𝐏𝐚𝐫𝐭𝐞 ú𝐧𝐢𝐜𝐚.

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La infancia. Una época llena de alegrías en la que tu mayor preocupación se resume a la escuela. O al menos así era en mi pueblo. Un pequeño pueblo situado en el medio de la nada. Uno casi olvidado y de nombre borroso. Pero a fin de cuentas era mi pueblo, y ahí éramos felices. O al menos así era hasta que ellos llegaron.

No recuerdo con exactitud la fecha, pero debía tener alrededor de los doce o trece años. Llegaba de la escuela, como todos los días, y por mera coincidencia escuché la charla de mi padre con el casero, quien nos pedía alojar a algunos hombres —al parecer de alguna fuerza armada— por tan solo un par de semanas. No le preste mucha atención en el momento. Me parecía algo irrelevante, o que no era de mi incumbencia. Vaya error...

Después de la llegada de los "paramilitares" todo había transcurrido normalmente. La verdad parecían amables, pero no me los cruzaba casi. Solían irse temprano en la madrugada y llegar a altas horas de la noche para encerrarse cada quien en su habitación.


( . . . )


Llegué a la escuela. La primera clase era matemáticas. El profesor estaba retrasado. Estuve hablando con mis amigas hasta que llegó un reemplazo y nos explicó que el profesor no podía venir hoy. No nos dio una razón, y no lo vi por el resto del día.

Ya a la hora de regresar tomé el camino de siempre. Mi casa estaba algo alejada del resto. Bueno, muy alejada, quedaba casi a las afueras del pueblo, así que solía tomar caminos poco frecuentados. Normalmente era la única que pasaba por allí, así que me sorprendió un poco aquella camioneta negra varada en el medio del camino. Algo no cuadraba con ella. Y mientras más me acercaba, más grande se hacía la necesidad de correr. Quería alejarme lo más posible de ese lugar, pero no sabia por que, o por que me sentía tan inquieta. Tan intranquila. Y mientras un miedo inexplicable iba creciendo, la curiosidad también. Mis piernas se movieron solas, conduciéndome a la fuente de mi mal presentimiento. Mi curiosidad había ganado, otra vez. Pero como ya todos sabemos, la curiosidad mató al gato. Solo quedaba una duda... ¿Quién es el gato en esta historia?.

Y ahí estaba yo, frente a aquella misteriosa camioneta. Salía un olor extraño de ella. Como cuando la comida se está echando a perder. La rodeé un par de veces. El olor era más fuerte por la parte trasera. Al parecer venía de la cajuela. Tenia una pequeña ventana. Me acerqué un poco y, empinándome, logre asomar mi cabeza para ver dentro del auto. La piel se me erizó por completo mientras un escalofrío me recorrió la espalda. Las piernas me empezaron a temblar y caí hacia atrás de la impresión. Quise gritar, lo intenté varias veces, pero mi boca era incapaz de pronunciar sonido alguno. Aquella imagen me había dejado impactada. Era la primera vez que veía un cadáver, y no uno cualquiera. El cadáver de mi profesor, ese que nos daba matemáticas y había faltado esa misma mañana.

Cada vez que recuerdo el cuerpo sin vida de aquel docente, esa primera víctima de "ellos", la sensación de aquel día se hace presente. Y aunque haya pasado ya casi más de una década, se sigue sintiendo igual de vivido que aquella tarde.

Como si el destino quisiera burlarse de mí, voces se hicieron presentes a la distancia. La adrenalina se apoderó de mi cuerpo, y, sin siquiera caer en cuenta del momento en el que me levante del suelo, ya me hallaba corriendo con todas mis fuerzas en dirección a mi casa. Nunca había corrido tanto. Nunca había corrido tan rápido. Pero en ese momento mi miedo era más fuerte.


( . . . )


Pasó el tiempo. No volví a mencionar lo del profe. En la escuela nos dijeron que había salido del país por una mejor oportunidad laboral. Eso me enfadó, pero no supe hasta qué punto fue ignorancia o hipocresía.

La lista negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora