Capítulo 17: Juegos del azar

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Evitar a Samantha fue más sencillo de lo que pensé, puesto que estaba concentrado en mi trabajo y el hecho de que realmente no quería verla, ayudaba bastante

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Evitar a Samantha fue más sencillo de lo que pensé, puesto que estaba concentrado en mi trabajo y el hecho de que realmente no quería verla, ayudaba bastante. Sin embargo, todo se fue al drenaje en cuanto me enteré de que se había hospedado en el mismo hotel donde me quedaría y que por supuesto, una de mis hermanas estuvo involucrada. Todo el camino en la camioneta hasta el hotel, traté de no detallar sus ojeras, pero se me hizo imposible no reñirla por eso en cuanto me miró con sus ojos rojos y cansados. Decir que me sentí mal cuando comentó que sus pesadillas me tenían a mi como protagonista sería poco, su confesión me dejó frío en mi puesto sin saber cómo responder, con un desazón carcomiéndome el corazón, porque aunque no quería involucrarme más en su vida, tampoco quería que me tuviera como un villano capaz de atormentarla en sueños, solo deseaba... paz, para ambos. Aún así, comprobé que sus palabras eran ciertas (y no un intento para torturarme) en cuanto se quedó dormida a medio recorrido, sin intenciones de seguir insistiendo o discutiendo.

Bufé, mirando por el retrovisor al chófer que se acercaba a la entrada de mi hotel.

—Raphael.

—Señor.

—Fue Hazel, ¿cierto? —masajeé el puente de mi nariz con mis dedos, al verlo asentir.

—Me dijo que era una amiga de la familia y que vendría con nosotros, perdone por no confirmar con usted.

Suspiré volteando para mirar a Samantha, la cual respiraba despacio, luciendo cómoda a pesar de estar durmiendo en una camioneta, como si estuviera realmente descansando.

—No, está bien—murmuré, apretando mi mano en puño queriendo apartar el cabello que tapaba un poco su rostro. —¿Podrías ayudarla con las maletas al llegar? 

—Por supuesto.

—Le deberás insistir—bufé. —Es muy terca, pero le gusta que la ayuden aunque no lo admita.

—De acuerdo, señor.

Observé a la mujer a mi lado una vez más, hasta que la camioneta se detuvo frente a la entrada del hotel, suspiré al darme cuenta de lo cansada que se encontraba, puesto que no despertó. De inmediato, dos botones se acercaron al vehículo para ayudar con mi equipaje, así que suspiré, arremangando mi camisa hasta los codos, dispuesto a bajarme.

—Despiértala luego de que entre al reciento—el hombre asintió. —Gracias, Raphael.

—Para servirle, señor.

Bajé de la camioneta luego de brindarle una última mirada.

Bajé de la camioneta luego de brindarle una última mirada

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