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Boquiabierto, atónito, realmente asombrado por lo que acabó de decir, subo el último escalón que me separa de la puerta.

Emilio tiene el don de cautivar con palabras. Es una virtud suya tan deliciosa para los oídos de cualquier persona como peligrosa. Uno puede actuar motivado por su melódica e hipnótica manera de hablar y perder el rumbo acerca de lo que verdaderamente quiere hacer.

Por ejemplo, yo no quiero darle a entender que me muero de ganas por lanzarme a sus brazos. No quiero que comprenda el poder que tiene sobre mí cuándo pronuncia cosas tan ridículamente tiernas.

No quiero.

No quiero que sepa que cada segundo que pasa, lo amo más y más.

-No lo tendrás sencillo -digo-. Ya nada te lo pondré sencillo.

Estiro la mano para agarrar el picaporte y abrir, pero su voz gruesa me detiene.

-Nunca me gustaron las cosas fáciles -masculla-. Quizá sea por eso que he estado años tras de ti.

Una sonrisa se apodera de mi rostro y agradezco que él no pueda verla. Son éstos instantes en dónde se me olvida que me ha hecho la vida imposible y solamente pienso en besarlo.

-¡Claro, años detrás mío y también de otra! -ironizo, con la sola intención de disimular lo que en verdad estoy sintiendo.

Giro el pomo y entorno la puerta. Le escucho insultar y debo reprimir las enormes ganas de reír que me invaden.

-¡Vendré a las siete -ruge, dispuesto a marcharse-, y no tendrás otra salida, más que cenar conmigo!

Cruzo el umbral de aspecto rústico, característico de las fachadas que constituyen Roma y mirando al frente, antes de cerrar, me despido-. ¡Adelante, ver cómo te das por vencido será alucinante!

Satisfecho de mi actitud, escucho el motor de su automóvil y el sonido de las llantas alejarse. Se fue, y eso, por más contradictorio que suene no me hace feliz. Me gusta enfrentarlo, llevarle la contraria, echarle en cara aquello que traigo guardado en el pecho, pero el vacío que se apodera de mí cuando ya no está cerca es horroroso; es lo que me hace pensar dos veces las cosas; es anhelar más que nunca darle la oportunidad que tanto busca, incluso sin habérsela ganado.

En resumidas cuentas siento que estoy sin mi complemento; sin la razón para pelear, celar, y reír, cuándo Emilio se va.

Es odioso sentirme así; con una parte de mí sufriendo porque no lo tiene conmigo, y la otra, sufriendo porque cuándo está conmigo me produce dudas y desconfianza.

Lo repito, quiénes dicen que el amor es el sentimiento más hermoso que puede profesar un ser humano, pues viven en una dimensión bien distinta a la mía. Para mí el amor es un auténtico dolor de cabeza, un martirio, una montaña rusa que me lleva a estar feliz, o triste a veces; e inclusive ambas al mismo tiempo.

Muerdo mi labio inferior y de forma automática camino hasta la heladera.
Tengo hambre; mi estómago no ha recibido alimento desde ayer a la tarde y la idea de un mega sándwich de albóndigas con salsa y queso, me hace agua la boca.

Saco el pan, el bowl con las albóndigas en salsa, y las láminas de queso cheddar. Lo preparo más que rapidez, con desesperación y tras poner el plato en el microondas, me recargo en la mesada.

-¡Joaquín! -exclama Niko, en un tono bastante irritable, interrumpiendo lo que era, mi lindo momento de paz.

-Qué -contesto con desinterés.

-¡Le creíste! -me acusa.

Enarco una ceja y lo miro. Estoy harto de su comportamiento, y pese a que no me agrada pelear con el, es extenuante soportar su mal genio.

Al Mejor Postor || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora