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Con suavidad aprieto sus brazos y me acurruco contra él.

Ya sé que estamos llenos de defectos, de fallas, de malas decisiones y que somos más contras que pros, pero lo real y valedero es que juntos somos felices.

¿Qué importa lo que piensen los demás entonces? No nacimos para contentar al resto, ni para vivir al pie de lo que la gente crea ética, moral, o sanamente correcto. Emilio y yo estábamos destinados a encontrarnos, enamorarnos, y acabar como estamos ahora: abrazados, mirando un anochecer y diciéndonos lo bien que nos hacemos el uno al otro.

Cómo puedo y aún entre sus brazos, giro para observar su rostro.

No tengo idea de cuánto vaya a durar esto. No sé si serán meses, años, o la vida entera.
Tampoco sé si un día viviremos juntos, si seremos algo más que una pareja, o si tendremos hijos. Inclusive, desde ya asumo que discutiremos y que estaremos en desacuerdo hasta en los puntos más absurdos y sencillos de la rutina diaria.
Sin lugar a dudas, lo de nosotros no va a ser fácil. Somos dos polos completamente opuestos, que como el imán al metal, nos une esa irrevertible atracción que se resume a pura química, o física, o de ambas.

Y aunque por dentro admito que probablemente no será fácil, eterno o perfecto, voy a disfrutarlo.
No me privaré de decirle cuánto lo quiero, en las oportunidades que se me cruce por la cabeza hacerlo. Empezaré a ser más cariñoso, sin importarme que eso me ponga al límite de la cursilería. Le demostraré, que eligió a un hombre imperfecto que se enamoró de sus actitudes infantiles, sus enojos, sus momentos vulnerables, y sus demonios; demonios en su personalidad de los cuáles vi un atisbo en el pasado.

En éste preciso instante donde la penumbra baña la terraza, me pongo a mirar sus brillantes ojos y estoy más seguro que nunca, de que lo quiero en mi vida con virtudes y defectos.
Lo quiero siendo el Príncipe Azul, y lo querré siendo la Bestia del cuento.

—¿En qué estás pensando? —pregunta de repente—. Te me quedaste mirando de una manera extraña.

Su voz ha bajado sensiblemente, se escucha más grave que de costumbre; más ronca y vibrante cuando la procesan mis tímpanos.

La iluminación en pequeños candelabros, ubicados en los extremos del balcón rectangular se han encendido automáticamente el sol se despidió del firmamento, y gracias a la tonalidad amarillenta que desprenden consigo apreciar a detalle su cara.

La luz realza su mentón, las líneas de expresión y sus labios. Sus cejas tupidas y oscuras enmarcando sus preciosos ojos producen un efecto espectacular en sus iris, permitiéndome admirar lo hermoso que es.
Ya que aparte de su indiscutida guapura, Emilio es una mezcla de sensualidad, masculinidad, y la indescriptible belleza que se esconde tras sus ligeros rasgos medio orientales.

—Siempre me has dicho que soy hermoso —estiro la mano y con mi índice dibujo el contorno de su mandíbula—. En árabe tú lo llamas...

—Aljamal —dice con fluidez; como una melodía para mis oídos.

—Eso mismo, me dices belleza. —resuelvo triunfante.

Estuve casi un mes entero buscando en Google la forma correcta de escribir esa palabra y a su vez, tratando de encontrar la traducción.
Cuándo por fin di con ella sentí que me derretía por dentro. Todo el tiempo, durante mi estadía en Riad me dijo belleza; literalmente belleza.

—Lo eres —su mejilla izquierda se acuna en mi palma, en tanto sus dedos se detienen en mi espalda y me acercan a su pecho.

—Pues para mí, tú también —susurro—. Es eso lo que estoy viendo: que eres mi hombre hermoso.

Al Mejor Postor || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora