Capitulo I

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–¡Ya basta!– Grité desorientado mientras mi rival me empujaba a las escaleras cambiantes.

–Sabes que no voy a parar... ¡Hasta que mueras! ¡Maldito bastardo!– Ahora que lo pienso, ¿Por qué está molesto? Ah, cierto.

–Si llevo peores calificaciones que tú, deberías estar feliz.–

–Eres una deshonra para nuestra casa, por eso no tienes más que enemigos.– “Eso dolió, lo único malo es que tiene razón.” Otro empujón, estoy muy cerca de la orilla. “¿Que tienen en mente? Key normalmente no hace nada.”

–Tú no te metas.– Gruñó John, durante un año y poco más, había sido mi mejor amigo. ¿Por qué todo se volvió así?

–Ponle un bozal a tu perro.– Dije sonriendo sin tomar en cuenta mi posición. Miró en mi dirección y se abalanzó contra mí.

–¡No!– Alcancé a escuchar mientras caía por el borde de la escalera en movimiento.

Sentí todo tan rápido que apenas alcancé a poner mis brazos tras mi cabeza para no morir en el impacto. Las escaleras de abajo me recibieron con frialdad, un quejido adolorido resonó en todo el lugar, pero no escapó de mis labios, fue una protesta de mis huesos. Mis brazos, ahora rotos, cumplieron el objetivo que preví. Los vi a ellos, unos metros más arriba, se notaban preocupados. Traté de mover mis piernas y nada pasó, intenté alzar las manos, no pude, moví el cuello y otro crujido fue absorbido por las paredes. Los cuadros armaron revuelo de inmediato, señalando culpables y víctimas, estuve sin poder moverme de mi lugar unas horas, no había mucha sangre derramada, pero algún nervio de mi columna debió ser realmente afectado si mis piernas no se movían. Todos los gritos callaron súbitamente cuando la profesora McGonagall pasó apenas una escalera más arriba de la que me encontraba.

–Profesora, ¡Ha ocurrido algo horrible!– Chilló el retrato de la señora gorda.

–¡Un estudiante ha muerto!– Exclamó alguien más, por momentos mis párpados pesaban mucho.

–¿¡Dónde!?– Preguntó horrorizada.

–Aquí mismo, profesora.– Respondió el cuadro de un hombre a mi lado. La miré con ojos muertos cuando se asomó por la barandilla.

–¡Por Merlín!– Pasos apresurados bajando y subiendo, algunos jadeos y varios nombres en llamados de auxilio, todo eso lo escuché en la misma posición. –¿Un Ravenclaw? ¿Qué hacías aquí pequeño?–

–No fue... Mi culpa...– Susurré con voz ronca. Ella pareció asustarse, pero enseguida se recompuso, invocó un patronus y le pidió que buscará y trajera a Madam Pomfrey lo más rápido posible.

–¿Quién tiene la culpa?– Su voz se suavizó mientras curaba algunos rasguños en mi rostro.

–No... No lo sé... Me empujó. Estaba... Muy molesto.– Mentí un poco.

–¿Qué ocurre aquí, Minerva?– No necesité mirar para saber quién era.

–Sev... erus... hola.– Saludé, la directora adjunta me sostuvo por la espalda, sentándome en un escalón, al instante el sabor metálico de la sangre invadió mis papilas gustativas, tosí un par de veces.

–¿Llamaste ya a Poppy?– Por primera vez en 4 años lo ví preocupado.

–Si, debería llegar en cualquier momento.– El profesor de pociones realizó un hechizo diagnóstico en mi, su preocupación volvíase molestia cuánto más se alargaba el pergamino que sostenía su mano izquierda. No me di cuenta cuando la enfermera de la escuela se acercó a mi posición.

–¡Merlín! Severus, tráelo a la enfermería, si se queda así más tiempo podría desmayarse y eso no nos conviene.– Él obedeció, al momento que dejé de sentir contacto con el suelo el dolor se triplicó.

RavenclawDonde viven las historias. Descúbrelo ahora