Fuiste tanto, fuimos todo y nada a la vez y ahora solo somos dos desconocidos con una historia en común, pero, que viajan en distintas direcciones a miles y miles de kilómetros... Me mostraste que está bien amar y es que amar es destruir, y ser amado es ser destruido. Alrededor tuyo, todo se sentía tan distinto que no logro acostumbrarme a esta nueva realidad, en la que tú ya no estás.
Dicen que la droga más fuerte de un ser humano es otro ser humano, y duele que tu me hayas enseñado aquello. Ahora todo lo que alguna vez fuimos se ha esfumado, quedando así en vagos recuerdos que terminarán olvidados en el tiempo... Gracias por amarme, gracias por enseñarme a amar, gracias por destruirme, gracias por enseñarme que amar también es sinónimo de dolor.
Que fácil es acostumbrarse. Nuestra vida está basada en costumbres, todos tenemos de ellas, como fechas especiales, un lugar al que vas frecuentemente, una familia que se reúne cada domingo, aquella maratón de películas que haces cada tanto; y nos acostumbramos a las personas, a ciertas personas. Y de repente te preguntas si esa persona también te recuerda, si también piensa en ti, aunque sea unas fracciones de segundos... Sí, a diario me pregunto aquello.
Yo creo que esta última es la costumbre más difícil, ¿sabes por qué?, bueno, es porque cuando le das ese poder a esa persona de entrar en tu vida, ya no hay marcha atrás. Y ahora, después de ti, ya nada es igual. Aquellos pensamientos, llenos de soledad que deja la ausencia de esa persona, aquel que se hace más presente en las noches frías, donde tu única compañía es la oscuridad de la noche.
Después de todo, fuiste mi mejor costumbre