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Eloísa Marzak se tatuó la Osa Menor en la espalda junto a la fecha de la muerte de su madre, que era también su cumpleaños, y Agustín no paró de reír ante los gestos aterrados que se dibujaron en el rostro de la muchacha durante la elaboración del tatuaje.

— Me dolió —se quejaría más tarde, cuando yacía en los brazos de Agustín Hessler bajo unas sábanas recién sacadas de la lavandería, pues las anteriores estaban sucias—. Yo tengo la Osa Menor y tú tienes la brújula, si nos perdemos seríamos unos estúpidos.

Ninguno de los dos creyó preciso decir que el veintitrés de junio y el cinco de marzo eran fechas despreciadas.

— Sólo son instrumentos guías, somos nosotros los que decidimos por dónde ir —aseveró Agustín Hessler a sabiendas de que pronto se marcharía a la universidad—. Me quedaré hasta que tú te gradúes —confesó porque necesitaba hacérselo saber, porque quería que supiera que no la abandonaría y que cuidaría de ella—. Ambos nos iremos. Te llevaré conmigo al lugar que te pertenece.

— ¿Inglaterra?

— El lado correcto del mundo será donde estemos juntos —mencionó con la certeza de un joven ingenuo que espera más de lo que recibe.

Agustín recibió una beca para marcharse, pero la aplazó. Si pudo ser aceptado en Londres una vez, sería aceptado nuevamente. Además, sus ahorros eran amplios y Eloísa estaba buscando un empleo como niñera. Podrían irse y su guía parecía bastante agradable.

Entonces Hassan llegó ebrio a casa.

No era gran novedad los estados en que el hermano de Eloya solía aparecer en casa, pero aquel día de julio, tras la euforia del día de independencia, Hassan lucía más violento que de costumbre y su hermana pagó las consecuencias.

Agustín estaba en su habitación, terminando las tareas de la escuela de recuperación de Marc, en el instante que el estrepito suscitado en el cuarto de Eloísa atrajo su atención.

¿Cuál es la velocidad de una persona promedio para salir de una habitación, atravesar un pasillo, rodear dos tercios de una vivienda, saltar una barda e irrumpir en el hogar de sus vecinos? Probablemente la respuesta variara, pero si algo era cierto es que alguien enamorado es capaz de romper las leyes del espacio tiempo.

A pesar de todo lo sucedido y los días transcurridos, Agustín Hessler seguía sin conocer cuál de las situaciones lo había enfurecido más.

Eloísa Marzak estaba de rodillas en el suelo, apoyándose en su cama y aferrándose a los enredones níveos mientras que sus lentes yacían rotos en el suelo lejano a ella.

Hassan, por el contrario, sujetaba los rizos castaños de su hermana, le gritaba blasfemias por haber nacido y le aseguraba que le haría pagar por todas las desgracias que habían padecido.

¿Qué fue más doloroso? ¿El puñetazo que le asestó a Hassan o las palabras hirientes que Eloísa soportó?

Los nudillos de Agustín terminaron con una pigmentación rojiza como producto del impacto que tuvieron contra el rostro de Hassan Marzak. Eloísa, en cambio, terminó con los ojos rojizos de tanto llorar tras ser desterrada de su hogar por su hermano.

— Todo se arreglará, Eloya —le susurró Agustín cuando la puso a salvo, aunque en realidad sólo la trasladó a unos quince metros de distancia de su habitación.

— Dijo que nos mataría —sollozó Eloya.

— No le permitiré hacerte más daño —aseguró al pasar levemente su mano por la espalda descubierta de la joven, justo donde la tinta de su tatuaje sobresalía de la ruptura en su prenda—. Puedes quedarte aquí mientras habló con tu tía.

— Sabira le creerá a Hassan. Él trabaja y yo sólo soy un gasto —replicó de forma temeroso, con toda la inseguridad de su infancia que había exterminado—. Yo soy el estorbo...

— Tú no eres un estorbo. Entiéndelo —la interrumpió Agustín porque tenía que aclararle que eran otros los equivocados y no ella—. Si las personas están enojadas porque algo en sus vidas no funciona, no significa que sea tu culpa. Cada quien es responsable de lo que le sucede. Tú te mereces lo mejor del mundo. Tu destino debería ser diferente, pero a pesar de la adversidad te mantienes positiva. Si pudiera darte lo que mereces, te lo daría ahora mismo.

Se lo hubiera dado en aquel entonces y ahora, tras las semanas extinguidas y los momentos compartidos que se habían disuelto, también se lo entregaría.

Sin embargo, la fuerza o ente sobrenatural que gobierna el mundo no siempre te regresa lo que tú le das, sino que te devuelve un mal que no mereces simplemente porque así lo quiere.

Eloísa Marzak se merecía toda la felicidad que pudiera existir y Agustín Hessler siempre odiaría la manera en que todo terminó para ella.


  

El lado equivocado del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora