Todas las mañanas me despertaba a las 6 y 30, lista para comenzar un nuevo día. Cada mañana me miraba al espejo, viendo que la misma chica inútil que se había acostado a dormir estaba frente a mi un día más. Realmente frustrante. Después de lamentarme de mi misma, iba a bañarme, me cambiaba y me maquillaba, nuevamente frente al mismo espejo, lista para interpretar mi personaje, una chica bonita y divertida, llena de vida y confianza. Uno o dos minutos me tomaba meterme en personaje, antes de cerrar los ojos y volver a abrirlos para ver que otra chica estaba frente a mí. Mejor, superior en todos los aspectos.
Siete años habían pasado ya desde la primera vez que interpreté a Bianca Müller en una cena con la familia de mi padrastro, y, desde ese día, no pude despegarme de ella. ¿Para que hacerlo? Con un poco de tiempo para mentalizarme era más que suficiente para dejar de ser yo misma, volviendo todo mucho más fácil. Incluso mi madre, que conoció a Zoé, estuvo orgullosa de mí a partir del día que dejé de serlo para los demás.
Dicen que si uno realiza con constancia una tarea, tarde o temprano terminará haciéndolo mejor, ¿no? Yo llevaba ya más de dos mil quinientos días en la mía y, en vista de los resultados, considero que esas simples palabras ocultaban una gran verdad. Al principio fue confuso hablar, actuar y pensar como si fuera una persona distinta, incluso en ocasiones llegaba a confundirme, pero a mis 18 años ya podía considerarme toda una experta en el arte del engaño (o la interpretación, si tuviera que verlo desde un punto de vista menos negativo). ¿Cómo no serían fáciles para las clases de actuación, si hasta lo hacía mientras tomaba las clases y en mis descansos? En tercer año mi secundaria comenzó un taller de teatro, y mi profesor no podía creer, sin importar cuantas veces se lo dijese, que era mi primera vez tomando lecciones. Creyó que le estaba tomando el pelo.
Bianca Müller fue no solo la mejor estudiante de toda la secundaria, con un promedio de 9,5 en todos sus años y todas las menciones de honor, sino que fue la protagonista de la obra escolar durante tres años seguidos e inclusive logró papeles importantes, justo por debajo de los estelares, en películas de gran éxito como "Problemas de una chica adolescente" o "Mi perro mágico de seis patas", donando todas sus ganancias a orfanatos, caridad o para la investigación de una cura para el cáncer. ¿Qué más se podía pedir de ella? Oh, claro, fue la estrella del festival deportivo en la rama femenina, destacando en todas las disciplinas a excepción de fútbol y natación (cosa que no tiene que ver con ella, ya que yo soy la que tiene miedo a nadar y no tiene coordinación con los pies como para correr con una pelota), se llevó el segundo lugar en la feria de ciencia y trabajó como presidenta del consejo estudiantil en quinto y sexto año, organizando los eventos más multitudinarios que tuvo la Goethe-Schule, la escuela bilingüe en alemán que me transfirieron luego de que mi madre se casó con Alton Müller, un hombre de descendencia alemana que fue Canciller justo antes de mudarse a nuestro país y ahora vive con una vida simple gestionando su empresa multimillonaria de automóviles. Todo un hombre de pueblo.
A los 14 años Bianca consiguió su primer novio, con los que compartió muchos hermosos (tediosos) momentos en toda su vida como estudiante. El chico en cuestión, Emmanuel Tars, era solo un estudiante que a sus 17 años tenía ya tantos logros acumulados en su club y en los partidos intercolegiales que terminó como suplente en el mundial de fútbol, acumulando cuatro goles en los tres partidos que jugó y siendo elegido titular para la Copa Continental. Como mi padre, el también era de una familia totalmente normal, pues solo poseían parte de un imperio empresarial con marcas desconocidas como T&Ts, Tea Way y por supuesto, las barritas Tars, entre otras, con una facturación anual ligeramente menor a los 35.000 millones de dólares anuales. O sea, ¿quién era? Solo podrías compararlo con la basura que se acumula en los vertederos o la Isla de Basura del Pacífico (sin ofender a todos los plásticos que se unieron para crearla y a su gran compañerismo y trabajo en equipo, pues estoy segura de que algún día lograran algo más grande que Rusia).
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Perdida en mí
RomanceZoé es una aspirante a actriz con un extraordinario talento para representar personajes de lo más diversos. Su interés comenzó a sus 12 años, edad en la que su madre vuelve a casarse y la imagen de su nuevo padrastro comienza a influir poco a poco e...