15. Historias del té

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Tercera persona

–Me alegro tanto de que estéis aquí, chicos... Os he echado mucho de menos, de verdad, aunque he de decir que me extraña que, especialmente, tú hayas venido Alexander. Teniendo en cuenta que siempre estás ocupado con tus "negocios", tus fiestas y esos banquetes extravagantes a los que vas, nunca habría imaginado ver tu presencia por estos lares.

Ambas chicas se rieron ante la mofa. Era cierto que el estilo de vida del muchacho era algo sórdido y exagerado, pero era lo común dentro de las esferas en las que se movían.

Los tres estaban tomando el té en el salón principal, arrimados a las ventanas abiertas para disfrutar de la brisa que por ellas se colaba. El aire sofocante, el calor asfixiante y el ambiente adusto secaban el gaznate a cualquiera que se atreviera a salir al exterior. Era el habitual día de verano en el campo, pero para los chicos acostumbrados a la gran ciudad de Puerto Índigo, la cual era mucho más templada, aquel calor se hacía aún más insoportable.

–Vamos prima, no es para tanto... Simplemente disfruto un poco más de los placeres de la vida que ustedes dos os negáis a gozar.

–Lo tuyo no es gozar, primo, lo tuyo es abusar... Solo espero que estés teniendo cuidado de no dejar embarazada a alguna pobre chica, o peor... – María hizo una pausa dramática– a su madre.

Ambas chicas se carcajearon, disfrutando de la manera en la que bromeaban con confianza y familiaridad. La cercanía y complicidad que compartían se apreciaba con solo escucharlos hablar entre sí, ya que aquella manera tan vulgar y directa de dirigirse los unos a los otros no era aceptada en sus círculos sociales.

Sin embargo, el semblante del joven era serio, con el ceño fruncido.

–No pensé que tuvieras tan mala impresión mía, primita. Jamás se me ocurriría hacer algo así. Nunca traería un niño a este mundo –sentenció con solemnidad.

Ambas chicas callaron, de repente entristecidas por las palabras de él.

–No digas eso, Alex. Nuestro pasado no puede determinar nuestro futuro, nos merecemos más que eso –le consoló su hermana mientras le sostenía con cariño una mano entre las suyas.

–Bueno, eso no es lo importante ahora –negó la cabeza mientras intentaba aligerar el tenso ambiente–. Dime María, ¿qué tal es la vida en el campo? ¿Te has acostumbrado ya a vivir excluida de la civilización?

–No seas exagerado. La verdad es que este lugar no me desagrada tanto como pensé que lo haría. En cierto modo hasta me gusta. Es precioso y tiene tanta calma que me ayuda a mantenerme cuerda después de... lo de mi padre.

La pelirroja suspiró. Sabí que daría igual el tiempo que pasara, nunca estaría lista para hablar de la muerte de su padre, así que se resignó a evitar el tema.

–Eso está genial María –la animó su prima–. Mientras eso te ayude a seguir adelante, bienvenido sea. Lo que no entiendo entonces es... – miró a la puerta del salón y bajó la voz antes de continuar– ¿Qué hacías con aquellos cuatro chicos? ¿Quiénes eran? No me habías hablado de ellos en tus cartas.

María se mordió la lengua, viéndose atrapada. Era cierto que no le había contado nada de Robin a su prima, si lo hubiese hecho tendría que haberle contado el ataque que sufrió la primera noche que llegó. Además tendría que haberle contado lo poco que sabe sobre la enemistad de la familia De la Vega y Aguilar y aquello solo la hubiese preocupado de más. Ahora parecía inevitable tener que explicarles todo lo que había pasado en las pocas semanas que llevaba en aquel pueblo.

–Es una historia muy larga, Anna, pero supongo que es hora de poneros al día de todo lo que ha pasado desde que llegué. La verdad, es que el primer día, o mejor dicho, la primera noche que estuve en el valle atracaron el carruaje en el que iba –se apresuró a continuar al ver el semblante pálido de su prima–. No pasó nada, de verdad, salí indemne. El cochero recibió algunos golpes, pero tampoco sufrió heridas graves. Todo fue gracias a Robin, el chico con el que me habéis visto hablar esta mañana.

–¿Él te salvó? –le preguntó su primo con cierta incredulidad en la voz.

–Si. Apareció justo cuando aquellos bandidos intentaban abrir la puerta del carruaje y lo hubiesen logrado si no fuese porque en aquel instante noqueó a uno de ellos. Después, los entretuvo mientras yo y el chófer huíamos por el bosque.

La chica guardó silencio, dándose cuenta en aquel instante de lo cerca que estuvo de volverse una víctima de aquellos desgraciados. No le dió detalles de lo que aquellos hombres dijeron que le harían ni de lo cerca que estuvieron de salirse con la suya. Tampoco les habló de lo mal que llegaron a la hacienda de su tío, ni del miedo que la tortura agunas noches cuando cae la oscuridad y le trae de vuelta los recuerdo de aquel horrible momento.

Aquel pensamiento la entristeció y la hizo sentir culpable por igual. Robin la había salvado y ella sin embargo, discutía con él cada vez que se encontraban. Al menos había tenido la oportunidad de agradecérselo la primera vez que se encontraron en el bosque. Ignoró el detalle de que la habían perseguido y amenazado ya que ahora entendía, en cierta medida, porqué lo habían hecho.

–Bueno, y si te ayudó aquella noche... ¿Por qué estabais discutiendo? No lo entiendo.

–Eso no es todo Anna, lo importante es lo que pasó después. Él y sus amigos aparecieron al poco tiempo por aquí. Bueno, en el bosque, y me amenazaron para que no dijese nada de su intervención en el ataque. Al principio no lo entendía pero le hice caso como muestra de agradecimiento. Ahora dudo de si fue una buena idea...

–¿Por qué no quería que se supiera que te ayudó? ¿No lo haría eso quedar como un héroe en un pueblo tan pequeño como este? Estoy seguro de que todo el mundo se enteraría rápidamente de su hazaña –puntualizó Alexander, sin comprenderlo.

–Más tarde me enteré del porqué. Resulta que mi "queridísimo" tío Edmund mantiene un profundo e implacable odio hacia el padre de Robin, el marqués Aguilar. Llevan años en continuas riñas y con una enemistad conocida por todos, con constantes enfrentamientos y ataques entre ellos.

–¿Se odian? Eso sí que no me lo esperaba –se paró a pensar durante unos segundos– ¿Acaso han discutido sobre las tierras o se han hecho la competencia en algún negocio? Esas nimiedades son las que suelen desencadenar fuertes disputas entre la nobleza, aunque se solucionan rápidamente cuando uno de los dos cede.

–No sé el motivo, primo, pero creo que es algo mucho más grande que eso. por mucho que he intentado poner la oreja y preguntar aún no sé qué fue lo que pasó. Por lo que he oido a escondidas es que algo pasó hace años entre ambos, algo tan importante como para que corra el rumor de que hubo un intento de asesinato contra mi tío.

Los ojos de Anna se abrieron de par en par, asustados, mientras que su hermano fruncía el ceño analizando las palabras.

–Parece que hay más en esta historia de lo que parece... Pero supongo que eso explica porqué Robin no quería que se supiera que estuvo contigo aquella noche. Un atraco hacia la heredera de la familia de la Vega con la participación de un Aguilar puede provocar fuertes disputas entre ambas casas, aunque fuese él el que te salvó –soltó su taza de té mientras la miraba fijamente–. Será mejor que lo evites a toda costa, María.

–Lo sé, lo sé. Comprendo porqué se mantiene alejado de mí, de verdad, pero me parece injusto que yo tenga que pagar por los pecados de mi familia. Nosotros dos no tenemos nada que ver con los prejuicios de nuestras familias, no pienso pagar por las desavenencias de otros. Así que si me apetece dar un paseo por el bosque... ni Robin, ni su padre, ni nadie me va a detener.

–Eres una cabezota –le dijo Anna–. Ni siquiera deberías ir al bosque sola, es muy peligroso. Además, si te encuentras otra vez con ellos también podrían hacerte algo. Tú misma lo has dicho, no te quieren allí y mucho menos cerca de ellos.

No le contestó. No quería llevarle la contraria a su prima para no disgustar y además no quería mentirle, ya que sabía que volvería a aquel bosque tarde o temprano.

Seguramente más pronto de lo que pensaban.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora