“Yo sé que si la virgencita de los Ángeles me escucha, traerá a mi papa a casa nuevamente”
Siempre escuchaba a su mama decir a la nada, “virgencita tráelo de vuelta por favor”. Todo había cambiado desde esa tarde cuando los policías habían llegado a casa a llevarse a su papito, y desde entonces él está en las oraciones de su mama y en las de ella. Su mamita es la persona más importante en su vida, la persona más mágica que siempre está allí para ella, “cuando sea grande quiero ser como mi mamá”
Por las noches Sofi soñaba despierta, bueno eso debía de ser para poder explicar los ruidos ajenos a cualquier cosa que ella pudiera haber conocido. De noche en noche, ella lo escuchaba rondar la ventana de su habitación y eso la asustaba mucho.
Su abuelita siempre le contaba las historias de La llorona, La Tule Vieja, La Carreta sin Bueyes, El Padre sin Cabeza y la del Cadejo. Sofía miraba a través de un huequito que tenía su cobija, metía el dedito para hacerlo más ancho y volvía a mirar por el hacia la ventana, allí donde estaba El Cadejos jadeando. Y cuando tenía que levantarse para ir al baño, se armaba de valor, salía de entre sus almohadas (las que en algún momento fueron todas de su mami) y salía corriendo hasta el interruptor de la bombilla. Algunas veces no daba con el, y eran los segundos más grandes y eternos en su mentecita, pero si gritaba su mamita se levantaría. Eso ella no lo quería, ¡ella quería ser como su mamá!
Algunas otras veces no lo lograba contener, ni viendo solo por su huequito en la cobija, ni enterrada en sus almohadas…
Algunas noches Sofía tenía pesadillas terribles donde era niña y no podía caminar, donde era niña y su cuerpecito no la podía sostener en pie. Sus pies se quebraban y un señor grande y blanco la alzaba y la alejaba de su mamita. En ese tipo de pesadillas Sofía despertaba gritando…
¡Mami, mami, mami! Gritaba Sofía a través de las paredes y su madre corriendo por el pasillo entraba como una ráfaga a su habitación. Sofía estaba llorando en la cama por culpa del espanto. -No le tengas miedo Sofía, el Cadejos no te puede hacer nada, él es un pobre perro que tiene como maldición andar de cuatro patas por el resto de sus días, no le temas, él no te hará daño.- Las manos de su madre quitaban el cabello de su rostro llegándole el olor a masa, a empanada, manos tan blancas como las de ella y tan suaves y cálidas como la primera vez que las tome entre las mías.
Sofía sollozaba en los regazos de su mamá, y poco a poco fue cayendo rendida al sueño, a los ruidos de la noche, a los grillos, y al viento que entraba por el huequito de su cobija roja.
La ventana de su habitación se abrió de par en par, el viento rugió con fuerza y su cobija se fue de sus manos. El Cadejos había entrado por ella. Sofía corría por las calles mojadas por la lluvia, corría y el agua resbalaba por su cara, corría asustada y gritando, corría asustada y en todas partes a donde huía El Cadejos se aparecía. Su reflejo pudo hacerse nítido en la ventana de la pulpería, una niña asustada, con su largo cabello negro que heredó de su mamá, sus ojos oscuros y su cuerpo delgadito de piel blanca. Un rayo rasgo el cielo y el enorme perro estaba reflejado tras ella en el mismo vidrio.
-No me hagas daño por favor perrito… Y para sorpresa de cualquiera que conozca de estas leyendas, el Cadejos sacudió el agua que había sobre sus pelos oscuros, miró a Sofi y lamió su mejilla.
Era la noche del 14 de Agosto de un año el cual para Sofía era indiferente, lo que si nos importa es el peregrinaje que había de personas hacia la basílica de Cartago. Hombres descalzos, hombres a caballos y en carretas, todos cruzando el centro de Tres Ríos. Sofía les seguía pero justo cuando pasaba por la quebrada, escucho a una mujer llorar fuertemente, lloraba y lloraba. Sofía pensó que era su madre quien la buscaba porque esa voz decía “mi hijo, mi hijo” Sofi corrió entre piedras, barro y al final donde los árboles se apartaban la vio sentada en una enorme piedra. Era La Llorona.
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Sofía y el Hombre de los zapatos sucios
FantasyPara mis dos hijas que algún día vendrán. Para las noches que pase bajo vela describiéndoles, soñandoles y extrañandoles. Para las personas que fueron y vinieron, que fueron aire, viento, hojas verdes quizá ya secas. Para mi hoja de aire, para mis a...