Mentiste...

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Preludio

¡Mentirosa! , estoy furioso, solo tú sabes cuánto.

Desolado y abandonado en este lugar, estoy hablando con la nada, porque precisamente eso queda, nada.

"Nunca te dejare" lo prometiste. Ahora comprendo bien, mentiste. ¿Cuántas veces fueron? Que importa ya, he perdido la cuenta.

¡Carajo, escúchame!

Mis manos arrancan la hierba a mí alrededor, mis garras se incrustan en mis palmas y el dolor no penetra en mi ser. Mi mente grita, grita fuertemente; no obstante mi voz ausente de fuerza queda ahogada.

Quiero que me sigas mintiendo. Quiero vivir en tus mentiras, déjame hacerlo... Solo miénteme una vez más.

¡Por favor!

Te estoy suplicando, te lo estoy pidiendo, háblame.

Dime que todo estará bien, di que crees en mí, que aún me amas, que no te iras.

Di algo, cualquier cosa. Solo dime que aún estas aquí...

Mi corazón aún mantiene la esperanza, mis ojos te buscan, ¡lo juro!, todavia espero oír tu voz, ver tu silueta, tu mirada; sinceramente lo hago... albergo la esperanza, pero es en vano, no obtengo respuesta, ¿será posible que no quieras hablarme? Lo entiendo ahora.

No lo harás ¿verdad?

No puedes hacerlo, ya no puedes mentirme más.

Miro al cielo, es oscuro, es gris. El viento sopla débilmente, insuficiente para llevarse mis penas en sus ráfagas. El pozo frio sostiene mi postura, en tanto mi mente continúa divagando en el anhelo del pasado y el miedo del ahora.

¿Cuántos días han pasado? ¡Bah! ¿Qué más da? ¿Qué sentido tiene?

Apenas mis ojos divisan la luz de la mañana, mi cerebro me obliga a poner un pie delante del otro. A eso se le llama avanzar ¿No es así?

Mi cuerpo adormecido, se desvanece, volviendo interminablemente a este punto. El lugar donde nos conocimos, el mismo lugar donde me dejaste.

Levando mis dedos, cubriendo los rayos de sol que intentan calentarme inútilmente pues el frio no abandona mi alma. Suspiro y miro al cielo, mis memorias aparecen una vez más... Tan claras, tan borrosas.

Estos recuerdos se han convertido en los peores de mi vida...

—¡Entonces me voy!

Encolerizada me diste la espalda caminaste en dirección al bosque. Tiempo atrás habías hallado un lugar al cual llamabas "tu lugar", te gustaba pensar allí, tomar una siesta, tararear una canción o simplemente nos sentábamos escuchando el sonido de la tranquilidad. Hombro a hombro o recostado en tu regazo, llenándome de tu aroma.

—Muy bien. ¡Vete, ya no quiero ver tu fea cara aquí! —repliqué subiendo a lo alto del árbol.

—Eres insoportable ¡te detesto! —renegaste desapareciendo entre los frondosos árboles.

—¡Ja!, será mejor que no vuelvas, ¡¿me escuchaste?!

Grité para que supieras cuan molesto quedaba.

No recuerdo porque peleamos, cual estupidez fue la causa e inevitablemente una sonrisa irónica se forma en mi rostro. Debió ser algo que hice mal, generalmente era así.

Y la secuencia era la misma también. Tú te irías y te dejaría hacerlo, minutos después te buscaría, no podía estar enojado contigo mucho tiempo; lo sabias. Al encontrarte me sonreirías alegando: "fue mi culpa, lo siento", y regresaríamos a casa juntos, como debe ser.

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