1. Solo un cosquilleo.

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Camino por los pasillos de la facultad de Sacramento, saludo algunos compañeros que reconozco de las clases que tomo. Tengo 33 años y estoy en el tercer año de la segunda carrera que hago en mi vida.

Es una larga historia, pero todo se reduce que a veces lo que uno ama a los veinte no es lo mismo que ama a los treinta, y ya que puedo darme el lujo de estudiar a esta edad, lo estoy haciendo.

—Dime que no te derrite como helado al sol —dice Anna saltando al lado mío con su sonrisa brillante, sé de quién habla por lo que niego con la cabeza, evitando ver hacia dónde ella clava sus ojos.

Anna Cara estudia su doctorado, luego de sufrir en la facultad de Derecho. Tiene 28 años y nos conocimos cuando yo estaba en mi último año y ella en el primero, en ese momento yo tenía 23 años y ella recién 18 años.

Ella es una de las pocas personas que me entendía en la decisión de estudiar otra cosa, aun cuando sigo trabajando con mi primer título. Y no es que odie mi trabajo, pero a veces está bien hacer las cosas por uno mismo.

Es algo que estoy tratando de implementar más seguido.

—Realmente no entiendo por qué tienes esta aversión a Eddi. Si existiera la definición del hombre perfecto, sería él. Sin dudas —dice poniendo sus ojos en blanco

— ¿Lo acabas de llamar Eddi?

—No es mi profesor, jamás lo será, por lo que sonaría raro decirle profesor Morales. A parte, ayer nos cruzamos en la cafetería a de abajo y casi agarro su pedido, así que cuando me detuvo se presentó como Eddi.

Termina encogiéndose de hombros, su mirada sigue pegada a él. Ha tenido esa especie de flechazo amigable por el profesor de literatura de la universidad desde que entramos. Y desde ese momento, he vocalizado mi rechazo a su compañía, en todo sentido.

Si lo vemos viniendo hacia nosotras, seré la primera en darme vuelta y correr. No permito que estemos a menos de dos metros y ruego por no encontrármelo sola nunca.

Creo que debo ser la única mujer del campus que reza por eso.

—Tengo una lista de por qués, algún día te la recitare de memoria. Ya verás —contesto sonriéndole de costado. Siempre trato de mantenerlo amigable, tampoco odio al tipo o hizo algo para merecerse mi odio completo; solamente me gustaría no llamar su atención y mantenerme alejada—. Si te interesa tanto debería salir con él. Digo, ya se presentó contigo.

—Sí, pero no tenía esa vibra, ¿sabes?

— ¿La vibra?

—Esa sensación que tienes cuando alguien está coqueteando contigo, o que tu coqueteas con ellos y te corresponden.

Pienso en eso un segundo, he tenido novios en la secundaria y en la universidad, pero no sé si recuerdo tener esa sensación con alguno de ellos.

—Diré que sí solo para que no me tengas una hora escuchándote hablar de vibraciones raras —respondo en su lugar, haciendo que Anna ría fuertemente. Llama la atención de varios estudiantes y otras personas, y creo que podría incluir al profesor Morales, pero me abstengo de mirarlo—; ¡Ana! Lo que dije no fue tan gracioso.

Ella está por contestarme con alguna respuesta irónica, cuando su cara cambia a una amable. Esa cara que todos usamos al ver a alguien que queremos caerle bien por alguna razón egoísta.

La cara de hipocresía la llamo yo.

—Señorita Cara —dice una voz rasposa a nuestro lado y yo doy un paso atrás—. ¿Ha estado robando cafés ajenos el día de hoy?

Cigarros para un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora