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Observó nervioso el inquietante recibidor de la casa, o mejor dicho mansión, candelabros negros iluminaban el largo pasillo decorado con pinturas al óleo de retratos un tanto sombríos, un techo abovedado con enormes lámparas metálicas y redondas en las que se encontraban velas, apagadas.

A pesar de estar rodeado de preciosas cristaleras y candelabros el lugar era oscuro, con un aroma parecido a las amarillentas páginas de un libro viejo, amaba ese olor. El pequeño chico de cabellos blancos estaba fascinado con la cantidad de ornamentos que ocupaban el tenebroso pasillo, desde pequeño se ha sentido fascinado por el estilo gótico, pareciera estar en una película de terror de esas que tanto le gustaban.

Buscó con la mirada confuso, ¿quién le había abierto la puerta? Escondió la parte baja de su rostro en el cuello de su abrigo negro, algo que habitualmente hacía pues se avergonzaba por las pequeñas marcas de nacimiento al lado de sus comisuras.

Toge Inumaki era bastante curioso, constantemente olvidaba su sentido común al querer y necesitar saber sobre algo.
No era alguien de muchas palabras por lo que, con suerte, conservaba un amigo de la infancia con el que pasaba el rato en la escuela y alguna que otra tarde en su casa, jugando a videojuegos o viendo algún documental interesante, a petición del pequeño.

Se podría decir que tenía unos dedos muy traviesos, el observador joven no podía evitar querer tocar todo lo que llamaba su atención, se estaba controlando.

Siguió esperando paciente con la esperanza de que su compañero apareciera pues creía que este podría haber abierto la puerta principal, tras varios minutos de pie comenzó a desesperarse, había decidido que tenía que aprovechar para saciar esas ganas de explorar.

A paso lento se desplazaba analizando cada pequeño detalle a su vista, rozó con el índice las figuras talladas a mano del alto reloj de madera a su derecha, un escalofrío recorrió todo su cuerpo, se sentía observado.

Con temor volteó al final del pasillo, una cara humana le miraba, con brillantes ojos saltones y vestimenta de mayordomo. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?

La escuálida figura caminó hasta llegar a él, Toge sorprendido se percató de su altura, era la persona más alta que había conocido.

- Supongo que será usted uno de los amiguitos del señorito Yuta. Sígame joven -su gran espalda impedía ver a dónde le dirigía, tropezó con un escalón cayendo sobre una tupida alfombra que parecía cubrir toda la escalera, no se hizo daño pues amortiguó el golpe.

Rápido se levantó queriendo que la tierra le tragara por el ridículo que acababa de hacer.

Subiendo escalones recordó lo solitario que había visto siempre a Okkotsu, en su esquina dibujando garabatos en las hojas blancas del único cuaderno que llevaba, sumido en su propia burbuja y mirando a los demás con desprecio, nadie quería acercarse a él. Le sorprendió que tuviera amiguitos, pero claro, él tan inocente no se dió cuenta del verdadero significado de aquello.

Sus piernas ya se habían cansado y le costaba respirar, no estaba para nada en forma y su cuerpo era muy débil, cosa que le daba igual pues odiaba el deporte y las estúpidas clases de educación física.

Comprendió que las estrechas escaleras con forma de caracol terminaban en la punta de una torre, que anteriormente había observado antes de entrar, esta mansión constaba de varias torres puntiagudas y repletas de relieves, como el resto de la fachada. Quién le diría que a las afueras de ese pueblo tan corriente pudiera encontrar maravillas arquitectónicas de tal calibre, pensó que debieran de ser remotamente ricos y personas importantes en la sociedad.

Los interminables escalones cesaron, escuchó un ruido metálico, el señor que le acompañaba había introducido una llave en la cerradura de la puerta, se hizo a un lado dejando pasar al invitado, confuso y algo asustado por el ambiente, el aire difícil entraba en sus pulmones.

ʟօʋɛ ɮɨȶɛֆ - ʏʊȶǟɨռʊDonde viven las historias. Descúbrelo ahora