto y se que el también a mi. Mis manos suben por sus fuertes brazos a su cuello, acerco mi boca a la suya y lo beso. Es mi droga. Bajo mis manos hasta sus caderas y agarro los extremos de su camiseta, la voy subiendo lentamente, él observa cada movimiento, sus ojos son fuego dentro de mi que consume mi interior. Llego a sus hombros y el alza los brazos para sacarla por completo. Ahora puedo apreciarlo, su magnificencia. Alguien como el no debería estar tapado con prendas que oculten su perfección. Mi dedos arden con ansias de tocarlo. Acerco mi mano a su pecho desnudo, él la toma entre sus manos antes que logre tocarlo. Una protesta sale de mis labios. Una sonrisa cincela su hermoso rostro.
-Ese no fue el trato, preciosa. Sus manos acarician mi rostro. - No puedes tocar y lo sabes. Besa mi mejilla. -Lo sé. Bajo el rostro, avergonzada. -Me gustaría que lo hicieras, créeme. Su voz suena angustiada. Levanto la vista y veo en su rostro el esfuerzo. -Pero eso haría de ti mi excepción y no queremos que eso ocurra. Se aleja de mi. Pues es lo que yo quiero. Deseo tanto ser su excepción, pero el se empeña en seguir sus reglas. No puedo hacer nada con eso. Mi animo decae y vuelvo a pensar que fue la peor idea que he tenido. Jamas debí involucrarme con Daniel Evans. El será mi perdición. Y no puedo evitar caer en su encanto. Mi muerte se aproxima y el infierno se cierne sobre mi con cada caricia, con cada toque de su mano. Se que debería romper el trato. Dejarlo. Pero acaso tengo opción. Alguna vez tuve elección.
